EL NACIONAL, Caracas, 23 de septiembre de 2001 / Siete Días
Rómulo Betancourt: el saber político
Simón Alberto Consalvi
Rómulo Betancourt fue el primer político que vislumbró lo
que el petróleo significaría en la historia de Venezuela. Pero más allá de esa
percepción, comprendió, asimismo, lo que para un político significaba saber,
conocer y comprender. Desde 1928, cuando apenas contaba 20 años y ya andaba en
su primer destierro, Betancourt asumió el fenómeno petrolero como una de sus
pasiones. Trabajador incomparable, no sólo fue el primero, sino el más
consistente en su tenacidad. 1928 fue para él un hito vital: salió para el
destierro, huyendo de Juan Vicente Gómez. Para Venezuela fue también un momento
estelar en la explotación del petróleo, pues con todo lo incipiente que pudiera
ser para entonces, en el 28 se calificó como primer exportador mundial. La
historia no debe quedarse en la comprobación de que Betancourt fue el primero
de los políticos que consideró indispensable el conocimiento del petróleo, sino
que supo también vincularlo al proceso histórico venezolano y a sus
implicaciones. Como político, Betancourt fue excepcional. No conozco de otro
que asumiera la política como un ejercicio cotidiano de estudio. Lo que se dice
de Betancourt y del petróleo, puede decirse (mediante las comprobaciones
necesarias) sobre los problemas fundamentales de Venezuela. Como no fue un
político ágrafo, dejó innumerables testimonios de sus desvelos y de su
sabiduría. De aquel Rómulo Betancourt del primer destierro, escribió Mariano
Picón-Salas: “Ese joven de 20 años descubría las necesidades de Venezuela y los
métodos con que debe organizarse un Estado moderno con una clarividencia, un
rigor y fervor a que no estábamos acostumbrados”. “Con Alberto Adriani,
(continúa el gran ensayista), que se le adelantaba en 10 años y en 1929 iba ya
por la treintena, me pareció Betancourt en ese instante uno de los jóvenes que
sabían pensar sobre los problemas de nuestro país con más comunicativa y
desgarrada claridad. Se destacaba en él su enorme capacidad de lectura y de
síntesis, y su curiosidad no sólo por la Economía, la Historia y la Política,
sino por los más varios problemas humanos, y la enérgica expresividad de su
prosa”. Así escribió Picón-Salas en su ensayo El Rómulo de aquí (en 1964). No
eludió las referencias al estilo de Betancourt, ni sus metáforas audaces:
“Desconfiad, aunque sean muy puristas y académicas, de aquellas cabezas a las
que no se les ha ocurrido nunca una metáfora. El mundo no se soporta sin un
poco de transformación poética, y Rómulo Betancourt, ducho en muchas cosas,
también conoce estas brujerías lingüísticas”. De este perfil conviene, ahora,
resaltar el “saber pensar” que el político aprendió desde muy joven, en el
ejercicio y la reflexión. Lo puso de manifiesto, entre otros menesteres, con el
petróleo, desde las páginas de una República en venta hasta su obra capital, Venezuela,
política y petróleo. En 1975, Betancourt escribió su ultimo texto sobre el
tema, Venezuela, dueña de su petróleo, el cual leyó como senador vitalicio en
el Congreso, en el curso del debate sobre la nacionalización de la industria.
