martes, 23 de septiembre de 2014

ORGÜELIZARSE

Verdadanos de Malezas
Ox Armand

Poco antes de concluir el receso ucevista, un inteligente profesor instruyó por vía electrónica sus alumnos del todavía primer semestre: leer e interpretar a George Orwell y su “1984”, obra que se encuentra con facilidad en la red de redes, aunque lucen escasos los ensayos actualizados, pues, resulta casi imposible  explorar el extenso cementerio webeano.  El docente no está prefabricando una postura política determinada, sino – algo que se agradece – remitiendo a la muchachada a una literatura capaz de moverla a la reflexión o, puede decirse, forzarla a ella. Curiosamente, la novela inundaba décadas atrás nuestro pequeño mercado editorial y se la hallaba apenas con uno o tres años de reedición (¿el Club de Lectores?), en los remates más concurridos de libros.  Ahora, mientras haya la libre interconectividad, única ventana disponible, es posible saber hasta del propio autor como no ocurre con la Cuba fosilizada.

Enterándome de la tarea puesta a la distancia, recordé el estropicio del  ingenuo cuento que envié a un concurso de Pro-Venezuela. Finalizando la adolescencia, una persona amiga me estimuló para escribirlo. Por supuesto, muy lejos de ganarlo,  me lo devolvieron con un gigantesco signo de interrogación y,  una profesora de literatura del bachillerato, mostrando su gentileza, me comentó de las influencias de un García Márquez o un Cortázar (aunque no sabía aún del argentino).  El protagonista del relato que debe estar en algún rincón de mis viejos papeles, era Verdadano de Malezas. Tenía por ciudadanía la verdad y por patria, el estrago. Y, sí, por entonces, me había atragantado a Orwell y debieron pasar los incontables años para tomar consciencia de ello.

Fueron muchísimos los testimonios de sufrimiento bajo el socialismo real que recibieron por respuesta el escepticismo de sectores ideológicamente alucinados, por decir lo menos.  La CIA y otras agencias propagandísticas, se decía para levantar el rechazo, se había encargado de la gran mentira. Después, vino la caída del muro de Berlín, la que simbolizó la implosión del modelo soviético, y nunca más ocurriría algo semejante. Así lo juramos y así quedó como verdad establecida. Pero bastó el talento literario, la eficacia de una ficción creadora, el milagro del lenguaje que versionó  cabalmente una realidad inocultable, permaneciendo  la extraordinaria lección de “1984”. Con una dramática diferencia: la vivimos en la Venezuela del siglo XXI. Jamás habíamos pensado en algo semejante. Nunca quisimos sospechar que nos molería una situación tan parecida a la orwelliana.  Porque el Big Brother va más allá de las largas cadenas radiotelevisivas, deseándose un chequeador existencialmente biométrico. Esto es, monitoreándonos constantemente a través de lo más avanzado de la tecnología que el gobierno y sólo el gobierno es capaz de importar.  Falsificador de billetes (elaborados inorgánicamente en la maquinilla del Banco Central), lo es de la realidad toda, ya que donde hay una rara enfermedad dice salud y de la buena, incluida la persecución de los más valientes galenos.  Esgrime una completísima antología de eufemismos para nombrarnos y nombrarse, convertida la felicidad en una instancia ministerial. Y, campeón de los índices inflacionarios, propalador de la inaudita escasez, mienta el crecimiento económico con el talento estafador de unas cifras que únicamente se sienten en la pérdida absurda de las vidas humana. Pérdida que retrata una guerra de baja intensidad, como la llamaban los analistas estadounidenses en los ochenta.

Hay que acudir, mientras lo haya en Internet, a la obra de Orwell, a su testimonio de Catalunya que sirvió para edificar resueltamente su total desencanto, como a La rebelión de la granja. Puede decirse, “orgüelizarnos” urgentemente, porque lo que ocurre en Venezuela era un strike y un ponche suficientemente cantado. Y ojalá nos aproximemos a Andréi Amalrik, quien tempranamente se preguntó si la URSS sobreviviría a los ochenta.

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