Kim Il-sung en las praderas venezolanas
Luis Barragán
“Las consignas actuales
constituyen
una sucesión de agregados,
cualquier
evento carece de consecuencias,
está abierto a todas las
interpretaciones
posibles, imputaciones múltiples
y aleatorias”
Mireya Lozada (*)
La era ha parido un diagnóstico
que asombra: somos rentistas, conclusión ésta a la que llegan, en un lance de
insólita originalidad, los voceros del gobierno. La tal guerra económica no ha
convencido ni siquiera a los propios, improvisando o, valga el venezolanismo,
pirateando una respuesta.
Respuesta que no los releva de
responsabilidad por el contundente
fracaso del modelo socialista que nos condena al hambre, a la insalubridad, a
la represión, a la censura. Y, tras diecisiete años, literalmente gozando de
los más elevados ingresos petroleros y de la mayor concentración de poder
político en toda la historia venezolana, los ultrarrentistas,
desindustrializadores por vocación,
dicen descubrir nuestra dependencia, erigiendo un monumento al cinismo
que tiene mucho de olímpica ignorancia.
La tradición marxista venezolana,
la que hubo hasta que la destrozaron impunemente, por una de esas ironías de
las historia, privilegiados los peores a la hora de arribar y entronizarse en
el poder, dio demostraciones de claridad en la materia, así discrepáramos de
sus soluciones; y bastará con consultar, por lo menos, un excelente breviario
como la “Antología del pensamiento revolucionario venezolano” de Alexander
Moreno, publicado por José Agustín Catalá (Centauro, Caracas, 1983)., Lo peor,
expresa e inequívocamente Jorge Giordani, ministro clave del régimen por un
larguísimo tiempo, reconoció y se reconoció en el socialismo rentístico como el
paradigma de estos tiempos, quedando el testimonio en la tinta y el papel de
los numerosos títulos que le ha publicado Vadell Hermanos, por estos años,
escritos y editados desde el ejercicio mismo de la cartera ejecutiva.
Todo ha caracterizado al régimen,
excepto su disposición al debate, intentando superar cualesquiera definiciones
que incansablemente se le ha demandado, aún entre sus mismos seguidores,
mediante las consignas volanderas, superfluas y hasta enfermizas, que lograron
distraer a la población en su momento. Sin embargo, cuando los dramáticos
hechos perduran, ya lucen insuficientes, viéndose las costuras a la burla, y nada más les queda
el camino de convertirlas en dogmas
(como lo consiguió Kim Il-sung, a sangre y fuego en Corea del Norte), o intentar alguna explicación más o menos
sensata que, por cierto, tampoco ha ensayado ningún diputado oficialista,
extrañando las prácticas “parlamentarias” de la ofuscación y del insulto
gratuito que tanta ventaja y comodidad les dio y garantizó en el hemiciclo.
A juzgar por la entrevista que le
concediera Carlos Betancourt a La Razón (Caracas, 31/01/2016), por ejemplo, la
perspectiva de los supuestos disidentes – nos antojamos - coincide en el fondo
con la de los actuales gobernantes que persisten en el voluntarismo despiadado,
la conuquización económica y la militarización del trabajo, propuesta por otro
disidente realzado por la historia, como León Trotsky. El asunto está en que,
de seguir con el mismo rumbo, por estas praderas,, imitarán las hazañas de Kim Jong-un, el heredero norcoreano que asoma
los colmillos de una conflagración atómica, exhibiendo sus misiles costeados
por el hambre de un pueblo que, además, todavía no sabe de los elevados niveles
de vida de sus hermanos surcoreanos.
(*) En: AA. VV., “El discurso
político venezolano”, Tropykos, Caracas, 1999: 76.
01/02/2016
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