viernes, 2 de diciembre de 2016

ASIMILACIÓN DE LO VIVIDO

EL NACIONAL, Caracas, 28 de noviembre de 2016
Memoria, lenguaje e historia
Ofelia Avella 

Además de ser fascinante, la reflexión sobre el valor de la memoria y su relación con el lenguaje se va revelando como importante en un mundo que cada día acelera nuestra capacidad de conocer y sentir. Las presiones que ejercen los nuevos modos de comunicación apuran la percepción de las experiencias y a veces perturban la necesaria lentitud de todo proceso de asimilación de lo vivido. La rapidez aturde; subestima el valor del pasado. Deshace la ruta; extravía.
Los tiempos interiores piden su espacio para hilar los días y los años; para rescatarlos de un olvido que reduciría nuestra memoria a una versión bastante fragmentada de nosotros mismos. Cuando se mira hacia atrás desde la intimidad, tallamos una individualidad en la que se trenzan momentos que convergen en un presente más comprensible. Con la memoria colectiva sucede lo mismo. Asimilar un pasado compartido por muchos nos devuelve un presente distinto. Reconocido y asumido; susceptible de ser transformado y reorientado. Ambas memorias se implican y se enfrentan; se cotejan y confluyen en el ahora en que estamos. Cuando una falta, la otra se debilita, pues la interioridad germina en medio de unas circunstancias que se delinean como contexto histórico. Cultivar ambos modos de mirar hacia atrás salva de la amenaza de ser succionados por una espiral de ansiedad que nos desorientaría a todos por igual. Somos memoria y lenguaje, pero también historia, porque ni la vida ni las palabras nacen en el vacío. La cultura es en el fondo esta tríada.
La vivencia de unos tiempos registrados con premura deriva en procesos mal asimilados; en recuerdos dejados atrás, como desconectados del presente, y en palabras que pueden terminar atajando solo instantes, a modo de anécdotas o sucesos desperdigados, que poco tocan lo profundo. Por eso importa tratar de discernir nuestro centro de unidad, ese punto desde el que poder contrastarnos con referencias que nos encaminen. En medio del ajetreo diario, nuestro verdadero yo pide siempre reflexión para evitar que la existencia sea entrecortada. A esto debe tender la educación, sobre todo de la historia y de la lengua, creo yo, pues la conciencia histórica –configurada en palabras– nos constituye como personas y como nación.
Pensar, hablar, escribir, leer, escuchar a otros y reconocerse en ellos activa en nosotros la misteriosa posibilidad de acoger esos recuerdos que clarifican nuestro presente, pues “la manera de revivir el lenguaje es una forma singular de memoria”, como dice el filósofo español Emilio Lledó. Las palabras nos sustentan; fundan y crean mundos. Sostienen culturas, desvelan lo que somos, encauzan nuestras inquietudes y guardan nuestra intimidad. La memoria personal se va formando y estructurando en medio de un contexto de encuentro con muchos otros que también piensan y recuerdan; que dialogan y generan opiniones. Que inciden en sus circunstancias cuando hablan y responden, tanto a las situaciones como a las personas. Da la impresión de que tenemos que pasar por las miradas de los demás para descubrirnos en lo parecido y en lo contrastante; para conocernos en eso que nos acerca y distancia de sus mundos. Las experiencias sociales, todo ese bagaje de conocimientos acumulados y pasados por el tamiz de las más diversas opiniones, se nos ofrecen en palabras.
Ese pasado se conserva en la memoria de los libros, pero también en la tradición oral que se regala a cada nueva generación en toda historia familiar y en cada recuerdo de un maestro, de unos padres, de unos abuelos o bisabuelos, si se tuvo la dicha de conocerlos. Se trata de un proceso de apropiación activo: “Entender la historia es entender, más o menos conscientemente, la forma en la que hemos sabido incorporar, en la luz de las propias palabras, el significado de las ajenas” (Lledó).
Las crisis de memoria duelen y desorientan, pero toda dislocación es muy fértil porque obliga a mirar hacia dentro y hacia atrás mientras presiona al yo auténtico hasta que salga.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/ofelia_avella/Memoria-lenguaje-historia_0_964703539.html
Iustración: Edgar Guzmanruiz.

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