Luis Barragán
Tiempo tras, tuvimos la fortuna de coincidir con Naudy Suárez en una hemeroteca pública. Respetado historiador, después del saludo inicial, tomó asiento y, al llegar el grueso tomo que le interesaba, abrió el pequeño e inadvertido equipaje: en la bolsa, una modesta mano de cambur escondía la diminuta cámara fotográfica que registraría el dato de interés.
La anécdota ha quedado como ilustración de las previsiones necesarias de adoptar no sólo para transitar las calles con lo supremamente indispensable, sino para ejercer la propia investigación en las sedes bibliotecarias y hemerográficas para las cuales no basta el simple lápiz y papel. Y ya no es un problema de tránsito y camuflaje, pues, una vez en el lugar de consulta, hay que mirar a todos lados y, furtivamente, emplear – porque no queda más remedio – la cámara (y la del celular), la tableta, el escáner de mano o la minilaptop.
Abordar el transporte público o el mismo automóvil personal, es toda una aventura por lo que se tiene en la mano. Escasas las de tintura negra, las bolsas – pequeñas o grandes – llaman la atención al traslucir algún objeto de indebida circulación, trátese de alimentos, medicamentos u otro de facturación electrónica. E, incluso, una cajetilla de los cada vez más costosos cigarrillos, en el bolsillo de la camisa, puede traducirse en un feroz asalto a mano armada, al igual que portar un libro que, por muy ágrafo que fuere el ladrón, lo adivina de mediana y alta cotización en los tiempos que corren.
Muy atrás queda el carpintero, el médico, el plomero o el abogado que transitaban la vía pública con sus característicos artefactos, cajas de herramientas y maletines, porque deben ingeniosamente disimular el instrumental. Por cierto, el camuflaje cuenta con una precaria garantía: la de generar indecisión en un delincuente que debe estudiar rápidamente las opciones y elegir, aunque – acometida la empresa – su decepción también constituye un altísimo riesgo.
Antes inconcebibles, hemos desarrollado hábitos de precaución que esperan por otros para la supervivencia, intentando una renovación que ya tiene límites evidentes. Por lo pronto, don Naudy no podrá esconder más una cámara en las entrañas de una mano de cambures también encarecidos.
Ilustración: Nina Dotti, Tremendo cambur (impresión digital, 2014).
04/04/2016
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