Fue editado entonces por Catalá / Centauro Editores, enriquecido con otro texto
del ex Presidente: “El petróleo, fuente energética insustituible”, publicado en
la revista Visión en 1972. Además, un recuento de la editorial: “Rómulo
Betancourt y una de sus pasiones de hombre público: la venezolanización del
petróleo”. El editor consideró pertinente añadir, como apéndices documentales,
el “Voto salvado del Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo, en el debate sobre la Ley de
Hidrocarburos de 1943”, y el “Voto salvado de la minoría unificada” en aquella
ocasión, porque Betancourt había hecho referencia a ellos en su recuento
histórico. Cuando Betancourt habló por última vez de petróleo, lo hizo ya desde
la perspectiva privilegiada del estadista en retiro. A los 56 años entregó la
presidencia al sucesor, en 1964. Tuvo la inteligencia de no juzgarse a sí mismo
como “el hombre necesario” o el indispensable, y demostró que su ambición
política, dominante a lo largo de sus 73 años de vida, no era una ambición de
poder personal. Durante algún tiempo jugó con el enigma de si aspiraba o no a
la reelección, hasta que abrió el juego, y dijo que le bastaba haber sido
Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno y Presidente Constitucional.
De modo que Venezuela, dueña de su petróleo tiene, entre muchas otras, la
virtud de la mirada en retrospectiva. De la mirada despojada de interés
individual, pero, sin duda alguna, de la mirada de quien consideraba que no
había arado en el mar, y que con la nacionalización de la industria de los
hidrocarburos culminaba un proceso en el cual él había sido protagonista de
primera magnitud.
El ex Presidente intentó entonces una síntesis de su saber
petrolero. No eludió algunos perfiles del autorretrato. Advirtió: “...No van
ustedes a oír la exposición de un experto de Oklahoma (...) sino a un hombre
que desde 1928, cuando salió al exilio, hasta hoy, ha seguido estudiando con el
mayor interés y dedicación el tema petrolero, por considerar que la vida
económica, política, social y cultural de nuestro país ha venido girando, y
gira todavía, en torno del petróleo. Y, además, con la experiencia práctica de
quien en dos oportunidades, de 1945 a 1948 y de 1959 a 1964 (...) ha manejado
las relaciones Estado-industria”. No había estudiado en la meca petrolera de
Oklahoma (donde se formaban los grandes técnicos), sino en medio de los
avatares del exilio, huyendo de país en país de los tentáculos ubicuos de Juan
Vicente Gómez. Betancourt recontó la historia del petróleo venezolano, desde la
experiencia de la Petrolia del Táchira, en las postrimerías del siglo XIX. Una
pequeña empresa andina que apenas logró producir 60 barriles diarios, y se
cerró en 1912 por falta de capital. El gran negocio sería para otros, bien
preparados y más avezados. Después el relato pasó a The New York & Bermúdez
Company, la explotación del asfalto en el lago de Guanoco, y la Revolución
Libertadora del general Manuel Antonio Matos contra Cipriano Castro, cuando el
petróleo comenzó a terciar en la política, y los grandes intereses mundiales
vislumbraron la potencialidad de Venezuela. Betancourt relató con detenimiento
la era de Gómez, las guerras por el petróleo, las rivalidades de los grandes
trusts en Venezuela, la fiesta gomecista de las concesiones, las leyes
petroleras de la dictadura. Resaltó la personalidad del ministro Gumersindo
Torres, quien contra viento y marea defendió los intereses venezolanos con
probidad. Muerto el general, se inició en el país un tiempo diferente.
Betancourt analizó la Ley de Hidrocarburos de 1943, la política petrolera del fifty-fifty
de 1945, la fundación de la OPEP y el papel relevante de Juan Pablo Pérez
Alfonzo. Betancourt se distinguió por el saber político, por el conocimiento y
la comprensión de Venezuela. No en balde, desde muy joven, andaba con los 15
tomos de la Historia contemporánea de Venezuela a cuestas, como bitácora de su
propia navegación.
