EL NACIONAL - DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 1998 / PAPEL LITERARIO
Un humanista entre periódicos
Jesús Sanoja Hernández
Pantagruélico por glotón, a veces con pedazos de pan en los bolsillos como un Juan Vicente González del siglo XX; de prodigiosa memoria a la hora de citar a los clásicos y (re) citar a Darío, Lugones o Verlaine; desbordante en el latinear y en el origen y el sentido de la historia; defensor de un socialismo idealizado y disparatero en las expresiones, así lo conocí yo en los días finales de 1956. Cierto día, cuando divagaba sobre ideologías y actitudes políticas, me atreví a interrumpirlo, cuestionando su posición, y contra lo que esperaba, a la salida del aula, cuando me enrumbaba hacia el jardín que separaba a Humanidades de la que actualmente es la Escuela de Comunicación Social, me alcanzó para decirme: "Quiero hablar con usted".
Fue generoso, y creo (eran días de dictadura) que ni él ni yo olvidamos nunca aquel momento. Cuando más tarde inició sus Candideces en El Universal, fui el primero en anotar que el seudónimo llegaba vía Voltaire. Después, cuando lo premiaron no sé si con el Municipal de Prosa, lo elogié en el semanario Qué y en el quincenario En Letra Roja, y tanto no se le olvidó el gesto que siempre me asediaba para pedirme (¡mire que cualquier día muero!) un prólogo para algún futuro volumen de Candideces. El correspondiente a la decimosexta serie me lo dedicó así: "A Jesús Sanoja Hernández, honor de su profesor (maestro, no) con el afecto y aprecio de siempre. 29/II/1996". Debajo de la firma el sello con la dirección (Qta. Angelino. Av. Sur 10, Los Naranjos). Años antes, 1990, la dedicatoria de la decimocuarta serie insistía en lo que nunca pudo ser: que el prólogo del volumen XX se lo hiciera yo. Y no sé si fue en 1984 cuando me adjuntó un estudio sobre la poesía de Rafael Cadenas, desaparecido de la papelería, pero por fortuna recogido en El jardín de Bermudo. Calificaba a Rafael ("su nombre de arcángel tiene el lejano prestigio de la convivencia con Dios") de poeta ontológico y le daba un giro regional y costumbrista al poema de entrada de Cuadernos del destierro. No venía el poeta de un pueblo de comedores de serpiente sino de un pueblo de comedores de arepa.
Frecuente era verlo irrumpir en las reuniones literarias con un vozarrón que asustaba. Andaba, en los últimos tiempos, como desesperado, y su prosa misma como su poesía en los "olicornios", se fue haciendo más libre, soltando las amarras del clasicismo para volcarse en lo cotidiano, con lenguaje conversacional y a veces quevediano. El humanista se metió así en la vida callejera y empujó el idioma hacia la desacralización.
Es difícil encontrar un periodista-cronista-crítico literario que haya incursionado en tantos temas y estudiado tantos autores. Por sus artículos, que casi siempre tocaban los límites del ensayo, desfilaron fenómenos de la política como la democracia y la dictadura, las izquierdas y las derechas, el Frente Patriótico y los movimientos sociales, y pasaron, con precisiones y detalles, corrientes literarias y movimientos estéticos, grupos y tertulias, seres solitarios y seres tumultuarios, soledosos o expansivos.
Retrocediendo a 1956, para entonces ya tenía escritos varios libros. En mis manos cayó el más reciente, Razón y sinrazón (temas de cultura venezolana), editado en 1954, con una carta de Alfonso Reyes de abreboca, en la cual el maestro mexicano le confesaba: "Pocos habrán acertado como usted a plantarme la flecha en el centro mismo del corazón. Muchas gracias. Razón y sinrazón. Danza del espíritu, sí; bailar por encima de sí mismo, decía Zaratustra. Y si el mundo se nos derrumba, como en Horacio, pisar, impávidos, las ruinas".
Casi una década después, en 1965, Guerrero dio a conocer Perpetua heredad, donde incluyó algunos textos anteriores, aunque ampliados, como el que le dedicó a Zumeta, el autor de El continente enfermo y Las potencias y la intervención en Hispanoamérica, dos libros que unen al siglo XIX con el XX, e indispensables para entender cómo la globalización tuvo un antecedente económico en el imperialismo y en las relaciones de (inter) dependencia de América Latina respecto a EEUU. En la serie decimoquinta, Guerrero utilizó breves pensamientos, de índole sentenciosa como éste que posiblemente extrañe a la juventud Actual: "Nunca he visitado a Miami. No conozco a Disney World".
Ilustración: José María Durán Viana. Élite, Caracas, nr. 583 del 14/11/1936.
BREVE NOTA LB: No hallamos una fotografía adecuada de Luis Beltrán Guerrero, por no decir que ninguna en la red y, alfiler en pajar, tampoco en nuestros archivos. Por lo pronto, bien vale el autógrafo y lo que encontramos de Juan Vicente González.
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