El Nacional - Miércoles 07 de Abril de 2004 A/8
Izquierda, chavismo y fascismo
Aníbal Romero
Todos los regímenes autoritarios se parecen de un modo u otro, pero no todos son fascistas. En nuestro medio, el término fascista está siendo utilizado con ligereza e inmanejable amplitud, sin precisión teórica ni claridad política. Por un lado, Chávez acusa a sus opositores de fascistas, mas de otro lado algunos intelectuales de la izquierda democrática califican también al régimen chavista de fascista, y pareciera que en esta oscura noche venezolana todos los gatos son pardos (fascistas). Es obvio que alguien debe estar equivocado, posiblemente ambos.
Para la izquierda democrática venezolana Chávez ha sido un verdadero desastre. Le ha quitado el oxígeno y la ha marginalizado. El chavismo ha ocupado el espacio político e ideológico de la izquierda, sin sus avances democráticos poscomunistas.
En otras palabras, el esfuerzo realizado por un sector de la izquierda, la que en los años setenta fundó al MAS luego de asimilar las lecciones del descalabro soviético, el colapso intelectual del marxismo y el fracaso del despotismo cubano, se ha visto superado por el radicalismo guevarista de la izquierda no democrática, sobreviviente de la lucha guerrillera, dogmática e irreductible.
En estas circunstancias, resulta comprensible que lo que resta de la izquierda democrática venezolana, y en particular sus intelectuales, se empeñen en caracterizar al chavismo como fascista, pues esta es una manera de separarle de la izquierda como tal, y de ubicarle en otro esquema político ideológico. No obstante, el régimen chavista no es fascista, aunque tenga rasgos que se asemejan al llamado fascismo “auténtico” mussoliniano. El uso inflacionario del término fascism para descalificar al adversario político es una vieja táctica de la izquierda, y desde esta perspectiva Pinochet, Perón, Duvalier, Blair y Bush son también fascistas. Semejante confusión conceptual se explica, como ya dije, por el uso superficial de un término con fines puramente polémicos.
Cuando afirmo que el régimen chavista no es fascista no intento minimizar sus rasgos autoritarios.
Es más, estoy convencido de que la dinámica intrínseca del régimen le llevará eventualmente a convertirse en una dictadura sin disfraces, pero no será fascista. El régimen chavista es, hoy, un populismo militarista de izquierda, en vías de transformarse en una dictadura de izquierda radical y militarizada. Pero lo crucial es tener claro esto: el chavismo no es fascista porque el chavismo es de izquierda. Por lo demás, el fascista Ceresole rompió con Chávez, porque Chávez se identifica con Fidel Castro y la Revolución Cubana.
En lo ideológico, insisto, el chavismo es un régimen de izquierda radical, guevarista y antidemocrático.
Pienso que esta es una caracterización certera desde el punto de vista teórico. El chavismo responde a las más profundas raíces de la cultura de izquierda latinoamericana, una vez que se le deslastra de los elementos democráticos y liberales que adquirió en algunas partes –entre ellas Venezuela– después de la ruina de la URSS y la catástrofe conceptual marxista. Ubicar con nitidez al chavismo como una manifestación político ideológica de izquierda es esencial, si queremos que de esta experiencia surja algún día un aprendizaje político creativo en la sociedad venezolana. En efecto, si admitimos la caracterización de fascista que algunos intelectuales quieren endosarle al chavismo, una vez que el régimen llegue a su fin tendremos entonces a los izquierdistas de siempre volviendo a las andadas, argumentando que lo que acá ocurrió estos años nada tenía que ver con la izquierda, y empujando al país nuevamente por la misma senda de fracasos, aunque sin el radicalismo guevarista ni los impulsos autoritarios de Chávez. En un medio como el venezolano la cultura de izquierda en sus diversas variantes es predominante, y una de las pocas cosas buenas que podrían surgir de la experiencia chavista es que ese izquierdismo que millones parecieran llevar en la sangre, sufriese un severo resquebrajamiento, abriendo las puertas a una cultura política de centro derecha, única fórmula capaz de sacar al país de su atraso económico y social.
La izquierda democrática organizada y sus intelectuales han sido dejados de lado por el chavismo, pero continúan enviando un mensaje equívoco: Chávez, nos dicen, no es de izquierda, sino fascista, por lo tanto, la “verdadera” izquierda, la que realmente hará lo que requiere Venezuela, todavía no ha tenido su turno. Con este mensaje, la izquierda no chavista se protege ahora para proseguir después con el mismo rumbo fundamental, estatista, antinorteamericano, asistencialista y anticapitalista de costumbre, el mensaje que ha traído a Venezuela donde ahora se encuentra, y que Chávez enarbola como receta infalible del más profundo retroceso en la historia moderna del país.