EL NACIONAL, Caracas, 23 de septiembre de 2001 / Siete Días
Rómulo Betancourt aún busca su lugar en la Historia
Por encima de las tumbas adelante
Pocos hombres, en todo el devenir de la Venezuela
contemporánea, vivieron tan profundamente en la controversia y la polémica como
Rómulo Betancourt. Comienza apenas el tiempo, a dos décadas de su desaparición,
para explorar sin apasionamientos los avatares de una trayectoria de activismo
político que nunca conoció ni otorgó cuartel, y de una obra que sin duda es
piedra angular en la fundación y en el destino de nuestra democracia. A la luz
de la distancia, y especialmente ahora que acaba de fallecer “el último
dictador del siglo XX” (como significativamente tituló este diario la muerte de
su acérrimo enemigo Marcos Pérez Jiménez), quizá haya llegado el momento de
asumir que ya en las páginas de Venezuela, política y petróleo se dibujaba el
primer estadista de la centuria. Cuatro estudiosos de la realidad venezolana
dan aquí sus opiniones sobre esta figura fundamental para la comprensión del
pasado y el presente, en un juicio preliminar al cual se suman, en la página
anterior, los criterios de Simón Alberto Consalvi
Luis José Oropeza
El legado fundamental
Rómulo Betancourt fue siempre un combatiente infatigable. De
allí que para mirar su faena con imparcialidad y con un sentido crítico que nos
sea fecundo desde la perspectiva peculiar de las circunstancias que vivimos, es
imperativo, en la inclemencia de estos tiempos, tratar de ponderar el juicio
sobre su trayectoria pública, al margen del escenario de la confrontación
política contemporánea. De esa manera intentamos librarlo del fuego voraz de
las pasiones conflictivas del momento, que pudieran conducirnos a un debate
encendido y estéril, sectario y abandonado de la indispensable objetividad.
Hacer paralelismos con líderes viejos o nuevos de nuestra
accidentada controversia partidaria, especular sobre lo que pudo haber
emprendido y lo dejó inconcluso y a la deriva entre los obstáculos de su lucha,
reexplorar los momentos cruciales de su faena cuando, en una coyuntura al
parecer entonces inescapable, decidió acompañar su suerte a la de una asonada
militar, sería conducirnos hacia una investigación no sólo reiterativa, sino
también infecunda y baldía en la realidad presente. Bastante es señalar, para
no ser indiferentes con el deber de resaltar la responsabilidad moral
rectificadora de su conciencia histórica, cómo con el paso del tiempo llegó a
ser un objetivo incansable de sus luchas políticas el insistir, en una prédica
constante, para que aquel expediente del desempeño arbitrario de las armas
quedara definitivamente clausurado junto con las prácticas y los usos de las
tradiciones inciviles en la América Latina. Estos y muchos otros son temas
capitales que han sido revisados con profusión, y segu
amente en el futuro inmediato y lejano, la incesante
vocación crítica de la inteligencia nacional jamás dejará de seguir revisando.
Liderazgo colectivo En esta ocasión en que se cumplen 20 años de su ausencia y
70 de la vida del partido que fundara, creemos más provechoso y útil abordar
algunas ideas que bien sabemos no dejaron nunca de inquietar a sus angustiados
afanes modernizadores en la conducción de la política venezolana. Una fue la
necesidad de forjar una democracia montada sobre los fundamentos de una
sociedad presidida siempre por un liderazgo colectivo, expresado en el concurso
de individualidades que supiesen interpretar los valores y sentimientos más
genuinos de nuestro pueblo. Y para lograrlo no sólo consideró necesario contar
con la participación de una generación excepcional, acuciosa y visionaria, sino
con movimientos institucionales inspirados en la fuerza de una comunidad en la
que no escasearan los hombres bien formados, de visión clara y cabal,
identificados con una misión dirigida a construir en este país un gran destino
colectivo. Por eso se empeñó en crear partidos políticos, en construir el que
conducirían sus aliados y en propiciar y facilitar la formación de otros que le
adversarían de manera implacable, para así imprimirle a la confrontación social
y política, la seguridad de un juego político diversificado y plural.
