domingo, 28 de febrero de 2016

LA SÉPTIMA CUERDA

De una curiosa crónica
Luis Barragán


A finales de 1966, desde París, Mario Matute Bravo escribe una breve y curiosa crónica sobre Los Beatles que algún día, mientras haya el tiempo necesario, incorporaremos a un ya viejo ensayo o, mejor, modesto borrador, referido al impacto del rock en Venezuela (https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero30/jbalza.html). El autor, a quien imaginamos en un exilio forzado, acusado de delatar el paradero de Fabricio Ojeda y, si tampoco recordamos mal, luego, partidario consumado de Augusto Pinochet, transmitió - por entonces - sus impresiones tras la decisión de un juez escocés que multó al padre de un jovencito de larga caballera (La Religión, Caracas, 09/12/1966).

Aseguró que la melena del cuarteto, ahora integrante de la Orden Británica,  simplemente constituía una herramienta de trabajo de la que se liberaba al volver a la intimidad, desprendido de la “ironía infantil”. Y, aunque lo parezca, no era tan absurdo el supuesto, en el contexto de una era que, por menos de cien años, hizo de la cabellera corta un emblemático sinónimo de lo varonil. Valga – precisamente – la coletilla, en el fondo, la larga cabellera desafiaba el corte militar en tiempos en los que no era tan común reconocer el derecho a la libre y entera disposición de la pelambre, pasando – por lo demás – de la sanción moral a la penal, como ocurrió a finales de la década aludida con la persecución de un famoso prefecto de  Petare contra la muchachada que faltaba a los usos y costumbres de la otra y hoy insospechada Venezuela.

En la otra e insospechada, los ingleses ya competían duramente con Billo’s, por ejemplo, para amenizar cualquier sarao, comenzando a radiarse con la definición de un “target” que más tarde autorizó a la creación de emisoras exclusivamente orientadas a la sonora juventud avant-garde. Apenas, hacia octubre de 1965, por vez primera en la televisión local, hubo una reseña fílmica de la banda de Liverpool, en los días que las cintas magnéticas o el toca-disco portátil eran una novedad, distantes todavía del video-clip y, más, de las redes sociales.

Curándose en salud, el cronista en cuestión aseveró: “… Cuando la fiebre haya pasado del todo, quizás llegue a reconocerse que la música no es tan mala como parece”. En medio de aquella explosión de modas (y modismos), era natural apostar por la provisionalidad de un grupo al que faltaba todavía poco menos de un año para un octavo e importante álbum, como “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”, dejando – así – constancia en notaría de sus búsquedas.

Investigando sobre otras materias,  conseguimos el texto de Matute Bravo que nos permite escapar un poco del fortísimo temario político de los días que corren y, a la vez, abundar un poco más en torno a un género musical que, al parecer, no puede más. Reconocidas sus virtudes, además, los arreglos de la banda inglesa, difícil de resistir cuando nuestra adolescencia y juventud coincidió con su también exitosa separación, permitieron fácilmente deslizarnos hacia otros grupos y, a la postre, a modo de ilustración, descubrir las excelencias de la música llamada clásica y del jazz.

Ilustración: Leland Castro.

29/02/2016

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