Luis Barragán
Ya vieja expresión de los noventa del XX, lamentable y lastimosamente la escuché hemiciclo adentro. El murmullo de un colega a la espalda de otro, luego de un portentoso saludo, nos dejó preocupados: el problema no es que los haya, sino la auto-percepción procerática que roe y desarrolla cualquiera, como suele ocurrir en otros ámbitos excepto seamos marcianos.
Negociaciones aparte, constituyendo la regla el consenso y no las elecciones primarias, pocos meses atrás cada candidato debió librar una dura campaña electoral en medio de las más adversas condiciones, porque la derrota – ante todo moral – de la plataforma gubernamental no se traducía automáticamente en el triunfo de la oposición. La candidatura misma a una responsabilidad de representación popular, es una de las facetas más duras del oficio en la que, por lo general, se concertan otros factores como el de la mismísima mezquindad.
Mezquindad que sobrevive en el lamentable y lastimoso comentario entre dientes, porque – de tomarse en serio la candidatura – por lo menos ha de hablar y moverse el aspirante como nunca lo había hecho y, con mayor razón, si es novicio en estas lides. Los llamados conversatorios fueron retos que buena parte de los elencos opositores, cumplieron airosamente, por ejemplo, sometidos a cualesquiera interrogatorios por la ciudadanía.
Además, en conclusión, cada país tiene – por uno u otro motivo – el parlamento que se merece, pues, al votarlo, es fiel reflejo de las circunstancias como del nivel promedio de su cultura política. Y cada día tiene el país que se merece, si – conformista – no logra removerlo a través de una experiencia superior para la realización de los principios y valores.
Lo curioso es que la víctima del murmullo o comentario, del cual no se enterará quizá nunca, viene del pasado período legislativo y, mínimo, esto significó – como nos consta que ocurrió – un esfuerzo por defender la curul de una arbitraria mayoría del oficialismo, añadidos los piquetes violentos de sus partidarios puertas afuera, del que ya pocos - al parecer pocos - tienen ahora una idea. E, igual nos consta, pues luce como un fenómeno regular al iniciarse cada período, los remotos Diarios de Debates también recogen el testimonio de sobrevalorados senadores y diputados que comenzaron casi exigiendo que les erigieran una estatua ecuestre y, al final, apenas, aparecieron sólo en las listas de asistencia.
22/02/2016
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