Luis Barragán
Nada pasajera la crisis, la población sufre de frecuentes y novedosas virosis que, por lo general, trata de acuerdo al testimonio precedente que circula entre vecinos y relacionados, como en las redes digitales. Únicamente falta el reconocimiento oficial a un fenómeno que todos sentimos como masivo, al sabernos sojuzgados por cepas que, día tras día, mutan la noticia misma.
La escasa e inoportuna información y orientación oficial, temiendo por el reconocimiento del fracaso en el área de la salud, agrava la situación. Una radical incertidumbre sobre los virus, precauciones y tratamientos, tiene por amargo refuerzo la cada vez más difícil consulta con un galeno y el desabastecimiento de los medicamentos.
Lidiamos con cualquier afección, como podemos. Sabemos que las condiciones públicas de salubridad no son las mejores, procurando mantenerlas en casa en la medida que accedemos a productos de limpieza que digan resguardarnos en lo mínimo.
El Estado parece complacerse por la búsqueda afanosa de los elementos naturales que alivien nuestros trastornos, los que asume como efímeros y a lo mejor caprichosos. En lugar de la pastilla de rigor, el hipertenso o el diabético se amparan en el diente de ajo o en una copa de cocuy de penca, ingerida previa oración.
Toda aglomeración es tan sospechosa, como inevitable. Nos arriesgamos permanentemente, como si fuésemos protagonistas de aquel cuento del bachillerato: “A la deriva”, de Horacio Quiroga.
08/02/2016
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