domingo, 9 de septiembre de 2012

TODAVÍA SE LLAMA ARMANDO


EL NACIONAL, Caracas, 6 de Junio de 1997
Reverón al Panteón Nacional
RAFAEL ARRAIZ LUCCA

Divagar por Caracas puede ser una aventura sorprendente. En pocos minutos se pasa de un espacio colmado de transeúntes a otro castigado por la desolación. Pero, en verdad, no son muchos los lugares caraqueños signados por la soledad. Uno de ellos es el Foro Libertador. El espacio público donde se alza el templo reservado a los héroes de la patria, al lado del Archivo General de la Nación, cerca de la casa de los libros (Biblioteca Nacional), vecino de la edificación más antigua de la ciudad (el Cuartel San Carlos), adyacente a la Corte Suprema de Justicia, en una zona de perros callejeros, donde algún latero recoge las piezas de su sustento o los muchachos forman una caimanera en el patio justo enfrente del Panteón. ¨No es demasiado simbólico todo esto? ¨Por qué los héroes están tan solos? ¨Por qué el sitio donde descansan los restos de los mejores hijos de la patria es visitado por distraídos turistas alemanes o uno que otro contingente de alumnos que van una vez en su vida y no vuelven? ¨Será que la gente siente que aquel recinto no les pertenece? Que el epicentro de la justicia, el núcleo del saber (los libros) y el monumento que conmemora los ápices patrióticos sea pasto del abandono, dice mucho de lo que nos está pasando. ¨Cómo será el destino de un país que discurre al margen de la justicia, del conocimiento y de la celebración de sus constructores?
Pero, como dice el refrán, "lo único que no tiene remedio es la muerte". Algún día, algún gobernante comprenderá que estos signos encierran metáforas inconvenientes para el futuro, que si el templo reservado para los mejores lo rodea la canícula del desasosiego, pues será ésta la noticia que se lleven quienes lo visitan: un sitio sin dolientes. ¨Acaso emiten otro mensaje las paredes escarapeladas del Panteón? Si uno recuerda el Lincoln Memorial o Les Invalides o tantos otros sitios destinados a la celebración de las vidas extraordinarias de los héroes fundacionales, le entristece el estado en que se encuentra el Panteón Nacional y lo mustio de sus alrededores.
Sin embargo, allí reposan ciento treinta y nueve restos de venezolanos que aportaron lo mejor de sí mismos para la construcción de la República, y les confieso que visitarlos, en medio de esta ingrimitud, puede ser una experiencia conmovedora. Leer los nombres inscritos en aquellas discretísimas lápidas que estamos obligados a pisar para distinguir una gloria de otra, trae la singular sensación de estar pisando lo que no se debe pisar. Para leer el nombre de Teresa de la Parra hay que pasar por encima del de Teresa Carreño; para asombrarse con el de Francisco Lazo Martí hay que pasar por arriba de, qué se yo, Tomás Lander o Juan Antonio Pérez Bonalde. Con todo respeto, esto no parece lo más aconsejable. Sé que está en proyecto una restauración del Panteón Nacional, quizá sea ésa la oportunidad para remediar esta situación. A lo mejor es preferible dejar las naves laterales para ser recorridas sin andar pasando por encima de la historia, y los restos pueden ubicarse exclusivamente en los nichos. En fin, los arquitectos sabrán encontrarle salidas a esta situación, o también es posible que yo esté absolutamente equivocado al hacer esta sugerencia.
Todas estas inquietudes me sobrevienen porque creo que los restos de Armando Reverón deben ser trasladados al Panteón Nacional. Y ustedes se preguntarán cómo es posible que se abogue por este traslado, después de semejante descripción del lugar. Pues, con todo y la ``composición de lugar'' que he hecho, gústenos o no, ese templo apartado del camino es el que desde el 27 de marzo de 1874 está destinado para ``conservar los restos de los Próceres de la Independencia y los de personas eminentes'', según reza el decreto del insoslayable Antonio Guzmán Blanco. En él se ordena la transformación de la Iglesia de la Santísima Trinidad de Caracas, que estaba siendo restaurada luego de ser casi echada al suelo por el terremoto de 1812, en lugar presidido por los restos del Libertador que, dicho sea de paso, regresaron al país en 1842, procedentes de Santa Marta. La lista de acompañantes del padre de la patria es larga, pero se inicia con tres cenotafios (monumento funerario donde no está el cadáver de quien se quiere recordar): el de Francisco de Miranda, el de Antonio José de Sucre y el de Andrés Bello. (Parece ser que pudieron aislarse los restos del Generalísimo de entre los otros de la fosa común en La Carraca y, según me informan, pronto regresarán a arrebatarle al cenotafio su condición de tal; no pasará así con los de Bello y Sucre). Le siguen los héroes militares de gestas posteriores a la independentista y los civiles. Francamente me sorprendió el buen número de creadores que allí descansan. Además de los anteriormente mencionados, están: Fermín Toro, Rafael María Baralt, Cecilio Acosta, Lisandro Alvarado, José Ramón Yepes, Arístides Rojas, Rufino Blanco Fombona, Andrés Eloy Blanco y Mario Briceño Iragorry. Allí deberían estar los restos del más grande ensayista que ha tenido Venezuela: Mariano Picón Salas, pero tengo entendido que el merideño manifestó el deseo de ser enterrado en su ciudad natal, y allá reposa. Al cumplir los años de fallecido que dispone la ley, los restos de Rómulo Gallegos deberían ser trasladados al Panteón a acompañar a los de sus ilustres antecesores.
Los pintores son cuatro: Carmelo Fernández, Martín Tovar y Tovar, Cristóbal Rojas y Arturo Michelena. Es absolutamente innecesario argumentar a favor del traslado de los restos de Reverón. La obra del pintor es de una contundencia y de una importancia histórica de tal magnitud que nos releva de cualquier alegato a su favor. Además, como dice Eyidio Moscoso en el maravilloso libro que acaba de publicar la Fundación Museo Armando Reverón, titulado Reverón, amigo de un niño: ``Reverón nunca tuvo vocación de solitario. Al contrario, se sentía a gusto rodeado de gente preguntona y fastidiosa, deseosa de ver al ``loco de Macuto'' en su hábitat. Pero todo esto lo divertía. Reverón tenía pleno conocimiento de quién era él, por eso podía manejar aquella situación con toda la amplitud con la que un comediante o un parlanchín de feria maneja a su público''. A lo mejor, el día en que trasladen los restos del infinito pintor caraqueño, la soledad de los héroes culmina para siempre.

