SOL DE MARGARITA, 16 de Enero de 2013
Ínsulas extrañas
Poesía venezolana: tribuna mayor
Trabajan con una fe inquebrantable, inundando todos los espacios a la mano, contagiando al público interesado. Los medios electrónicos se constituyen en alternativas poderosas de difusión.
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA
Puede sonar redundante, pero en Venezuela la poesía la hacen los poetas: no sólo la conciben y escriben, sino que también la editan, la enseñan, la promueven. No esperan por dádivas cuando no las hay, tampoco por editoriales (que son siempre pocas), tampoco por revistas ya especializadas (cuyo costo es inabordable). Trabajan con una fe inquebrantable, inundando todos los espacios a la mano, contagiando al público interesado. Los medios electrónicos se constituyen en alternativas poderosas de difusión. Incluso ya hay revistas cuyo celo es tan amplio como el de una revista arbitrada. Un reciente estudio de la investigadora Gina Sarraceni (USB) da cuenta de cómo la poesía venezolana ha comulgado con las nuevas tecnologías, aprovechándolas hasta lo indecible.
Cuando la proyección internacional de la literatura venezolana es nula, la poesía viene en su auxilio. Tiene una importancia sin límites el premio de la FIL de Guadalajara entregado a Rafael Cadenas hace un par de años. También la tiene las prestigiosas ediciones de la casa española Pretextos, con títulos del mismo Cadenas, de Montejo y, más recientemente, de Oliveros. Hay esfuerzos de traducción igualmente significativos, como los que promueve Carmen Leonor Ferro en la editorial italiana Raffalli. Un libro inadvertido entre nosotros -Cuerpo plural, de Gustavo Guerrero-, quizás el más importante panorama de la nueva creación poética en Hispanomérica, incluye a los jóvenes poetas venezolanos Alfredo Herrera, Jacqueline Goldberg, Luis Moreno Villamediana y Luis Enrique Belmonte. La específica irrupción que en los años 80 hicieron un notable grupo de mujeres poetas -Yolanda Pantin, María Auxiliadora Álvarez, Edda Armas, Ana Nuño, Laura Cracco, Maritza Jiménez y tantas otras-, único en el continente, se mantiene hasta hoy con escritoras de segunda y tercera generación.
¿Qué hace de la poesía venezolana algo tan especial? Hay muchas respuestas para esta pregunta, pero a los comparativistas les asombra su densidad, su nivel de hondura, su capacidad para dejar temas y referentes de lado y volcarse de lleno en el trato mismo del lenguaje. El gran formalista ruso Roman Jackobson hablaba de la función poética como una de las siete funciones de la lengua: aquella en la cual el lenguaje sólo se refería a sí mismo. Pues bien, desde Ramos Sucre, o antes, hasta nuestros días, parece que esa función la llevamos en la sangre, como un linaje imperturbable.
Vale la pena recordar que tenemos estas cimas del lenguaje en momentos en los cuales también el lenguaje se pudre en manos de voceros públicos, cuyo dominio del alfabeto es incluso sospechoso. El insulto, la mentira, el desprecio, son también facetas de nuestra cultura. El gran Cavafy se refugió en Alejandría sin dejar de pensar en los bárbaros, pero nosotros los tenemos a borbotones, en todas las plazas públicas, creyendo que se comen el mundo cuando en verdad lo vomitan.
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