jueves, 4 de febrero de 2016

EL SALUDANTE


Kim Il-sung en las praderas venezolanas

Luis Barragán

“Las consignas actuales constituyen

una sucesión de agregados, cualquier

evento carece de consecuencias,

está abierto a todas las interpretaciones

posibles, imputaciones múltiples y aleatorias”

Mireya Lozada (*)

La era ha parido un diagnóstico que asombra: somos rentistas, conclusión ésta a la que llegan, en un lance de insólita originalidad, los voceros del gobierno. La tal guerra económica no ha convencido ni siquiera a los propios, improvisando o, valga el venezolanismo, pirateando una respuesta.

Respuesta que no los releva de responsabilidad  por el contundente fracaso del modelo socialista que nos condena al hambre, a la insalubridad, a la represión, a la censura. Y, tras diecisiete años, literalmente gozando de los más elevados ingresos petroleros y de la mayor concentración de poder político en toda la historia venezolana, los ultrarrentistas, desindustrializadores por vocación,  dicen descubrir nuestra dependencia, erigiendo un monumento al cinismo que tiene mucho de olímpica ignorancia.

La tradición marxista venezolana, la que hubo hasta que la destrozaron impunemente, por una de esas ironías de las historia, privilegiados los peores a la hora de arribar y entronizarse en el poder, dio demostraciones de claridad en la materia, así discrepáramos de sus soluciones; y bastará con consultar, por lo menos, un excelente breviario como la “Antología del pensamiento revolucionario venezolano” de Alexander Moreno, publicado por José Agustín Catalá (Centauro, Caracas, 1983)., Lo peor, expresa e inequívocamente Jorge Giordani, ministro clave del régimen por un larguísimo tiempo, reconoció y se reconoció en el socialismo rentístico como el paradigma de estos tiempos, quedando el testimonio en la tinta y el papel de los numerosos títulos que le ha publicado Vadell Hermanos, por estos años, escritos y editados desde el ejercicio mismo de la cartera ejecutiva.

Todo ha caracterizado al régimen, excepto su disposición al debate, intentando superar cualesquiera definiciones que incansablemente se le ha demandado, aún entre sus mismos seguidores, mediante las consignas volanderas, superfluas y hasta enfermizas, que lograron distraer a la población en su momento. Sin embargo, cuando los dramáticos hechos perduran, ya lucen insuficientes, viéndose  las costuras a la burla, y nada más les queda el camino de convertirlas en dogmas  (como lo consiguió Kim Il-sung, a sangre y fuego en Corea del  Norte), o intentar alguna explicación más o menos sensata que, por cierto, tampoco ha ensayado ningún diputado oficialista, extrañando las prácticas “parlamentarias” de la ofuscación y del insulto gratuito que tanta ventaja y comodidad les dio y garantizó en el hemiciclo.

A juzgar por la entrevista que le concediera Carlos Betancourt a La Razón (Caracas, 31/01/2016), por ejemplo, la perspectiva de los supuestos disidentes – nos antojamos - coincide en el fondo con la de los actuales gobernantes que persisten en el voluntarismo despiadado, la conuquización económica y la militarización del trabajo, propuesta por otro disidente realzado por la historia, como León Trotsky. El asunto está en que, de seguir con el mismo rumbo, por estas praderas,, imitarán  las hazañas de  Kim Jong-un, el heredero norcoreano que asoma los colmillos de una conflagración atómica, exhibiendo sus misiles costeados por el hambre de un pueblo que, además, todavía no sabe de los elevados niveles de vida de sus hermanos surcoreanos.

(*) En: AA. VV., “El discurso político venezolano”, Tropykos, Caracas, 1999: 76.

01/02/2016

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