domingo, 7 de septiembre de 2014

OBITUARIO (1)



EL NACIONAL, Caracas, 23 de septiembre de 2001 / Siete Días
Rómulo Betancourt: el saber político
Simón Alberto Consalvi

Rómulo Betancourt fue el primer político que vislumbró lo que el petróleo significaría en la historia de Venezuela. Pero más allá de esa percepción, comprendió, asimismo, lo que para un político significaba saber, conocer y comprender. Desde 1928, cuando apenas contaba 20 años y ya andaba en su primer destierro, Betancourt asumió el fenómeno petrolero como una de sus pasiones. Trabajador incomparable, no sólo fue el primero, sino el más consistente en su tenacidad. 1928 fue para él un hito vital: salió para el destierro, huyendo de Juan Vicente Gómez. Para Venezuela fue también un momento estelar en la explotación del petróleo, pues con todo lo incipiente que pudiera ser para entonces, en el 28 se calificó como primer exportador mundial. La historia no debe quedarse en la comprobación de que Betancourt fue el primero de los políticos que consideró indispensable el conocimiento del petróleo, sino que supo también vincularlo al proceso histórico venezolano y a sus implicaciones. Como político, Betancourt fue excepcional. No conozco de otro que asumiera la política como un ejercicio cotidiano de estudio. Lo que se dice de Betancourt y del petróleo, puede decirse (mediante las comprobaciones necesarias) sobre los problemas fundamentales de Venezuela. Como no fue un político ágrafo, dejó innumerables testimonios de sus desvelos y de su sabiduría. De aquel Rómulo Betancourt del primer destierro, escribió Mariano Picón-Salas: “Ese joven de 20 años descubría las necesidades de Venezuela y los métodos con que debe organizarse un Estado moderno con una clarividencia, un rigor y fervor a que no estábamos acostumbrados”. “Con Alberto Adriani, (continúa el gran ensayista), que se le adelantaba en 10 años y en 1929 iba ya por la treintena, me pareció Betancourt en ese instante uno de los jóvenes que sabían pensar sobre los problemas de nuestro país con más comunicativa y desgarrada claridad. Se destacaba en él su enorme capacidad de lectura y de síntesis, y su curiosidad no sólo por la Economía, la Historia y la Política, sino por los más varios problemas humanos, y la enérgica expresividad de su prosa”. Así escribió Picón-Salas en su ensayo El Rómulo de aquí (en 1964). No eludió las referencias al estilo de Betancourt, ni sus metáforas audaces: “Desconfiad, aunque sean muy puristas y académicas, de aquellas cabezas a las que no se les ha ocurrido nunca una metáfora. El mundo no se soporta sin un poco de transformación poética, y Rómulo Betancourt, ducho en muchas cosas, también conoce estas brujerías lingüísticas”. De este perfil conviene, ahora, resaltar el “saber pensar” que el político aprendió desde muy joven, en el ejercicio y la reflexión. Lo puso de manifiesto, entre otros menesteres, con el petróleo, desde las páginas de una República en venta hasta su obra capital, Venezuela, política y petróleo. En 1975, Betancourt escribió su ultimo texto sobre el tema, Venezuela, dueña de su petróleo, el cual leyó como senador vitalicio en el Congreso, en el curso del debate sobre la nacionalización de la industria. Fue editado entonces por Catalá / Centauro Editores, enriquecido con otro texto del ex Presidente: “El petróleo, fuente energética insustituible”, publicado en la revista Visión en 1972. Además, un recuento de la editorial: “Rómulo Betancourt y una de sus pasiones de hombre público: la venezolanización del petróleo”. El editor consideró pertinente añadir, como apéndices documentales, el “Voto salvado del Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo, en el debate sobre la Ley de Hidrocarburos de 1943”, y el “Voto salvado de la minoría unificada” en aquella ocasión, porque Betancourt había hecho referencia a ellos en su recuento histórico. Cuando Betancourt habló por última vez de petróleo, lo hizo ya desde la perspectiva privilegiada del estadista en retiro. A los 56 años entregó la presidencia al sucesor, en 1964. Tuvo la inteligencia de no juzgarse a sí mismo como “el hombre necesario” o el indispensable, y demostró que su ambición política, dominante a lo largo de sus 73 años de vida, no era una ambición de poder personal. Durante algún tiempo jugó con el enigma de si aspiraba o no a la reelección, hasta que abrió el juego, y dijo que le bastaba haber sido Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno y Presidente Constitucional. De modo que Venezuela, dueña de su petróleo tiene, entre muchas otras, la virtud de la mirada en retrospectiva. De la mirada despojada de interés individual, pero, sin duda alguna, de la mirada de quien consideraba que no había arado en el mar, y que con la nacionalización de la industria de los hidrocarburos culminaba un proceso en el cual él había sido protagonista de primera magnitud.