EL NACIONAL, Caracas, 11 de Junio de 1997
CARTAS
Reverón al Panteón

El artículo Reverón al Panteón Nacional , de Rafael Arráiz Lucca, publicado el día viernes 6 de junio 1997 en este diario, llenó de inmensa satisfacción a la Fundación Museo Armando Reverón, la cual, como institución portadora del nombre e imagen de este insigne artista, se sentiría orgullosa de poder contar con el apoyo de distintas voces, de gran trayectoria nacional, además de la pionera, de Don Alfredo Boulton, y hoy del consecuente amigo de esta Fundación, el escritor y poeta Rafael Arráiz, para la difusión de tan importante propuesta.
El ejemplo de vida y dedicación al arte dado por el mago de la luz, nos motiva a enaltecer su imagen y llevarlo al sitial de honor que se merece en el contexto nacional e internacional. Alfredo Boulton fue uno de los iniciadores de esta propuesta; en varias oportunidades el fallecido historiador y crítico de arte resaltó la necesidad de que los restos de Reverón reposaran en el sitio destinado a las ``personas eminentes'' de la Patria. Por nuestra parte, la propuesta ya fue dada a conocer al Presidente del Congreso Nacional, senador Cristóbal Fernández Daló; al ministro de la Secretaría, Dr. Asdrúbal Aguiar, y al presidente del CONAC, Dr. Oscar Sambrano Urdaneta. El Dr. Aguiar nos informó por escrito que ya nuestra iniciativa es del conocimiento del presidente Rafael Caldera. Esperamos que se generen otras voces, en pro de tan significativo acto, y que se haga partícipe a la ciudadanía de esta propuesta que contribuye a resaltar nuestros valores nacionales.
María Elena Huizi
Presidenta de la Fundación Museo Armando Reverón

Fotografía: Armando Reverón, según V. de los Ríos. Elite, Caracas, nr. 1242 del 23/07/49.


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