domingo, 9 de septiembre de 2012

COMUNIÓN



NOTITARDE, Valencia, 9 de Septiembre de 2012
Jesús sana a un sordomudo (Mc. 7, 31-37)
Joel Núñez Flautes

El texto del evangelio que hoy leemos, nos presenta a Jesús, que por ser el Hijo eterno de Dios, tiene el poder de sanar y en esta ocasión sana a un sordomudo que se lo llevaron para que lo curara. Es decir, una persona que le hacen falta dos facultades importantes en la vida de cualquier ser humano: hablar y oír. Lo primero que tiene que hacer un cristiano sano, que tiene la capacidad de escuchar y hablar, es agradecer a Dios por estas capacidades que tenemos y que en la rutina diaria no nos detenemos a pensar o sentir cuan importante es poder hablar y escuchar. A veces es importante detenerse y en nuestra oración diaria alabar a Dios por los dones que nos ha regalado.
Pues bien, le llevaron a Jesús a un sordomudo para que lo sanara. Él andaba por Galilea, tierra de gentiles (no judíos) y va despertando la fe de aquellas personas que van descubriendo con sus milagros y palabras que no es cualquier persona, cualquier judío, sino el Hijo eterno de Dios, que ha venido al mundo a rescatar al hombre del pecado y conducirlo a la vida eterna. Precisamente, sus milagros, son signos de la llegada del Reino de Dios, del poder de Dios en medio del mundo y de la esperanza mesiánica que Él transmite en medio de sus seguidores.
Jesús no rechaza al hombre que le presentaron, lo recibe, lo acoge, le da un trato especial, se lo lleva aparte, lejos del tumulto de la gente. Dios es así con sus hijos, cada hijo para Dios es especial; de hecho, cada ser humano es único e irrepetible. Para los que no tienen fe “el milagro de la naturaleza” causa admiración, el saber que no hay en el mundo una persona idéntica a otra, nuestra huella digital nos identifica. Para los que tenemos fe, sabemos que hemos sido creados de manera especial por Dios, que llevamos su aliento de vida, que tenemos su imagen y semejanza por nuestra inteligencia, capacidad creadora, libertad, poder amar y ser amados. Por eso, Jesús se detiene con esta persona, lo atiende, viendo que está limitado físicamente. Este gesto de Jesús es ya toda una lección para los cristianos católicos. Un auténtico cristiano, al estilo de Jesús, necesita aprender a ser receptivo, abierto a las necesidades de sus hermanos, atento y disponible para cuando le pidan ayuda, dispuesto siempre para el prójimo, especialmente para el más débil o pobre. En fin, como Jesús, el cristiano debe ser o necesita ser sensible y no indiferente.
La forma como Jesús sana a este hombre es particular. A muchos otros enfermos bastaba con una palabra y los sanaba, a éste le mete los dedos en los oídos y con saliva toca su lengua, “mirando al cielo” en señal de oración, de diálogo con el Padre que lo envió para liberar al ser humano, como signo de que es con el poder de Dios que sana, diciendo “ábrete” lo sanó. Recuerda al gesto creador de Dios; Jesús es el que ahora viene a recrear al hombre, herido por el pecado. Él nos enseña no sólo que Él sana, sino que nos recuerda siempre que necesitamos confiar en Dios, mirar al cielo, buscar a Dios con todo el corazón.
Dios es capaz de hacer que el ser humano se renueve física y espiritualmente, como el sordomudo que después pudo hablar y escuchar bien y salió a predicar y a decir quien lo había curado. Los cristianos debemos ser anunciadores de lo que Dios hace en nuestras vidas, del poder que tiene, del amor que brinda, de la luz que otorga a quien cree en Él y espera en Él. Necesitamos convertirnos en evangelizadores, es decir, en hablar de Cristo al mundo y de hacer que su Palabra resuene en el corazón de los hombres. Necesitamos lograr, sin presionar, que otros en su libertad sigan a Jesús, se acerquen a Él y encuentren y experimenten lo que nosotros hemos experimentado y seguimos experimentando siendo discípulos de Jesucristo, Nuestro Salvador. Que el mundo no sólo admire a Jesús, sino que lo siga con fe, que lo adore como al Dios verdadero, que sana integralmente al ser humano, porque por medio de Él fuimos hechos y es a través de Él que perfeccionamos nuestra humanidad. (Ef. 1,1-14; Col. 1,15-20).
Ida y retorno
Me preguntan: ¿Por qué hay que ir a misa los domingos? Los cristianos católicos que adoramos a un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos reunimos los domingos a rendirle culto a través de la Santa Misa; es el día que recordamos la Resurrección de Cristo y celebramos lo que Él mismo nos pidió en la Última Cena. Nos encontramos los domingos para expresar la comunión como Pueblo de Dios, como comunidad de bautizados, para juntos alabar a Dios y para recibir de Él sus dones. Es un día de fiesta, de fe, de fraternidad, de comunión con Dios y con los hermanos. Un día alegre, como los tenemos y celebramos en nuestras familias y con lo cual rompemos la rutina del día a día. Además, así como todos los días necesitamos comer y beber, los domingos los cristianos católicos recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo resucitado, alimento por excelencia. Nos nutrimos con el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía que nos mueven a la fraternidad, a ser Iglesia.

Ilustración: Pieza de Kim Yong-Kwan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario