EL NACIONAL - Lunes 13 de Agosto de 2012 Opinión/7
Libros: Bohumil Hrabal
NELSON RIVERA
Hubo un tiempo, en medio de la Segunda Guerra Mundial, en que Bohumil Hrabal (1914-1997) se desempeñó como ferroviario. En cierta ocasión participó en la organización de un atentado: desmontó un tramo del riel en un punto clave para provocar el fatal descarrilamiento de un tren cargado de miembros de la Gestapo. Cuando iban a partir, el jefe nazi le ordenó subirse al tren.
Durante más de 40 minutos Hrabal disimuló su angustia abismal ante su muerte inminente, que paradójicamente había sido preparada por él mismo. Cuando el tren estaba próximo a su desenlace, el jefe ordenó al conductor detener la locomotora, bajó a Hrabal y siguió su camino.
Esa sensación de catástrofe está a punto de ocurrir, de sombra irremediable para siempre posada sobre el acontecer de los hombres, se mantiene irremisible en cada libro de Hrabal (su traductora al español, Monika Zgustová, habla de "estética de la desgracia"). De sus años como ferroviario, surgió la que se reconoce como su obra maestra, Trenes rigurosamente vigilados. Luego se desempeñó como obrero metalúrgico, experiencia de la que se sirve en Anuncio una casa donde no quiero vivir. Más adelante, a lo largo de cuatro años, trabajó como operario de una compactadora de papel, de donde crea la peculiar y cultivada fábula que es Una soledad demasiado ruidosa (Editorial Galaxia Gutenberg, España, 2012).
Como si Hrabal descubriese su propia vida en la escritura: Una soledad demasiado ruidosa metaforiza la experiencia de resistir. El protagonista compacta balas de papel (la tercera acepción de bala es `atado de papel’), cuyo destino posterior será la planta de reciclaje. Solo él sabe que algunas de estas balas han sido particularizadas con un libro de Kant o de Goethe o de Nietzsche, o con una reproducción de Rembrandt, Monet o Cézanne. Se trata de la íntima lucha del hombre autónomo por intervenir la rutina, por romper el flujo alienante con un gesto que el aparato comunista no podrá percibir o castigar.
Contra ese destino que consiste en ser parte de una cadena que prepara impresos y libros para su desaparición (revelarlo adquiere un estatuto que es literario y político), el narrador se asoma al mundo de los desperdicios y lo adopta como materia prima de fantasías, experiencias oníricas, elucubraciones y reminiscencias que lo salvan de la interminable opacidad que lo rodea: "vuelvo a encontrar la Grecia antigua en los barrios periféricos de Praga, en las fachadas de las casas comunes y en las puertas y las ventanas adornadas con mujeres y hombres desnudos y hojas y plantas de una flora exótica". Lo que ocurre en Una soledad demasiado ruidosa, ocurre en el pensamiento del narrador: ese lugar donde se libra la confrontación decisiva entre persona y régimen totalitario.
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