El ex Presidente intentó entonces una síntesis de su saber petrolero. No eludió algunos perfiles del autorretrato. Advirtió: “...No van ustedes a oír la exposición de un experto de Oklahoma (...) sino a un hombre que desde 1928, cuando salió al exilio, hasta hoy, ha seguido estudiando con el mayor interés y dedicación el tema petrolero, por considerar que la vida económica, política, social y cultural de nuestro país ha venido girando, y gira todavía, en torno del petróleo. Y, además, con la experiencia práctica de quien en dos oportunidades, de 1945 a 1948 y de 1959 a 1964 (...) ha manejado las relaciones Estado-industria”. No había estudiado en la meca petrolera de Oklahoma (donde se formaban los grandes técnicos), sino en medio de los avatares del exilio, huyendo de país en país de los tentáculos ubicuos de Juan Vicente Gómez. Betancourt recontó la historia del petróleo venezolano, desde la experiencia de la Petrolia del Táchira, en las postrimerías del siglo XIX. Una pequeña empresa andina que apenas logró producir 60 barriles diarios, y se cerró en 1912 por falta de capital. El gran negocio sería para otros, bien preparados y más avezados. Después el relato pasó a The New York & Bermúdez Company, la explotación del asfalto en el lago de Guanoco, y la Revolución Libertadora del general Manuel Antonio Matos contra Cipriano Castro, cuando el petróleo comenzó a terciar en la política, y los grandes intereses mundiales vislumbraron la potencialidad de Venezuela. Betancourt relató con detenimiento la era de Gómez, las guerras por el petróleo, las rivalidades de los grandes trusts en Venezuela, la fiesta gomecista de las concesiones, las leyes petroleras de la dictadura. Resaltó la personalidad del ministro Gumersindo Torres, quien contra viento y marea defendió los intereses venezolanos con probidad. Muerto el general, se inició en el país un tiempo diferente. Betancourt analizó la Ley de Hidrocarburos de 1943, la política petrolera del fifty-fifty de 1945, la fundación de la OPEP y el papel relevante de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Betancourt se distinguió por el saber político, por el conocimiento y la comprensión de Venezuela. No en balde, desde muy joven, andaba con los 15 tomos de la Historia contemporánea de Venezuela a cuestas, como bitácora de su propia navegación.

EL NACIONAL, Caracas, 23 de septiembre de 2001 / Siete Días
Rómulo Betancourt aún busca su lugar en la Historia
Por encima de las tumbas adelante
Pocos hombres, en todo el devenir de la Venezuela contemporánea, vivieron tan profundamente en la controversia y la polémica como Rómulo Betancourt. Comienza apenas el tiempo, a dos décadas de su desaparición, para explorar sin apasionamientos los avatares de una trayectoria de activismo político que nunca conoció ni otorgó cuartel, y de una obra que sin duda es piedra angular en la fundación y en el destino de nuestra democracia. A la luz de la distancia, y especialmente ahora que acaba de fallecer “el último dictador del siglo XX” (como significativamente tituló este diario la muerte de su acérrimo enemigo Marcos Pérez Jiménez), quizá haya llegado el momento de asumir que ya en las páginas de Venezuela, política y petróleo se dibujaba el primer estadista de la centuria. Cuatro estudiosos de la realidad venezolana dan aquí sus opiniones sobre esta figura fundamental para la comprensión del pasado y el presente, en un juicio preliminar al cual se suman, en la página anterior, los criterios de Simón Alberto Consalvi
Luis José Oropeza

El legado fundamental
Rómulo Betancourt fue siempre un combatiente infatigable. De allí que para mirar su faena con imparcialidad y con un sentido crítico que nos sea fecundo desde la perspectiva peculiar de las circunstancias que vivimos, es imperativo, en la inclemencia de estos tiempos, tratar de ponderar el juicio sobre su trayectoria pública, al margen del escenario de la confrontación política contemporánea. De esa manera intentamos librarlo del fuego voraz de las pasiones conflictivas del momento, que pudieran conducirnos a un debate encendido y estéril, sectario y abandonado de la indispensable objetividad.
