De la arquitectura antimotín
Luis Barragán
Décadas atrás, a la sede del parlamento nacional acudían los más variados sectores ciudadanos que anhelaban expresar sus inconformidades. Naturalmente, el descontento hallaba una importante resonancia en la representación popular. Sin embargo, en lo que va de siglo, la situación ha cambiado.
Gozan del visado solamente las movilizaciones orientadas a apoyar a los más altos personeros gubernamentales, persistiendo los grupos más o menos especializados en agredir física y verbalmente a la oposición. Inevitable, ha disminuido haciéndose también frecuente la incursión de quienes, a sabiendas de los concretos responsables de los problemas, demandan soluciones proclamando su adhesión al régimen.
Meses atrás, tuvimos ocasión de atender un poco más allá de las puertas del viejo Capitolio Federal, a un conjunto de atropellados venezolanos despedidos de una empresa petrolera del oriente, incluido un discapacitado que se sacrificó por llegar a la ciudad capital. Regresando a la sesión, tuvimos que rechazar la petición que nos hizo un efectivo de la Guardia Nacional para que le diésemos nuestro nombre y entidad federal representada.
Cada vez que hay sesión ordinaria, el dispositivo de seguridad del Palacio Legislativo establece la pauta en los alrededores. La inocultable militarización del lugar contribuye a una ambientación nada propicia para la atención respetuosa con las personas, propias y ajenas, que se acercan en la búsqueda de respuestas.
El sitio aparece asediado desde distintos flancos por grupos contestatarios y, específicamente, la plenaria del 16 de los corrientes, motivó la concurrencia de sendos grupos que las autoridades militares mantuvieron más lejos de lo acostumbrado, negada la posibilidad de ocupar y vocear frente a la puerta principal del complejo parlamentario. Hacia la puerta oeste, cerrada desde hace meses, a lo lejos vimos numerosas personas que gritaban bajo las banderas del PCV; y, reducidos a la parte superior de la puerta este, excesivamente controlados algunos que se ubicaron en la parte inferior que da a la Iglesia d San Francisco, parecían ya incontables quienes hacían severos reclamos a la gestión gubernamental, pidiendo ser tendidos por algún miembro de la bancada supeditada, dócil y vanidosa.
Muy distinto se presentó el escenario al de las vísperas de 1999, donde cualquier ciudadano podían perfectamente llegar al enrejado del Capitolio gracias al amplio y despejado bulevard entre las esquinas de Las Monjas a San Francisco. Ahora – suerte de arquitectura antimotín – deja apenas un pasadizo para los transeúntes, pues, con el socialismo saudí se ha convertido el tramo en un estacionamiento de ampliadas jardinerías y barreras portátiles que manifiestan muy bien los miedos a la ira popular de los augustos parlamentarios del oficialismo.
Sentimos en la Asamblea Nacional los temblores de la inquietud e indignación ciudadana que tanto atemoriza a los colegas del gobierno, así formalmente lo nieguen. En contraste con los opositores, suelen estar muy bien cuidados, guardaespaldados y vehiculados, deseando cada vez más distante la palabra y el gesto del abierto y creciente rechazo ciudadano.
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