El tratar de sustituir el liderazgo individual por una
mayoría aclamacionista autodesignada como interprete exclusivo de la “voluntad
general”, fue para su visión penetrante y sagaz de nuestra realidad un engaño
fraudulento y pernicioso. Sabía bien Betancourt que la democracia que se empeñó
en forjar, como el pasado histórico de otras experiencias, cuando fuese
observada desde la cumbre de los más apartados horizontes, sería juzgada
esencialmente por la calidad de sus líderes, y la de éstos, por la calidad de
su visión sobre el país que aspiraban a construir.
Ninguna lección asimiló tan tempranamente como su vocación
de rechazo a la histórica amenaza del despotismo. Porque fue antigomecista
implacable, quiso como pocos que la voluntad de un hombre jamás llegase a ser
la única instancia válida en las decisiones colectivas de este país. Y como su
lucha contra la autocracia fue su gran cruzada, no comulgó jamás con los
poderes absolutos detentados por muchos o por pocos: ni por una mayoría
absoluta sin personalidad definida, que siempre unos cuantos manipularían y la
tornarían en populismo ciego o en invertida o falsificada oligarquía, ni por un
consejo de sabios y aristócratas, ni menos aún, por un césar férreo,
indiscutido y único.
El individuo y el Estado
Y algo existe aquí que es pertinente señalar. No obstante
ser un despiadado enemigo del despotismo, no llegó nunca a precisar con igual
urgencia la necesidad de restringir el “despotismo del Estado”, de limitar la
discrecionalidad del poder para defender al individuo del Estado y exaltar con
mayor vigor el potencial de los recursos de la sociedad civil. No es aventurado
presumir que, como todos los hombres de su generación y en las posteriores,
estuvo tremendamente impactado por los modelos leninistas de los partidos
políticos, que en su esencia se conformaron como brazos activos del Estado y no
como agentes de la participación social e intermediarios de los intereses
colectivos, no pocas veces reñidos con el Estado. Lo grave no es un error
inducido ayer por tan obstinada intransigencia doctrinaria de principios y
mediados de siglo. Pero lo imperdonable hoy es incurrir en aquel mismo desatino
después que la estatua de Lenin lleva más de una década desterrada de la Plaza
Roja.
Por esto y por tantas otras cosas que se escapan a la
brevedad de estas notas, la trayectoria política y moral del liderazgo de
Rómulo Betancourt, tanto en la trascendencia indiscutible de sus aciertos, como
en la mesurada significación rectificadora de sus errores, es y será para las
actuales y venideras generaciones venezolanas una fuente inagotable de
enseñanzas perdurables, un faro para iluminar el rumbo entre las oscuras
tormentas de la democracia nuestra, un guía perenne que ni sus amigos ni sus
enemigos podrán dejar de mirar para entender mejor a Venezuela.
De las ideologías al institucionalismo
Juan Carlos Rey
Si nos propusiéramos evaluar la capacidad de un político por
su habilidad para conquistar y conservar el poder del Estado, y tratásemos de
medir tal capacidad a través de indicadores tales como el tiempo durante el
cual controló el Gobierno y la cuantía de recursos de todo tipo de los que
dispuso, sin duda que varios presidentes venezolanos, tanto de la época
predemocrática como de la democrática, superarían ampliamente a Rómulo
Betancourt. Pero si atendemos a la influencia que han llegado a ejercer sobre
la política nacional y a su capacidad para señalar nuevos rumbos al Estado y
para crear instituciones y formas políticas perdurables, muy pocos políticos,
en toda la historia de Venezuela, se le podrían comparar.