Hacer paralelismos con líderes viejos o nuevos de nuestra accidentada controversia partidaria, especular sobre lo que pudo haber emprendido y lo dejó inconcluso y a la deriva entre los obstáculos de su lucha, reexplorar los momentos cruciales de su faena cuando, en una coyuntura al parecer entonces inescapable, decidió acompañar su suerte a la de una asonada militar, sería conducirnos hacia una investigación no sólo reiterativa, sino también infecunda y baldía en la realidad presente. Bastante es señalar, para no ser indiferentes con el deber de resaltar la responsabilidad moral rectificadora de su conciencia histórica, cómo con el paso del tiempo llegó a ser un objetivo incansable de sus luchas políticas el insistir, en una prédica constante, para que aquel expediente del desempeño arbitrario de las armas quedara definitivamente clausurado junto con las prácticas y los usos de las tradiciones inciviles en la América Latina. Estos y muchos otros son temas capitales que han sido revisados con profusión, y segu
amente en el futuro inmediato y lejano, la incesante vocación crítica de la inteligencia nacional jamás dejará de seguir revisando. Liderazgo colectivo En esta ocasión en que se cumplen 20 años de su ausencia y 70 de la vida del partido que fundara, creemos más provechoso y útil abordar algunas ideas que bien sabemos no dejaron nunca de inquietar a sus angustiados afanes modernizadores en la conducción de la política venezolana. Una fue la necesidad de forjar una democracia montada sobre los fundamentos de una sociedad presidida siempre por un liderazgo colectivo, expresado en el concurso de individualidades que supiesen interpretar los valores y sentimientos más genuinos de nuestro pueblo. Y para lograrlo no sólo consideró necesario contar con la participación de una generación excepcional, acuciosa y visionaria, sino con movimientos institucionales inspirados en la fuerza de una comunidad en la que no escasearan los hombres bien formados, de visión clara y cabal, identificados con una misión dirigida a construir en este país un gran destino colectivo. Por eso se empeñó en crear partidos políticos, en construir el que conducirían sus aliados y en propiciar y facilitar la formación de otros que le adversarían de manera implacable, para así imprimirle a la confrontación social y política, la seguridad de un juego político diversificado y plural.
El tratar de sustituir el liderazgo individual por una mayoría aclamacionista autodesignada como interprete exclusivo de la “voluntad general”, fue para su visión penetrante y sagaz de nuestra realidad un engaño fraudulento y pernicioso. Sabía bien Betancourt que la democracia que se empeñó en forjar, como el pasado histórico de otras experiencias, cuando fuese observada desde la cumbre de los más apartados horizontes, sería juzgada esencialmente por la calidad de sus líderes, y la de éstos, por la calidad de su visión sobre el país que aspiraban a construir.
Ninguna lección asimiló tan tempranamente como su vocación de rechazo a la histórica amenaza del despotismo. Porque fue antigomecista implacable, quiso como pocos que la voluntad de un hombre jamás llegase a ser la única instancia válida en las decisiones colectivas de este país. Y como su lucha contra la autocracia fue su gran cruzada, no comulgó jamás con los poderes absolutos detentados por muchos o por pocos: ni por una mayoría absoluta sin personalidad definida, que siempre unos cuantos manipularían y la tornarían en populismo ciego o en invertida o falsificada oligarquía, ni por un consejo de sabios y aristócratas, ni menos aún, por un césar férreo, indiscutido y único.
El individuo y el Estado
Y algo existe aquí que es pertinente señalar. No obstante ser un despiadado enemigo del despotismo, no llegó nunca a precisar con igual urgencia la necesidad de restringir el “despotismo del Estado”, de limitar la discrecionalidad del poder para defender al individuo del Estado y exaltar con mayor vigor el potencial de los recursos de la sociedad civil. No es aventurado presumir que, como todos los hombres de su generación y en las posteriores, estuvo tremendamente impactado por los modelos leninistas de los partidos políticos, que en su esencia se conformaron como brazos activos del Estado y no como agentes de la participación social e intermediarios de los intereses colectivos, no pocas veces reñidos con el Estado. Lo grave no es un error inducido ayer por tan obstinada intransigencia doctrinaria de principios y mediados de siglo. Pero lo imperdonable hoy es incurrir en aquel mismo desatino después que la estatua de Lenin lleva más de una década desterrada de la Plaza Roja.
