A Umberto Eco se le conseguía hasta en los remates de libros, con ediciones de una “vejez”
de uno o más años, con facilidad:
ensayos y, más tarde, novelas. Semiología, cómo hacer una tesis, compilación de
columnas de opinión muy gratas. En cualquier librería de la ciudad y de la
universidad, ostentaba un lugar privilegiado. Nunca olvido dos lecturas: la
una, descubrimiento que facilitó el librero (creo más en la amabilidad de
Walter en Lectura que en la de Betancourt en la Suma), luego del atractivísimo texto de
la contraportada, breve y sugestivo, convirtió El nombre de la rosa en una
larga fiebre que esperó ansiosa por su filmación; y El péndulo de Foucault leida en la biblioteca de San Francisco, recién salida, gracias a un ejemplar que
guardaban en una gaveta porque era muy caro (dos mil bolívares!!!), en tres o
cuatro tardes despúes de salir del tribunal donde laboraba. No sería el mejor
novelista del mundo, pero – sin dudas – construyó un universo que hizo eco.
Sería ¿Diario mínimo?, creo que con Supermán en la portada, de la que me
desprendí hace dos o tres años atrás, uno de los referentes más interesantes
que recuerde. Años sin leerlo, por cierto.
Guillermo de Baskerville y Adso de Melk, preguntan por
#UmbertoEco. QEPD.
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