Entre tales instituciones está, ante todo, Acción
Democrática, el primer y más importante partido de masas de Venezuela, que
durante más de 50 años mantuvo una hegemonía indiscutible y sirvió de modelo
para todas las otras organizaciones políticas que han tenido alguna figuración
importante en el país. Ahora bien, pese a las extraordinarias dotes personales
de Betancourt, que le permitieron ejercer un liderazgo en gran parte
carismático, hay que tener un cuenta que tal liderazgo se canalizó a través de
un partido político moderno, AD. Y aunque Betancourt fue el principal creador y
máximo líder de dicha organización, ejerciendo sobre ella una influencia en
muchas ocasiones determinante, no hay que olvidar que AD era una organización
moderna, que contaba con una dirección de la que formaban parte verdaderos
colosos políticos, dotados de una autoridad política e intelectual poco común,
y cuyas decisiones se tomaban tras un debate colectivo y no eran simples
aclamaciones de las ocurrencias del líder máximo. En el pensamiento –y sobre
todo en la praxis política– de Rómulo Betancourt, las funciones a cumplir por
los partidos políticos en y para la democracia –ante todo las de AD, pero
también las de los otros partidos democráticos– fueron objeto de su especial
atención, hasta el punto de ser artífice y principal responsable de las dos
modalidades, muy diferentes entre sí, que éstos adoptaron en la Venezuela del
siglo XX, como intentos de hacer posible el funcionamiento de la democracia.
Origen ideológico
En sus orígenes, el sistema venezolano de partidos se
caracterizó por una orientación predominantemente ideológica, de acuerdo con la
cual el objetivo fundamental de la organización era la realización del programa
que respondía a su ideología, aun a costa de poner, con ello, en grave riesgo
las probabilidades de conquistar el poder, o de conservarlo una vez
conquistado. Esta orientación, que prevaleció durante el trienio 1945-48, era
compartida por AD y especialmente por Copei, pero su fracasó quedó demostrado
con el golpe de Estado de ese último año, prueba de su incapacidad para hacer
que la democracia funcionara y se mantuviera. Pero a partir de 1958, como
consecuencia de la lección aprendida con el fracaso de la Revolución de Octubre
y con los 10 años de dictadura que siguieron, se produjo un importante cambio
en la orientación de los partidos, que dejaron de ser principalmente
ideológicos y pasaron a ser predominantemente institucionales, de modo que su
nuevo objetivo fundamental va a ser, en adelante, el mantenimiento del régimen
democrático, aun a costa de renunciar a la inmediata realización de los
objetivos ideológicos y programáticos o de disminuir las probabilidades de
éxito electoral. Este cambio es muy visible en la nueva actitud de Rómulo
Betancourt, que no sólo estuvo dispuesto a enfrentar e incluso favorecer la
división del propio partido, sino que propició el fortalecimiento de su
tradicional enemigo, Copei, disminuyendo con ambas medidas las probabilidades
del triunfo electoral de AD, con tal de que con ello la democracia perdurara.
En principio, se suponía que la posposición de los objetivos ideológicos y
programáticos era un expediente temporal, que debía cesar tan pronto como
desaparecieran las amenazas directas a la democracia, representadas por una
derecha militar y una guerrilla izquierdista, que inicialmente fueron el
principal peligro para que perdurara. Pero una vez que desaparecieron tales
amenazas –lo cual ocurre en los inicios de la primera presidencia de Caldera–,
se produce en los partidos políticos una nueva transformación, en la que se
abandonan las preocupaciones por la preservación de la democracia, sin que se
recuperen los objetivos ideológicos.
Ocaso pragmático
Los principales partidos se convierten en catch-all parties,
que ya no se oponen en función de diferencias ideológicas que se expresan en
programas de gobierno también diferenciados, sino que se limitan a una pura
competencia por el éxito electoral, en la que la única función del programa y
de las ofertas al electorado es el tratar de maximizar los votos que se
obtendrán. Esto lleva a una abdicación de la responsabilidad de los partidos y
a una desnaturalización o perversión de sus funciones, pues renuncian a la
conducción y liderazgo y se convierten en receptáculos vacíos, sin preferencias
propias, que se limitan a recoger los resultados que les proporcionan las
encuestas de opinión pública para acomodar sus ofertas a las que parecen ser
las preferencias de la mayoría. Cuando el partido se orienta pragmáticamente,
el poder ya no es un mero medio para la realización del programa, sino que se
convierte fundamentalmente en fuente de recompensas y satisfacciones personales
para la militancia. Y si el peligro de los partidos eran las pugnas
ideológicas, que podían dar lugar a divisiones, ahora la organización se
“fraccionaliza”, dividiéndose en grupos de escasa duración y ninguna
estructura, que se limitan a expresar conflictos personales y representan
luchas mezquinas e interesadas por puestos y emolumentos. Y junto a ello, la
corrupción se generaliza.