Por esto y por tantas otras cosas que se escapan a la brevedad de estas notas, la trayectoria política y moral del liderazgo de Rómulo Betancourt, tanto en la trascendencia indiscutible de sus aciertos, como en la mesurada significación rectificadora de sus errores, es y será para las actuales y venideras generaciones venezolanas una fuente inagotable de enseñanzas perdurables, un faro para iluminar el rumbo entre las oscuras tormentas de la democracia nuestra, un guía perenne que ni sus amigos ni sus enemigos podrán dejar de mirar para entender mejor a Venezuela.
De las ideologías al institucionalismo
Juan Carlos Rey
Si nos propusiéramos evaluar la capacidad de un político por su habilidad para conquistar y conservar el poder del Estado, y tratásemos de medir tal capacidad a través de indicadores tales como el tiempo durante el cual controló el Gobierno y la cuantía de recursos de todo tipo de los que dispuso, sin duda que varios presidentes venezolanos, tanto de la época predemocrática como de la democrática, superarían ampliamente a Rómulo Betancourt. Pero si atendemos a la influencia que han llegado a ejercer sobre la política nacional y a su capacidad para señalar nuevos rumbos al Estado y para crear instituciones y formas políticas perdurables, muy pocos políticos, en toda la historia de Venezuela, se le podrían comparar.
Entre tales instituciones está, ante todo, Acción Democrática, el primer y más importante partido de masas de Venezuela, que durante más de 50 años mantuvo una hegemonía indiscutible y sirvió de modelo para todas las otras organizaciones políticas que han tenido alguna figuración importante en el país. Ahora bien, pese a las extraordinarias dotes personales de Betancourt, que le permitieron ejercer un liderazgo en gran parte carismático, hay que tener un cuenta que tal liderazgo se canalizó a través de un partido político moderno, AD. Y aunque Betancourt fue el principal creador y máximo líder de dicha organización, ejerciendo sobre ella una influencia en muchas ocasiones determinante, no hay que olvidar que AD era una organización moderna, que contaba con una dirección de la que formaban parte verdaderos colosos políticos, dotados de una autoridad política e intelectual poco común, y cuyas decisiones se tomaban tras un debate colectivo y no eran simples aclamaciones de las ocurrencias del líder máximo. En el pensamiento –y sobre todo en la praxis política– de Rómulo Betancourt, las funciones a cumplir por los partidos políticos en y para la democracia –ante todo las de AD, pero también las de los otros partidos democráticos– fueron objeto de su especial atención, hasta el punto de ser artífice y principal responsable de las dos modalidades, muy diferentes entre sí, que éstos adoptaron en la Venezuela del siglo XX, como intentos de hacer posible el funcionamiento de la democracia.
Origen ideológico
En sus orígenes, el sistema venezolano de partidos se caracterizó por una orientación predominantemente ideológica, de acuerdo con la cual el objetivo fundamental de la organización era la realización del programa que respondía a su ideología, aun a costa de poner, con ello, en grave riesgo las probabilidades de conquistar el poder, o de conservarlo una vez conquistado. Esta orientación, que prevaleció durante el trienio 1945-48, era compartida por AD y especialmente por Copei, pero su fracasó quedó demostrado con el golpe de Estado de ese último año, prueba de su incapacidad para hacer que la democracia funcionara y se mantuviera. Pero a partir de 1958, como consecuencia de la lección aprendida con el fracaso de la Revolución de Octubre y con los 10 años de dictadura que siguieron, se produjo un importante cambio en la orientación de los partidos, que dejaron de ser principalmente ideológicos y pasaron a ser predominantemente institucionales, de modo que su nuevo objetivo fundamental va a ser, en adelante, el mantenimiento del régimen democrático, aun a costa de renunciar a la inmediata realización de los objetivos ideológicos y programáticos o de disminuir las probabilidades de éxito electoral. Este cambio es muy visible en la nueva actitud de Rómulo Betancourt, que no sólo estuvo dispuesto a enfrentar e incluso favorecer la división del propio partido, sino que propició el fortalecimiento de su tradicional enemigo, Copei, disminuyendo con ambas medidas las probabilidades del triunfo electoral de AD, con tal de que con ello la democracia perdurara. En principio, se suponía que la posposición de los objetivos ideológicos y programáticos era un expediente temporal, que debía cesar tan pronto como desaparecieran las amenazas directas a la democracia, representadas por una derecha militar y una guerrilla izquierdista, que inicialmente fueron el principal peligro para que perdurara. Pero una vez que desaparecieron tales amenazas –lo cual ocurre en los inicios de la primera presidencia de Caldera–, se produce en los partidos políticos una nueva transformación, en la que se abandonan las preocupaciones por la preservación de la democracia, sin que se recuperen los objetivos ideológicos.
