El Nacional - Viernes 28 de Enero de 2005 A/9
¿Qué es eso de “cultura”?
Rigoberto Lanz
La pregunta no es majadera. Aunque cueste admitirlo a estas alturas, ocurre que estamos todavía enredados en antiguas creencias sobre la vida simbólica de los pueblos. No sería tan grave esta circunstancia si se tratara sólo de opiniones privadas de la gente, sin consecuencias en la vida pública. Pero cuando las creencias y opiniones son la base para la toma de decisiones, entonces entramos en zona de peligro. Es eso exactamente lo que está ocurriendo en la Unesco con el importantísimo asunto de lograr la firma de una Convención sobre la Protección de la Diversidad Cultural. Se trata en efecto de proteger la diversidad cultural gravemente amenazada en todo el mundo por las perversiones del mercado.
Hasta allí hay un amplísimo consenso a escala planetaria (sólo perturbado por murmullos aislados de sectores intelectuales ultraconservadores). Pero pasado ese umbral aparecen rápidamente las dificultades. Uno de esos bloqueos es precisamente la idea de “cultura” que está detrás de las distintas apreciaciones vertidas en el texto de la convención que hoy se discute en la Unesco.
¿Cuál es el rollo?
La cuestión central es abrir —complejizar— el concepto de cultura de modo tal de poder recuperar un espectro amplio de prácticas simbólicas en las que se destacan vitalmente: los saberes populares alternativos, los patrimonios tecno-científicos y la dimensión de la Educación Superior. Es obvio que para la gestión de estos espacios la Unesco cuenta con organismos especializados en cada uno de ellos. Pero sería un dispendio injustificado de recursos, tiempo y esfuerzos pretender que cada área particular emprenda por cuenta propia el tortuoso camino de firmar una convención para la protección de su diversidad.
La posición del Estado venezolano en el seno de la Unesco ha sido clara: este es el momento oportuno para explicitar en el texto de la convención que está en curso un posicionamiento sobre la cuestión cardinal de considerar la Educación Superior, los saberes populares alternativos y los patrimonios científico-técnicos como entidades culturales que han de ser expresamente cubiertas por las políticas y medidas internacionales de protección.
Para adoptar la posición del país en esta delicada materia el Observatorio Internacional de Reforma Universitaria (ORUS) conjuntamente con los ministerios a los que concierne esta responsabilidad, y en particular, en estrecha concertación con la Delegación Permanente de Venezuela ante la Unesco, ha procedido desde hace ya un año ha sistematizar una consulta nacional a través de sucesivas reuniones de expertos donde se han podido recoger diversas aportaciones que en definitiva han permitido enriquecer una política de Estado en esta materia.
Más de 500 delegados-expertos de todos los países del mundo se han dado cita para abordar esta compleja y decisiva materia (lo harán de nuevo en los próximos días para dar continuidad al debate y perfilar un texto que espera aprobarse definitivamente en octubre de 2005). El texto revisado del que hoy disponemos tiene el mérito de recoger la impresionante variedad que proviene de todos los países del globo.
Pero sigue prisionero de una visión de la “cultura” que la antropología académica hace tiempo superó; que las prácticas culturales de los pueblos hace rato dejaron atrás; que los debates teóricos de la agenda posmoderna pulverizó hace varias décadas. Sería una verdadera pena que un instrumento jurídico de esta envergadura, políticamente avanzado en el mapa de la mundialización, resulte amarrado por anacronismos conceptuales que provienen más del atraso intelectual que de los intereses en juego (que también los hay, como ha de suponerse).
Este debate es un buen ejemplo de cómo “las palabras no son neutras”. Cuánto en verdad pesan las tradiciones, las creencias, los prejuicios, los paradigmas en la acepción del amigo Edgar Morin, es decir, el conjunto de presupuestos a partir de los cuales pensamos lo que pensamos.
Es justamente merced a las mentalidades en escena que se escoge éste o aquel camino. Es gracias a lo que tenían en mente los expertos que redactaron el primer borrador de esta convención que aparece o no aparece el contenido que Venezuela está reclamando con justeza.
Hay un choque de intereses que puede bloquear cualquier avance en esta materia. Eso no es sólo comprensible sino que se inscribe en la lógica de una negociación que debe ser dialogada con toda la comunidad internacional, sin excepción. Eso habla de suyo de la enormidad de la tarea que viene cumpliéndose desde que el Estado francés planteó en el año 2003 el camino de un acuerdo mundial para proteger la diversidad cultural (de cara a las pretensiones de la OMC de considerar “mercancía” a toda la producción cultual y con ello decretar un nuevo culturicidio planetario).
Hay margen todavía para que la discusión se enriquezca con la multiplicidad de voces que deben ser recuperadas en un debate democrático. En los próximos meses deben multiplicarse los encuentros intelectuales donde la diversidad del país pueda expresarse y las sensibilidades matizadas puedan ser recogidas apropiadamente. Entendiendo que la discusión tiene un destinatario preciso en esta coyuntura: la convención de Unesco. Sabemos que los problemas en debate son permanentes y no se clausuran con la firma de esta convención. De allí la importancia de poder habilitar espacios de encuentro donde converjan las más variadas expresiones del hecho cultural, en la seguridad de poder traducir genuinamente el parecer de toda la nación.
Ilustración: Manuel Pérez.
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