Betancourt pudo observar, al final de su vida, con
impotencia y desesperación, el proceso de deterioro y degeneración en que esas
organizaciones habían incurrido, que afectaba a la propia AD. Los 20 años de la
muerte del gran líder no sólo son motivo propicio para recordar sus grandes
logros, que fueron numerosísimos, sino también sus frustraciones y –por qué no
decirlo– sus fracasos. Entre estos últimos está lo ocurrido con los partidos
políticos, que más allá y antes que un derrumbe electoral, constituye un derrumbe
de las funciones que se deben cumplir en una democracia.
Política y petróleo
Jesús Sanoja Hernández
Rómulo Betancourt, desde el comienzo de su vida política,
hizo del petróleo tema central de su pensamiento económico. Pueden anotarse
seis períodos en la ecuación Betancourt – Petróleo. Pasemos a examinarlos.
Etapa del primer exilio. Betancourt, después de los sucesos
del año 28, incluido el complot del 7 de abril, salió al exilio, donde se
aprovisionó de literatura política y económica, muy escasa o inexistente en
Venezuela. Entre los libros por él frecuentados figuraron La diplomacia del
dólar, “de los economistas yanquis Scott Nearing y Joseph Freeman”, y We fight
for oil, de Ludwell Denny. Sostenía entonces, 1932, en su folleto Con quién
estamos y contra quien estamos, que Venezuela, con Gómez, era una factoría
yanqui.
Visión opositora: 1936-1945. Desde su retorno a Venezuela
hasta la Revolución de Octubre (1945), Betancourt fue sedimentando
conocimientos y perfilando su proyecto petrolero, en el cual jugó papel de
primer orden –y seguiría jugándolo en todas las circunstancias– Juan Pablo
Pérez Alfonzo. En el Congreso, a través de los parlamentarios de la minoría
unificada, AD cuestionó aspectos fundamentales de la política petrolera de
Medina Angarita, como la participación decreciente del Estado en 1942 con
respecto a 1941. Pero el más decisivo acto de AD fue el documento de la minoría
unificada en que se atacaban varios puntos de la Ley de Hidrocarburos de 1943.
El plan de ocho puntos
Los cambios: 1945-1948. Durante el trienio de gobierno
adeco, las innovaciones en materia petrolera fueron muy importantes, siempre
promovidas por la llave Betancourt-Pérez Alfonzo. El primero, en su conocido
libro Venezuela, política y petróleo, señaló que al llegar AD al poder actuó
certeramente, sin improvisaciones, en materia petrolera. Como en 1941, AD y
Betancourt consideraron no viable la nacionalización petrolera. La Junta
Revolucionaria armó un plan de ocho puntos, entre los cuales destacaban el
aumento impositivo a las compañías, la concurrencia al mercado internacional
para vender directamente las rega-lías, el cese del otorgamiento de
concesiones, la industrialización de la mayor parte del petróleo venezolano
dentro del país (sic), la política conservacionista, la reinversión de una
parte de las utilidades de las compañías, las mejoras contractuales de tipo
laboral y la inversión de un parte de los beneficios “en una economía
diversificada y propia, netamente venezolana’’ (sic). Adicionalmente, el 31 de
diciembre de 1945 la Junta Revolucionaria decretó un impuesto extraordinario de
89 millones de bolívares sobre beneficios de las compañías.
