Luis Barragán
Relato de los orígenes que conceden identidad, convicción e inspiración, por fuerza providencial o por el curso irresistible de la historia, el mito luce como un fenómeno natural de la especie. Por irracional que fuese, opera efectivamente en la vida de los pueblo y, entre nosotros, no hay otro más poderoso que el de la gesta independentista que, por épocas, parece debilitarse a favor de otros que a la postre lo complementan.
Grosso modo, aún hay confusión respecto al Día de la Independencia, su enunciado o declaración, pues, debido a la trascendencia de ambos eventos, el formidable impacto de los sucesos, el difícil contexto de ambos en un conflicto inevitable de actores, el 19 de Abril de 1810 se equipara al 5 de Julio de 1811. Todavía el régimen escolar no logra zanjar la debida distinción y valoración, agravada la circunstancia por el deseo de profundizar el mito bolivariano, sintetizador definitivo como injusto de toda la Independencia, procurando auspiciar el más reciente y, a la vez, frágil: Chávez Frías.
Ya sugerido, al poderoso mito independentista le siguen otros que, en crisis, lo golpean: clara reminiscencia de la prédica bicentenaria, el oficialismo nos dijo un “pueblo valiente” en la última campaña electoral que lo hizo acreedor de un incuestionable rechazo popular, porque – además – la exaltada personalidad del llamado “comandante eterno” fue lo que nos trajo a la debacle actual que, a falta de explicación, remite a los ritos de un culto que nunca tuvo la suficiente fortaleza por más que la maquinaria propagandística lo trillara. Y solemos pasar ahora por alto el derrumbe del otro mito: la potencia petrolera que somos y debemos ser, cuando desaparecen hasta nuestras más elementales ventajas competitivas en los mercados internacionales, ya quebrada PDVSA.
Consabido, el modelo rentista petrolero reclama, por lo menos, desde hace tres décadas, el reemplazo por otro que permita – valga subrayarlo – el libre desarrollo de todas nuestras potencialidades, fuerzas y factores. Sin embargo, cuando comenzaba a legitimarse en el imaginario colectivo, una economía (y una sociedad) post-rentista, irrumpió nuevamente el mito del país de infinitas capacidades petroleras y, por pesado que fuese el crudo que duerme esperándonos en el subsuelo, susceptible de todas las necesarias alianzas, inversiones y tecnologías que reclaman, hicimos de nuestras reservas una bandera insustituible, pretendimos decretarnos como potencia y radicalizamos un nacionalismo – acotemos – insincero, para aterrizar en una realidad demitificadora: retrocedimos a un vulgar país productor que tampoco alcanza el milagro de las cifras que antes nos prestigiaban, con increíbles pérdidas de mercado y, para más señas, con las refinerías literalmente en el suelo.
Derrumbándose por obra de una realidad insobornable, el mito chavista arrastra en su descenso al de una inexpugnable potencia petrolera, afectando – mas no liquidando – el bolivariano. Y, cuando ya desaparecía la ilusión que nos daba fuerza moral, explicando hasta el origen y secreto mismo de la fuerza de un país, exigiendo otra más novedosa, aquélla recobró un engañoso vigor para descalabrarse lenta, pero efectivamente: el mito petrolero que, ahora, aunque nos resistamos, pone no sólo en duda la celebración independentista del 19-A y el 5-J, sino la independencia y vigencia misma de la República.
Fotografías: LB (UCAB), piezas de Rolando Peña.
18/04/2016
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