Luis Barragán
Excepto en los hogares y aulas, no contamos con la debida relación de los premios y castigos en una sociedad contaminada por la impunidad. Impotentes y cautelosos, solemos reivindicar nuestra indiferencia frente a toda conducta que, por defecto o exceso, arriesgue el poco sosiego cotidiano con el que contamos.
A veces, nos sorprende el reconocimiento dado o recibido, obrando la mezquindad como un dato cultural de la supervivencia. Sentimos la sensación de viajar en aquel barco que dio ocasión para una magnífica novela de Julio Cortázar, más que premiados, apremiados en popa por las conocidas circunstancias actuales.
El país que tuvo por huésped estelar a las televisoras locales, en cada uno de los hogares, celebraba el reconocimiento anual de sus artistas predilectos y la vieja prensa da cuenta de los premios, por cierto, competitivos entre sí, como el Guacaipuro de Oro, el Mara de Oro, o el Rafael Guinand, entre otros. Al pasar el tiempo, no por casualidad, naufragaron como no ha ocurrido en los países que tienen una vigorosa industria del entretenimiento que, año tras año, renuevan sus premiaciones anegando la aldea global.
Los premios nacionales de Literatura o Periodismo, por ejemplo, cuentan con la apatía generalizada y, sin que implique la inmediata descalificación de sus acreedores, sin dudas, ello obedece al sectarismo político e ideológico de sus concesionarios, quedando en el remoto recuerdo otros de carácter internacional como el Rómulo Gallegos o el Simón Bolívar. Muy pocos conocen hoy a los rigurosamente seleccionados por la Fundación Polar en el campo de la investigación científica o a la muchachada que destaca en las Olimpiadas de Matemáticas.
Coletilla: El régimen reconoce el monumental fracaso de la expropiación de Agro-Isleña, como suele ocurrir también con las medidas que improvisa respecto a numerosos inmuebles. Además, serio motivo de vergüenza, no se inmuta por el abandono del Sambil o la Torre de David en Caracas, luego de varios años, olvidando – más que las promesas de convertirlos en sedes de cuantas cosas se le ocurre – la urgencia misma invocada en el momento de la confiscación.
Fotografía: LB, Torre de David, desde Bellas Artes (Caracas, 05/02/2016).
Reproducción: Fina Rojas y Jesús Maella, Premios Rafael Guinand (Momento, Caracas, 1970).
08/02/2016
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