Luis Barragán
Recientemente, la Superintendencia de Bancos autorizó la cesación de actividades y operaciones del Banco Industrial de Venezuela. La breve reseña de una mera formalidad, pues, quebrada la entidad, solo queda la resignación, pasó inadvertida como todo el proceso que condujo a otra lamentable constatación: el desastre bancario del Estado.
A quienes también desempeñamos responsabilidades parlamentarias en el pasado período, debimos entendernos con el Industrial en relación al salario. Y constituyó una sorpresa, a pesar de todas las sospechas, indicios y denuncias que pesaban sobre él, un cierre de puertas que dejó en la calle a miles de trabajadores, junto a los jubilados, quienes ahora ingresan al túnel incierto de una lenta liquidación, en pugna con los depositantes y acreedores.
Trabajadores que llegaron a tomar la esquina de San Francisco en varias ocasiones, obligado paso hacia la sede de la Asamblea Nacional, intentando sensibilizar a los diputados del gobierno que muchas veces atendieron con la gentileza de una común militancia, fingida o convencida. No hubo ninguna respuesta e, incluso, algunos de ellos, en una oportunidad que impedimos los diputados de la oposición el maltrato de las autoridades para con los pacíficos protestatarios, nos confesaron un inmenso arrepentimiento, porque – aseguraban – supieron de varias operaciones delictivas de los privilegiados del poder.
En la presente etapa inédita de un país acogotado de los más variados y espinosos problemas que compiten por la atención de la opinión pública, el colapso del Industrial ha pasado por debajo de la mesa y, probablemente, muchas de las evidencias de una prolongada y asaz artera estafa a la nación, desaparecieron, están en vías de desaparecer o se encuentran traspapeladas en una madeja infinita. Lo cierto es que, reflotado artificialmente por todos estos años, el banco no dio para más y serán muchos los impunes beneficiarios que no asistirán a su funeral, porque están demasiado lejos del país disfrutando del fruto de sus tropelías financieras.
Quedan principalmente los trabajadores pendientes de lo que les deben y de buscar afanosamente un empleo, confiados en un sindicato que debe moverse demasiado para lograr las urgidas reivindicaciones en medio de la pavorosa crisis que aqueja el hogar de cada uno de los servidores públicos. Sobre todo, moverse para que entre en el historial bancario de un gobierno que despilfarró los más altos ingresos petroleros que ha tenido el país por siempre, contando e ideando empresas y mecanismos financieros que lo facilitaron, ya que – la más clara ventaja – no hubo parlamento ni contraloría que se conmovieran por la quiebra, deslizándose – apenas – como una nefasta anécdota.
15/02/2016
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