Durante la corta gestión de Gallegos se estudió la
instalación de una refinería estatal, “con capital nacional o mixto”, y se puso
en marcha (12-11-1948) el “mitad-mitad’’ o “50/50’’. Derrocado éste, desde un
comienzo el nuevo régimen, de tipo castrense, dejó entrever que frente a la
tesis de AD de “no más concesiones’’ se abría la posibilidad de nuevos
otorgamientos.
La oposición a la política de la dictadura. Como en efecto
sucedió, pues el 12 de enero de 1955 el ministro de Minas e Hidrocarburos,
Luongo Cabello, anunció la apertura del proceso concesionario que, según
Betancourt, entregó 520.000 hectáreas de la flor y nata de la zona petrolera
del país, a cambio de proveer las arcas nacionales con 2,5 millardos de
bolívares. Por su parte, Pérez Alfonzo señaló la posibilidad de que tales
contratos fuesen declarados írritos al advenir un régimen democrático. Y el
vocero de AD en el destierro, Venezuela Democrática, calificó las nuevas
concesiones de “hecho criminal’’.
La OPEP: el gran éxito
La política oficial de 1959 a 1964. Apenas electo Presidente
en diciembre de 1958, Betancourt se encontró con una insólita situación de hecho:
el presidente encargado Edgar Sanabria sorprendió con el Decreto 476, que
contemplaba un aumento en los impuestos hasta llegar nada menos que a una
proporción de 66/34 en la participación del Estado en las utilidades de la
industria. Betancourt, al tomar posesión el 13 de febrero de 1959, disfrutaría
de la impensada herencia.
Betancourt-Pérez Alfonzo no declararon írritas las
concesiones, pero se mantuvieron firmes, como los expertos petroleros del
régimen, en la política de “no más concesiones’’, pese a la opinión de quienes
las pedían a gritos o de aquellos que, como Uslar, proponían una vía
alternativa.
El gran éxito de la estrategia Betancourt-Pérez Alfonzo fue
el papel jugado por Venezuela en la creación de la OPEP, al impulsar –con
Al-Tariki, de Arabia Saudita– este cartel destinado fundamentalmente a la
defensa de los precios. Fue aquella la primera gran concertación entre
Venezuela y Medio Oriente, representado éste por Irán, Irak y Kuwait. El
acuerdo tiene fecha: 14 de septiembre de 1960. Betancourt apuntó cierta vez que
el proyecto, concebido en 1945, había cristalizado 15 años más tarde.
Los años finales. El discurso de Betancourt en la sesión del
Congreso del 29 de agosto de 1975, con motivo de la nacionalización petrolera,
fue lo más relevante que en la materia hizo desde su salida de Miraflores.
Repasó nuestra historia petrolera y defendió lo que antes había considerado
inoportuno. Si a CAP le correspondió la nacionalización, a él le había
correspondido la OPEP. Justamente, en aquel 1975, la OPEP parecía invencible.
Muerto Betancourt en septiembre de 1981, no logró ver el desplome de 1983, pero
sí el triunfo de su proyecto.
20 años después
Germán Carrera Damas
Se cumplen 20 años de la muerte de Rómulo Betancourt. Un
denso pero comprensible silencio amenaza con envolver la fecha, quizás parte
del esfuerzo por desdibujar la significación de su obra. Sin embargo, no ha
disminuido su presencia en la Venezuela actual. Aparente contradicción que pide
una explicación. Esta se basa en el rasgo distintivo de la vida de R. B.:
consistió en su dedicación a la democracia y en la decidida promoción de los
instrumentos que condujeron a su establecimiento.
La dedicación de R. B. a la democracia rigió su concepción
pedagógica de la política, practicada en la formación de su partido y en la
dotación democrática básica de la sociedad, configurada hasta su ingreso
consciente a la vida política sobre patrones impuestos de autoritarismo y
docilidad.
