EL NACIONAL - Domingo 31 de Agosto de 2014 Siete Días/6
Agujeros
Elías Pino Iturieta
En 1848, el ministro de lo Interior ganaba 285 pesos mensuales. El
oficial mayor se conformaba con 158,33 pesos. La plana mayor estaba
formada por cinco jefes de sección, cuyo sueldo llegaba a los 99,74, y
por 6 oficinistas a quienes se pagaban 63,33 pesos. Un portero y un
sirviente se llevaban 14,25 pesos cada uno
y así concluía la nómina. Para los gastos de escritorio había una
reserva de 25 pesos. El ministro se ocupaba de la política, de la
seguridad y la administración de justicia.
Si consideramos el gasto para tinta y papel, concluiremos en que no disponía de un despacho llamado a grandes cometidos.
Ni el cortejo que lo acompañaba ni la dotación de su bufete, permiten pensar en hazañas de control y eficiencia.
¿Qué pasaba con funcionarios de menor categoría? Estaban condenados a
servir en lugares devastados por la desolación provocada por las guerras
de Independencia, por la carencia de presupuestos y tal vez por la
incuria. En 1832, un enviado de Páez escribió unas notas sobre el estado
de las oficinas en Valencia, Puerto Cabello, San Carlos y Guanare, que
presentan un cuadro desesperanzador: "No hay mesas, no hay sillas, no
hay muebles del archivo, no hay escaparates, no hay bandera nacional,
muchas veces sin puertas y sin ventanas, derrumbados los techos y
perdida toda la pintura de las paredes", escribió. El informe coincide
con las quejas de la Corte Superior de Valencia en 1836, que describió
así el estado de su sede: "La casa necesita un reparo de todos sus
techos, pues con dificultad se encuentra en ellos un lugar libre de
goteras".
De acuerdo con un documento enviado por el gobernador de
Maracaibo en 1839, las oficinas de su jurisdicción estaban en abandono,
incluyendo su propio despacho, pues solo tenía "media docena de sillas
bien conservadas para atender colaboradores y visitas". En 1833, desde
San Carlos se informa a la capital: "En este cantón solo ha habido dos
escribientes numerarios o públicos para el despacho de los registros.
Hay uno a toda prueba, pero es secretario municipal, procurador del
Consejo y escribiente del señor jefe político".
En 1848, don Andrés
Level de Goda, conocido hombre público, comunicó las primeras
impresiones que le producía la oficina en la que se estrenaba como juez
de Primera Instancia del Circuito 31: "Solo encontré cuatro escuetas
paredes de una sala y aposento para mi habitación que me vale diez pesos
de alquiler, y nada de útiles para el trabajo, en que no habían ni hay
colección de leyes venezolanas, ni códigos de procedimiento, ni gacetas,
y menos leyes colombianas, de modo que actúo una veces por mis
principios, y otras por alguna ley que me presta el juzgado parroquial,
donde tampoco está la orgánica de provincias , cuya falta me ha puesto
en conflicto no pocas veces".
En 1849, ahora en Guayana, los papeles
estaban expuestos a perderse por la falta de arcas y escaparates. Lo
mismo sucedía en los registros de Mérida en 1858, que no tenían mesas ni
taburetes ni cajones ni tinteros ni candados. Sobre la situación de las
prisiones es elocuente un fragmento de El Relámpago, periódico de 1843.
Afirmaba lo siguiente: "La cárcel que tiene Caracas es una mansión de
horrores. El venezolano que se ve encarcelado deprava su moral con la
vista de los objetos que le circundan., se degrada a sí mismo, porque
cuanto ve y cuanto oye lo empuerca y lo envilece, y se familiariza con
el crimen por el inmediato roce en que la sociedad lo coloca con todos
los criminales". En 1844, el juez de Barcelona aseguraba que la
penitenciaría era un caos, porque funcionaba en una casa alquilada que
antes servía como domicilio familiar y carecía de los mínimos requisitos
de seguridad. "Los cautivos hacen lo que les viene en gana", confesó.
En 1848, la cárcel de Cariaco, según el gobernador, "hállase en el
mayor estado de deterioro, amenazando aplastar a los pobres que dentro
están".
¿Se pueden describir estragos superiores? ¿Se puede pensar
en agujeros más oscuros? Quizá solo si miramos hacia nuestros días, pero
después de considerar que en el inicio de la república se pagaban las
consecuencias de la guerra contra España y apenas se contaba con
presupuestos que clamaban al cielo por su debilidad. También conviene
pensar en cómo, pese a una reunión tan grande de calamidades, Venezuela
pudo salir del atolladero.
Nota LB: Para
llegar a sentarse alrededor de la mejor mesa de trabajo, contando con
oficinas adecuadas para las funciones de gobierno, como ocurrió con
Cipriano Castro y su gabinete en la ya conocida gráfica, pasaron muchos
años. El texto de
Pino Iturrieta cuenta el mérito de recordar cuánta frzada austeridad
exhibimos respecto al ejercicio cotidiano del poder, pues, siendo tan
campamental en el siglo XIX, sus despachos inestables y y huérfanos de
la funcionalidad requerida en la propia ciudad capital, nos resulta
inimaginable las condiciones para atender a la ciudadanía y los
despachos mismos del interior del país. Incluso, construído el complejo
del Capitolio Federal, hoy resulta impensable que los órganos del Poder
Público trabajasen en reducidos espacios, sin una establece y adecuada
burocracia en proporción a la población atendida o supuestamente
atendida ...
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