Luis Barragán
Ojalá, afrontemos y agotemos la transición democrática con la memoria intacta y quizá exacta de todos los que la hicieron posible por más de década y media de luchas. De pronto, nos viene al espíritu una vieja novela de Domingo Alberto Rangel, “Las grietas del tiempo” (1969), en la que, además de servirle para condensar sus acostumbrados espuelazos de la polémica, se quejaba amargamente del resultado de la caída de Pérez Jiménez por aquello del “no son todos los que están ni están todos los que son”, sumados los beneficiarios y hasta delatores al servicio del régimen depuesto.
Al lado del trabajo público y también bullicioso, demasiadas veces devorado por la instantaneidad mediática, engullidas las vanidades de ocasión, lo hubo y hay otro modesto y silencioso, pero no menos decisivo. Pertenece al campo de una cotidianidad que es la que convierte muchas de las iniciativas en eficaces respuestas, aunque no cuente con el seguimiento paciente de las cámaras.
Conocimos a Ramón Petit en los albores pesarosos del siglo, asumiendo cabalmente sus responsabilidades como miembro del comité ejecutivo de la CTV encaminada a los consabidos paros que el gobierno - finalmente - aplastó no sólo a tiros, sino – a la postre – con una versión siniestra que todavía pretende falsear los motivos y las circunstancias. Transitó los difíciles caminos de la persecución y, a la hora de la injusta prisión de Carlos Ortega, como lo reconociera en la larga entrevista que le hiciera Agustín Blanco Muñoz, Ramón fue inmensamente solidario, como en la otra injusta hora del amargo exilio.
Coincidimos en la dirección nacional del partido socialcristiano, atravesando el otro no menos amargo periplo de las vicisitudes internas, con el soporte de una firme e insobornable convicción. Ya no se trataba sólo de la defensa de la instancia partidista de los trabajadores, sino de la propia central obrera libre de los intereses de partidos que ilustraba una postura indispensable para la recuperación de la vida democrática desde las bases sociales.
A pesar de una precaria salud, jamás abandonó la diaria labor en la CTV en la que cifró sus mejores esperanzas para recobrar el escenario que todavía le es difícil - más aún - a otras centrales, bajo el torrencial aguacero de un gobierno que ha atentado y atenta contra los trabajadores. Ahora, físicamente, se nos fue Ramón, el dirigente nada bullicioso y – mucho menos – vanidoso, con el que se hizo un hábito compartir inquietudes, habida cuenta de su experiencia y sabiduría, desprendimiento y lealtad a la causa democrática: él también es autor del inminente período de transición que no olvidaremos y, en lo personal, le estamos agradecidos por sus consejos, orientaciones, solidaridades y, en definitiva, una amistad que nos seguirá honrando.
Fotografía: Sara Lizarraga, profusa y larga lluvia en el Cementerio del Este (02/04/2016).
04/04/2016
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