De las herederas del viento
Luis Barragán
El consabido hurto y reaparición de la Odalisca de Matisse, en el extranjero, simboliza muy bien la situación experimentada por las obras de arte que, siendo del Estado, nos pertenecen a todos. Empero, otras piezas también sintetizan las realidades que nos agobian.
Hay amigos que también suelen fotografiar el genio artístico en su pública y libérrima manifestación. Murales y esculturas, llamadas a entenderse con el viento, apenas sobreviven: reconocer la recuperación hecha o intentada por el gobierno, significa también una delación de sus incapacidades.
A modo de ilustración, se encuentra un testimonio de Jesús Soto, por siempre ubicado en el ya caraqueñísimo Parque Central, a la entrada de la Sala Plenaria. La medida acordada para evitar más que el deterioro, sencillamente el vandalismo y su desaparición, ha sido un ataúd vertical de vidrio transparente.
Una de tres o las tres, pues, por una parte, la franqueza del Estado es la de reconocer simplemente que el encapsulamiento evita que destrocen o se lleven la obra, una fórmula permanentemente provisional que es confesión de la ineficacia y la desespecialización de los cuerpos policiales para investigar y atrapar a curiosos, rateros y, acaso, encomenderos de los grandes coleccionistas. No hay mayor distancia con el cercado eléctrico de la esfera del guayanés que engalana una autopista, o el quirúrgico enrejamiento de los volantes aéreos de Alejandro Otero en los alrededores de una conocidísima plaza, cuya movilidad – nos antojamos – ha disminuido, como si – a su vez – encapsulara todas las porciones de smog que también la agobian.
Por otra, ocurre que el féretro transparentado del conjunto residencial, impide precisamente los efectos que la viva pieza desnuda exhibió por muchos años. A menos que aleguen la improbable voluntad del artista, el vidrio impide que la brisa corra libérrima, simplificándose en la predecible luz que la rebota exhausta, cuando antes se multiplicaba penetrando resquicios y colores para mil retratos simultáneos de sí.
Finalmente, los personeros del Estado renuncian a toda labor de mantenimiento, aunque posiblemente cuenten con una puntualidad presupuestaria que sorprendería a propios y extraños. Perdiendo valor el inmenso inmueble que ayer fue promesa en más de un sentido, las obras de Soto o la envidiable de Gego que era una trampa para el viento, ya ida la pieza de Rafael Barrios, no gozan de las necesarias condiciones de preservación, porque los ministerios no pagan el condominio que ayudaría tanto, condenadas como ocurre – por ejemplo – con las expuestas en la estación Chacaíto del Metro de Caracas.
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/12691-de-las-herederas-del-viento
Fotografía: Rodney Castro, obra de Jesús Soto a la entrada de la Sala Plenaria de Parque Central (Caracas, 2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario