San Juan, 2: 1- 12
En su homilía de ayer, el Padre Roberto Martialay (SJ), dijo que no era primer milagro cronológicamente realizado por Jesús, aunque San Juan se refiere solamente a siete de ellos. Todos tienen un trasfondo significativo, como el que citamos, parecido al de la multiplicación de los panes.
Signos que se anticipan, sentido eucarístico, aunque todavía no ha llegado la hora. Boda de pueblo, sencilla. En lugar de referirse a sí mismo como “yo”, dice el “hombre”, “hijo del hombre”; a María la llama “mujer”, como en la cruz. Es una pareja de la salvación. Ella no es Dios, sino colaboradora, corredentora. Relación metafóricamente conyugal.
María toma la iniciativa. Invitada, observa la situación: vayan donde mi hijo y Él les dirá. Ella cae en cuenta de nuestras necesidades e intercede ante Jesús. Comunica lo que falta en nuestra intimidad familiar: hagan lo que Él les dice, lo que está a nuestro alcance como el agua.
Vino multiplica las alegrías. Dios quiere una fiesta.
Is 62, 1-5
Salmo 95
1 Co 12, 4-12
EL IMPULSO, Barquisimeto, 21 de Enero de 2013
Buena Nueva - ¿Dios, esposo?
Isabel Vidal de Tenreiro
Frecuentemente Dios usa en la Sagrada Escritura el símil del amor nupcial para representar cómo es su Amor: fuerte y tierno, celoso y misericordioso. Bellísimos son los textos del Profeta Isaías al respecto: “Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu Hacedor” (Is. 62, 1-5). “Pues tu Creador va a ser tu esposo” (Is. 54, 5).
Y en ese símil del amor nupcial, Dios opone su Amor de Esposo a las infidelidades y traiciones de la esposa infiel, que es el pueblo de Dios, Israel, la Iglesia, cada uno de nosotros. “Aun me acuerdo de la pasión de tu juventud, de tu cariño como novia, cuando me seguías por el desierto, por la tierra sin cultivar” (Jer. 2, 2) “Hace tiempo que has quebrado el yugo, soltándote de sus lazos. Tú dijiste: ‘Yo no quiero servir’. Y sobre cualquier loma, bajo cualquier árbol frondoso, te tendías como una prostituta” (Jer. 2, 20). “Con amor eterno te he amado. Por eso prolongaré mi favor contigo” (Jer. 31, 3).
“Pasé junto a ti y te vi. Estabas en la edad de los amores; entonces con el vuelo de mi manto recubrí tu desnudez, con juramento me uní en alianza contigo y fuiste mía” (Ez. 16, 8). “Pero tú, confiada en tu belleza, y valiéndote de tu fama, te prostituiste entregándote a cuantos pasaban” (Ez. 16, 15). “Pero Yo tendré presente la Alianza que hice contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una Alianza eterna. Y tú recordarás tu conducta y te avergonzarás de ella” (Ez. 16, 60-61). “Porque Yo seré quien renovaré mi alianza contigo y sabrás que Yo soy Yahvé ... cuando Yo te haya perdonado todo lo que has hecho” (Ez. 16, 62).
Estos son textos del Antiguo Testamento, del profeta Isaías, de Jeremías y de Ezequiel. Pero también en el Nuevo Testamento, vemos cómo San Pablo refiere el mismo tipo de comparación entre el amor nupcial y el Amor de Cristo por su Iglesia. Y es interesante notar que la comparación puede usarse en ambos sentidos: Por un lado, que los esposos aprendan a amarse como Cristo ama a su Iglesia. Y por el otro, que la Iglesia, pueblo de Dios -cada uno de nosotros- pueda comportarse como la esposa enamorada, fiel y entregada al Esposo, que es Dios.
“Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5, 25). Y refiriéndose San Pablo al amor conyugal definido en el comienzo de la Escritura (cfr. Gen. 2, 24), por el que hombre y mujer se unen y forman un solo ser, nos dice así el Apóstol: “este misterio es muy grande y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef. 5, 33).
A Jesús le gustaba también el símil del amor nupcial. Varias veces nos habló del “banquete nupcial” (Mt. 22, 1-10 y 15, 1-13), y también del traje nupcial (Mt. 22, 11). Así, pues, con estas bellas expresiones del amor nupcial, en las que Dios se define como “el Esposo” y en las que exige amor fiel a la esposa infiel, a la que perdona y vuelve a buscar, convenciéndola con su Amor celoso y magnánimo, que vuelva a ser fiel a El, no es casual que el primer milagro que Jesús realiza sea precisamente en una boda. Estaba con su Madre. Y es Ella quien lo convence -casi lo forza- a hacer el milagro de convertir agua en vino, para que los novios, a quienes se les había terminado el vino, no quedaran mal ante sus invitados (cfr. Jn. 2, 1-11).
Cosa aparentemente frívola y hasta poco importante: más vino para una fiesta. Pero esto nos indica que Dios y la Madre de Dios están pendientes hasta de los más pequeños detalles de nuestra vida. De todo se ocupan ... aunque nosotros creamos que somos nosotros mismos quienes resolvemos todo.
No sabemos el nombre, ni quiénes fueron los novios de Caná, aquéllos que sirvieron el mejor vino al final. Pero sí sabemos Quién es el Esposo fiel a Quien todos debemos fidelidad y Quien nos busca y nos perdona, a pesar de nuestras infidelidades. Se llama Dios. Es nuestro Creador, el Esposo que nos posee con su Amor eterno.
Ilustración: Sophie Taeuber-Arp.
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