Ocaso pragmático
Los principales partidos se convierten en catch-all parties, que ya no se oponen en función de diferencias ideológicas que se expresan en programas de gobierno también diferenciados, sino que se limitan a una pura competencia por el éxito electoral, en la que la única función del programa y de las ofertas al electorado es el tratar de maximizar los votos que se obtendrán. Esto lleva a una abdicación de la responsabilidad de los partidos y a una desnaturalización o perversión de sus funciones, pues renuncian a la conducción y liderazgo y se convierten en receptáculos vacíos, sin preferencias propias, que se limitan a recoger los resultados que les proporcionan las encuestas de opinión pública para acomodar sus ofertas a las que parecen ser las preferencias de la mayoría. Cuando el partido se orienta pragmáticamente, el poder ya no es un mero medio para la realización del programa, sino que se convierte fundamentalmente en fuente de recompensas y satisfacciones personales para la militancia. Y si el peligro de los partidos eran las pugnas ideológicas, que podían dar lugar a divisiones, ahora la organización se “fraccionaliza”, dividiéndose en grupos de escasa duración y ninguna estructura, que se limitan a expresar conflictos personales y representan luchas mezquinas e interesadas por puestos y emolumentos. Y junto a ello, la corrupción se generaliza.
Betancourt pudo observar, al final de su vida, con impotencia y desesperación, el proceso de deterioro y degeneración en que esas organizaciones habían incurrido, que afectaba a la propia AD. Los 20 años de la muerte del gran líder no sólo son motivo propicio para recordar sus grandes logros, que fueron numerosísimos, sino también sus frustraciones y –por qué no decirlo– sus fracasos. Entre estos últimos está lo ocurrido con los partidos políticos, que más allá y antes que un derrumbe electoral, constituye un derrumbe de las funciones que se deben cumplir en una democracia.
Política y petróleo
Jesús Sanoja Hernández
Rómulo Betancourt, desde el comienzo de su vida política, hizo del petróleo tema central de su pensamiento económico. Pueden anotarse seis períodos en la ecuación Betancourt – Petróleo. Pasemos a examinarlos.
Etapa del primer exilio. Betancourt, después de los sucesos del año 28, incluido el complot del 7 de abril, salió al exilio, donde se aprovisionó de literatura política y económica, muy escasa o inexistente en Venezuela. Entre los libros por él frecuentados figuraron La diplomacia del dólar, “de los economistas yanquis Scott Nearing y Joseph Freeman”, y We fight for oil, de Ludwell Denny. Sostenía entonces, 1932, en su folleto Con quién estamos y contra quien estamos, que Venezuela, con Gómez, era una factoría yanqui.
Visión opositora: 1936-1945. Desde su retorno a Venezuela hasta la Revolución de Octubre (1945), Betancourt fue sedimentando conocimientos y perfilando su proyecto petrolero, en el cual jugó papel de primer orden –y seguiría jugándolo en todas las circunstancias– Juan Pablo Pérez Alfonzo. En el Congreso, a través de los parlamentarios de la minoría unificada, AD cuestionó aspectos fundamentales de la política petrolera de Medina Angarita, como la participación decreciente del Estado en 1942 con respecto a 1941. Pero el más decisivo acto de AD fue el documento de la minoría unificada en que se atacaban varios puntos de la Ley de Hidrocarburos de 1943.
