Luis Barragán
Muchos y continuos años de gobierno, brinda la ocasión de preparar y macerar la sucesión. Todavía jóvenes, naturalmente atareados en otros asuntos de novicios que el rigor casi darwiniano impone, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello a la postre dejaron atrás a Francisco Arias Cárdenas, Luis Miquilena, Luis Alfonzo Dávila, Omar Mesa o William Lara, quienes probablemente estaban llamados a herederar de acuerdo a las ya añejas circunstancias.
La dinámica política de los últimos años, incluyendo las preferencias políticas del mandatario, apuntó hacia dos personas que también dejaron aparentemente atrás a Elías Jaua y sus coetáneos, aunque se abre una puerta de oportunidades imprevistas para Darío Vivas o haya un regreso sorpresivo al centro de los acontecimientos de Aristóbulo Istúriz, esculpido por la interperie de la experiencia, quien también saluda desde lejos a Pablo Medina y José Albornoz.
De muchos delfines se hizo la vida política venezolana, sobreviviendo muy pocos de acuerdo a las exigencias de una competencia que, por lo menos, fue democrática. Ahora, el dedo elector, decretó la preeminencia de dos figuras que, como nunca antes, zanjan personalmente sus diferencias: hay más fulanismo que política en este asombroso siglo XXI que lo supusimos distinto.
Un fulanismo que merece un mejor criterio de los adversarios, pues, mal hacen con subestimar y despreciar por autobusero a Maduro, cuando no dejaron de agasajar a Miquilena. O creerlos a todos unos ineptos, cuando demostraron superar la década en el poder.
Fotografía: Raúl Romero (El Nacional, Caracas, 06/01/13).
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