Luis Barragán
A las personas que ya pasamos de la cincuentena de edad, todavía nos sorprende el contraste entre la Venezuela que vivimos y la que ahora padecemos, en los más distintos ámbitos. Pocas veces reparamos que las nuevas generaciones – sencillamente – jamás supieron de un país de mejor nivel de vida y, sin incurrir en una versión paradisíaca, con libertades que ofrecían posibilidades para defenderlas, noticias que nos conmovían rayanas en la ingenuidad, anaqueles llenos de productos de muy variadas marcas a escoger, un mínimo respeto en el trato con el semejante, saldos reducidísimos de muertes violentas, calles y avenidas alumbradas, delitos que convertían al victimario en una celebridad moralmente sancionada, entrevistadores radiales y televisivos convincentemente informados y formados, auto-limitada presencia de los gobernantes en la vida cotidiana, autobuses de horarios prolongados que competían holgadamente con los taxistas o “libres” plenamente identificados, fiestas hogareñas que consideraban al vecino, periódicos con extensos tópicos para leer, endemias superadas.
Por supuesto, ya había cambios que anunciaban y también garantizaban al régimen actualmente prevaleciente. Asombrosamente prolongada, la crisis del rentismo petrolero produjo reacciones fascistoides que, no por casualidad, condujeron a la fórmula militarista que se apoltronó en Miraflores desde 1999, ahora profundizadas bajo el signo de un socialismo resueltamente ágrafo, cuyo sentido definitivo es no tenerlo para el ventajoso arbitrio del poder que lo concede, según las circunstancias.
País de paradojas, los comentaristas de ocasión, analistas de oficio y críticos de vocación que se reclamaron como inspirados progresistas, festejadores de la última década y media, punzaban su mirada sobre el cierre de calles y el enrejado de casas y edificios en el medio urbano, como una fundamental exigencia del estatus social y un reclamo de exclusividad de los propietarios, entre los ochenta y noventa del XX, mientras que, en el nuevo siglo, demasiado evidente, responden a una inaplazable necesidad hasta de inquilinos en el medio rural, dada la creciente ferocidad del hampa ufanada por la complicidad de las autoridades. Para perplejidad del investigador, en medio de sus esplendores, quebró el negocio hípico que hizo del sellado dominical un buen pretexto para departir, por lo que respecta a los aficionados que ahora no cuentan con alternativas de segura recreación, zurciendo una historia del tiempo de ocio que bien canaliza el juego clandestino y, a veces, arriesgado, captando a numerosos sectores medios y populares.
Luego de intentar un poco a Jeannette Abouhamad o a Maritza Montero, sin el tiempo suficiente para revisarlas con profundidad, por casualidad tropezamos con el maestro J. F. Reyes Baena y su vieja columna “Creyón”, cuando pesquisábamos otras notas para un trabajo en curso. Dos de sus textos, versan sobre la autenticidad del venezolano, necesaria de recuperar, que, en última instancia, concluyó, pasa por la urgencia de venezolanizarlo, comparando – por cierto, en plena bonanza dineraria – su vieja claridad conceptual, sinceridad, franqueza del lenguaje, señorío independiente de su extracción social, urbanidad, con la chabacanería, mediocridad, procacidad y temores que, por entonces, se levantaban, en un esbozo – dijo – antroposociológico que distingue entre la Venezuela petrolera y la que antecedió al “salto geopolítico” que reportó la ambición por la riqueza fácil y el oportunismo (*).
Quizá pretendiendo la pureza de nuestros ancestrales modos de vida, Reyes Baena aclaró que no significaba cambiar el jet por el barco de velas, la televisión casera por el cine mudo callejero o los zapatos por las alpargatas. Sin embargo, hoy estamos llegando a estas condiciones de precariedad, con un venezolano que se resiste a las otras de una inaudita violencia, procacidad, impunidad, mutuas sospechas, zozobra e impunidad, creadas deliberadamente para un incierto post-rentismo: conscientes de la Venezuela que fuimos, somos y deseamos ser, urge abrir mil ventanas para que se conviertan en la puerta generosa de una transformación espiritual propicia al indispensable cambio social.
(*) “Regreso a la autenticidad” y “Auténticos”, en: El Nacional, Caracas, 12 y 19/05/1976- Cfr.
http://lbarragan.blogspot.com/2016/04/e-ida.html y http://lbarragan.blogspot.com/2016/04/rasgo-y-rasgadura.html
25/04/2016
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