Su enseñanza de la democracia comenzó por aprenderla. Se
atrevió a pensar libremente sobre la política y la economía, cuando quienes lo
rodeaban consultaban el catecismo marxista-stalinista. Este primer gran pecado,
cometido con éxito a la vista de todos, lo volvió aborrecible por quienes no
tuvieron semejante coraje intelectual.
Su enseñanza de la democracia se fundó en una inspirada
confianza en que la vocación democrática esencial del pueblo venezolano sólo
aguardaba la oportunidad de manifestarse. Al promover la apertura de la
sociedad, dando culminación a las ancestrales luchas de pardos y ex esclavos
por la igualdad, y satisfaciendo las ansias de participación de mujeres y
jóvenes, sentó las bases de la que será una sociedad democrática.
Consolidar, no ejercer
Pero fue el sino de la vida de R. B. que no alcanzase a vivir
la democracia que impartió y promovió.
Su etapa de combatiente contra la dictadura militar de Juan
Vicente Gómez Chacón, más apasionado por Venezuela que Chávez, pues quiso
cogérsela toda, fue la de un oscuro y pretencioso, pero tenaz y creativo,
aspirante al liderazgo.
Su primer ejercicio del poder fue una carrera veloz y hasta
desesperada contra los arraigados atavismos sociales, que produjo, sin embargo,
dos resultados perdurables: la siembra de la democracia y la confirmación de la
desconfianza de R. B. en los militares, como estamento, cuando de democracia se
trata.
Su segundo ejercicio del poder dejó el saldo de que no pudo
gobernar con arreglo a los valores que impartía. Visto a relativa distancia,
pareciera que R. B. entendió que su papel no era el de practicar la democracia
sino el de establecerla, defenderla y consolidarla.
El segundo gobierno de R. B. arrojó un déficit considerable
en cuanto al ejercicio de la democracia en aspectos fundamentales de los
derechos políticos y humanos. Pareciera que él entendió su misión en función de
las otras tres determinaciones.
Es decir, su objetivo fundamental era establecer la
democracia, retomando el curso interrumpido por el militarismo tradicional en
1948. Esto requería fundar y desarrollar la institucionalización de la vida
política, de allí que se mantuviera abierta la puerta a la participación
política incluso a los más tenaces adversarios y enconados enemigos.
Es decir, actuó convencido de que su papel histórico no
consistiría en gobernar democráticamente sino en defender la democracia,
incipiente y acosada a la vez por el militarismo tradicional, la subversión y
el terrorismo guerrillero, y por la intervención del gobierno cubano, en medio
de adversas condiciones socioeconómicas. La estrategia seguida demostró su
eficacia en el hecho de que esos factores, que llegaron a estar mancomunados,
fueron derrotados militar, policial y políticamente.
Lo animó igualmente la convicción de que debía consolidarse
la democracia desalentando la repetición de confabulaciones como aquélla de la
que fue partícipe en 1945 para derrocar el último acto de la dictadura
andino-gomecista. El Pacto de Punto Fijo es hoy condenado por los excluidos, y
desvirtuado por una lectura sesgada de su primordial propósito de prevenir lo que
hoy vivimos, es decir, la mezcolanza del militarismo tradicional con civiles
que le sirviesen de mampara. En suma, elementos suficientes como para ver en
Rómulo Betancourt el auténtico gobernante democrático del siglo XX venezolano,
al igual que para comprender el denso silencio que amenaza con envolver su
memoria al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte.
NOTA LB: Escribe Omar Astorga: “Betancourt es el conspicuo
representante del culto a os hechos y a la naturalidad del progreso que
encerraba la industria petrolera; culto que desplazó al que se tenía por la
geografía, la raza y el clima, siguiendo, a pesar de ello, las mismas líneas
interpretativas desde las cuales se había constituido el pensamiento venezolano
de comienzos de siglo” (“El mito de la legitimación. Ensayos sobre política y
cultura en la Venezuela contemporánea: 1945-1964”, UCV, Caracas, 1995: 140).
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