El plan de ocho puntos
Los cambios: 1945-1948. Durante el trienio de gobierno adeco, las innovaciones en materia petrolera fueron muy importantes, siempre promovidas por la llave Betancourt-Pérez Alfonzo. El primero, en su conocido libro Venezuela, política y petróleo, señaló que al llegar AD al poder actuó certeramente, sin improvisaciones, en materia petrolera. Como en 1941, AD y Betancourt consideraron no viable la nacionalización petrolera. La Junta Revolucionaria armó un plan de ocho puntos, entre los cuales destacaban el aumento impositivo a las compañías, la concurrencia al mercado internacional para vender directamente las rega-lías, el cese del otorgamiento de concesiones, la industrialización de la mayor parte del petróleo venezolano dentro del país (sic), la política conservacionista, la reinversión de una parte de las utilidades de las compañías, las mejoras contractuales de tipo laboral y la inversión de un parte de los beneficios “en una economía diversificada y propia, netamente venezolana’’ (sic). Adicionalmente, el 31 de diciembre de 1945 la Junta Revolucionaria decretó un impuesto extraordinario de 89 millones de bolívares sobre beneficios de las compañías.
Durante la corta gestión de Gallegos se estudió la instalación de una refinería estatal, “con capital nacional o mixto”, y se puso en marcha (12-11-1948) el “mitad-mitad’’ o “50/50’’. Derrocado éste, desde un comienzo el nuevo régimen, de tipo castrense, dejó entrever que frente a la tesis de AD de “no más concesiones’’ se abría la posibilidad de nuevos otorgamientos.
La oposición a la política de la dictadura. Como en efecto sucedió, pues el 12 de enero de 1955 el ministro de Minas e Hidrocarburos, Luongo Cabello, anunció la apertura del proceso concesionario que, según Betancourt, entregó 520.000 hectáreas de la flor y nata de la zona petrolera del país, a cambio de proveer las arcas nacionales con 2,5 millardos de bolívares. Por su parte, Pérez Alfonzo señaló la posibilidad de que tales contratos fuesen declarados írritos al advenir un régimen democrático. Y el vocero de AD en el destierro, Venezuela Democrática, calificó las nuevas concesiones de “hecho criminal’’.
La OPEP: el gran éxito
La política oficial de 1959 a 1964. Apenas electo Presidente en diciembre de 1958, Betancourt se encontró con una insólita situación de hecho: el presidente encargado Edgar Sanabria sorprendió con el Decreto 476, que contemplaba un aumento en los impuestos hasta llegar nada menos que a una proporción de 66/34 en la participación del Estado en las utilidades de la industria. Betancourt, al tomar posesión el 13 de febrero de 1959, disfrutaría de la impensada herencia.
Betancourt-Pérez Alfonzo no declararon írritas las concesiones, pero se mantuvieron firmes, como los expertos petroleros del régimen, en la política de “no más concesiones’’, pese a la opinión de quienes las pedían a gritos o de aquellos que, como Uslar, proponían una vía alternativa.
El gran éxito de la estrategia Betancourt-Pérez Alfonzo fue el papel jugado por Venezuela en la creación de la OPEP, al impulsar –con Al-Tariki, de Arabia Saudita– este cartel destinado fundamentalmente a la defensa de los precios. Fue aquella la primera gran concertación entre Venezuela y Medio Oriente, representado éste por Irán, Irak y Kuwait. El acuerdo tiene fecha: 14 de septiembre de 1960. Betancourt apuntó cierta vez que el proyecto, concebido en 1945, había cristalizado 15 años más tarde.
Los años finales. El discurso de Betancourt en la sesión del Congreso del 29 de agosto de 1975, con motivo de la nacionalización petrolera, fue lo más relevante que en la materia hizo desde su salida de Miraflores. Repasó nuestra historia petrolera y defendió lo que antes había considerado inoportuno. Si a CAP le correspondió la nacionalización, a él le había correspondido la OPEP. Justamente, en aquel 1975, la OPEP parecía invencible. Muerto Betancourt en septiembre de 1981, no logró ver el desplome de 1983, pero sí el triunfo de su proyecto.
20 años después
Germán Carrera Damas
Se cumplen 20 años de la muerte de Rómulo Betancourt. Un denso pero comprensible silencio amenaza con envolver la fecha, quizás parte del esfuerzo por desdibujar la significación de su obra. Sin embargo, no ha disminuido su presencia en la Venezuela actual. Aparente contradicción que pide una explicación. Esta se basa en el rasgo distintivo de la vida de R. B.: consistió en su dedicación a la democracia y en la decidida promoción de los instrumentos que condujeron a su establecimiento.
La dedicación de R. B. a la democracia rigió su concepción pedagógica de la política, practicada en la formación de su partido y en la dotación democrática básica de la sociedad, configurada hasta su ingreso consciente a la vida política sobre patrones impuestos de autoritarismo y docilidad.
Su enseñanza de la democracia comenzó por aprenderla. Se atrevió a pensar libremente sobre la política y la economía, cuando quienes lo rodeaban consultaban el catecismo marxista-stalinista. Este primer gran pecado, cometido con éxito a la vista de todos, lo volvió aborrecible por quienes no tuvieron semejante coraje intelectual.
Su enseñanza de la democracia se fundó en una inspirada confianza en que la vocación democrática esencial del pueblo venezolano sólo aguardaba la oportunidad de manifestarse. Al promover la apertura de la sociedad, dando culminación a las ancestrales luchas de pardos y ex esclavos por la igualdad, y satisfaciendo las ansias de participación de mujeres y jóvenes, sentó las bases de la que será una sociedad democrática.
Consolidar, no ejercer
Pero fue el sino de la vida de R. B. que no alcanzase a vivir la democracia que impartió y promovió.
Su etapa de combatiente contra la dictadura militar de Juan Vicente Gómez Chacón, más apasionado por Venezuela que Chávez, pues quiso cogérsela toda, fue la de un oscuro y pretencioso, pero tenaz y creativo, aspirante al liderazgo.
Su primer ejercicio del poder fue una carrera veloz y hasta desesperada contra los arraigados atavismos sociales, que produjo, sin embargo, dos resultados perdurables: la siembra de la democracia y la confirmación de la desconfianza de R. B. en los militares, como estamento, cuando de democracia se trata.
Su segundo ejercicio del poder dejó el saldo de que no pudo gobernar con arreglo a los valores que impartía. Visto a relativa distancia, pareciera que R. B. entendió que su papel no era el de practicar la democracia sino el de establecerla, defenderla y consolidarla.
El segundo gobierno de R. B. arrojó un déficit considerable en cuanto al ejercicio de la democracia en aspectos fundamentales de los derechos políticos y humanos. Pareciera que él entendió su misión en función de las otras tres determinaciones.
Es decir, su objetivo fundamental era establecer la democracia, retomando el curso interrumpido por el militarismo tradicional en 1948. Esto requería fundar y desarrollar la institucionalización de la vida política, de allí que se mantuviera abierta la puerta a la participación política incluso a los más tenaces adversarios y enconados enemigos.

Es decir, actuó convencido de que su papel histórico no consistiría en gobernar democráticamente sino en defender la democracia, incipiente y acosada a la vez por el militarismo tradicional, la subversión y el terrorismo guerrillero, y por la intervención del gobierno cubano, en medio de adversas condiciones socioeconómicas. La estrategia seguida demostró su eficacia en el hecho de que esos factores, que llegaron a estar mancomunados, fueron derrotados militar, policial y políticamente.
Lo animó igualmente la convicción de que debía consolidarse la democracia desalentando la repetición de confabulaciones como aquélla de la que fue partícipe en 1945 para derrocar el último acto de la dictadura andino-gomecista. El Pacto de Punto Fijo es hoy condenado por los excluidos, y desvirtuado por una lectura sesgada de su primordial propósito de prevenir lo que hoy vivimos, es decir, la mezcolanza del militarismo tradicional con civiles que le sirviesen de mampara. En suma, elementos suficientes como para ver en Rómulo Betancourt el auténtico gobernante democrático del siglo XX venezolano, al igual que para comprender el denso silencio que amenaza con envolver su memoria al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte.

NOTA LB: Escribe Omar Astorga: “Betancourt es el conspicuo representante del culto a os hechos y a la naturalidad del progreso que encerraba la industria petrolera; culto que desplazó al que se tenía por la geografía, la raza y el clima, siguiendo, a pesar de ello, las mismas líneas interpretativas desde las cuales se había constituido el pensamiento venezolano de comienzos de siglo” (“El mito de la legitimación. Ensayos sobre política y cultura en la Venezuela contemporánea: 1945-1964”, UCV, Caracas, 1995: 140).

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