EL NACIONAL - MIÉRCOLES 19 DE ABRIL DE 2000
Ceresole y los militares venezolanos
Aníbal Romero
El carácter confuso y en ocasiones delirante de los planteamientos ceresolianos no debe ocultarnos un hecho: "ideas" similares han producido en el pasado reciente graves daños al sector castrense latinoamericano, como lo muestran -entre otros- los casos argentino y chileno de los años 60 y 70. Por lo tanto, a pesar de su naturaleza opaca y violenta, el mensaje ceresoliano requiere discusión.
En esencia, Ceresole pide dos cosas a los militares venezolanos: en primer término, que adopten una visión geopolítica nueva y se ajusten a otra alianza estratégica, ambas sustentadas en la confrontación con Estados Unidos, alineándonos dentro de un bloque diferente que a decir verdad jamás es definido con precisión por el sociólogo argentino, pero que pareciera incluir una Rusia otra vez beligerante, así como los regímenes árabes radicales y, por supuesto, la Cuba castrista. En segundo lugar, Ceresole asegura a nuestros militares que el "proyecto revolucionario" ahora puesto en práctica en Venezuela constituye su única salvación. En sus palabras: "No existen dos proyectos militares. Existe uno solo, porque el otro está orientado a la destrucción de la Fuerza Armada, tal como ya ha ocurrido en la mayoría de los países liberalizados y democratizados de la América Meridional".
Las elucubraciones ceresolianas son poco originales. Esa extraña mezcla de antiyanquismo y antisemitismo, con elementos de marxismo y fascismo unidos a una enrevesada teoría conspirativa de la historia, ha jugado ya un papel en el proceso de decadencia ideológica de los ejércitos latinoamericanos, con trágicas consecuencias. Por fortuna, en Venezuela el veneno ceresoliano ha tenido, hasta ahora, escasa penetración en el sector castrense en general, pero lamentablemente, pareciera que el jefe del Estado simpatiza con las tesis del sociólogo argentino. Así lo evidencia, por un lado, el antiyanquismo de nuestra actual política exterior, la defensa de la revolución castrista, la búsqueda de un mundo geopolíticamente "multipolar" (contra Estados Unidos), y la fantasiosa concepción de una "OTAN del Sur" para responder ante amenazas que nadie parece tener claras, y que más bien apuntan hacia la famosa unidad de los "ejércitos revolucionarios" en América Latina. Por otro lado, desde luego, el impacto ceresoliano se plasma en la visión de la "postdemocracia" plebiscitaria del caudillo-ejército-pueblo, en franca ruptura con la tradición occidental de la democracia representativa.
A mi modo de ver, las recetas de Ceresole constituyen el más seguro y expedito camino para el deterioro profesional, institucional y moral de nuestros militares, y la eventual aniquilación de las Fuerzas Armadas venezolanas como sector comprometido con un orden político civilizado. Para empezar, la visión geopolítica del sociólogo argentino implica romper con el principal socio estratégico, comercial y sociocultural de Venezuela, los Estados Unidos, una nación que está al frente del progreso en todos los órdenes de la existencia contemporánea, y con la cual nos unen hondos y sólidos vínculos de toda índole, que en múltiples sentidos y aspectos nos benefician. El sociólogo argentino parte de la premisa errada de que la actual hegemonía norteamericana pronto será puesta en juego por Rusia y China, lo cual no es en modo alguno cierto, y pretende que Venezuela sacrifique sus lazos con Washington a favor de un cadáver histórico como sin duda lo es la revolución castrista en Cuba. Semejante transformación en nuestra ubicación geopolítica sería sencillamente un acto demencial, que acabaría por ubicarnos junto a regímenes oprobiosos que poco o nada tienen que ver con nuestras tradiciones, costumbres, valores y aspiraciones.
Ceresole argumenta además que han sido la democratización y liberalización políticas de estos pasados años las que han "destruido" a las Fuerzas Armadas latinoamericanas. El sociólogo argentino parece olvidar que la "destrucción" (en realidad, pérdida de prestigio y peso político-social) de los militares en su país fue el resultado de las terribles dictaduras ejercidas por el sector castrense en Argentina (dictadura en no poca medida inspiradas en la ideología ceresoliana), de la bufonesca aventura de las Malvinas, y de la indignante "guerra sucia". En cuanto a Venezuela, nadie, absolutamente nadie en su sano juicio ha propuesto o siquiera sugerido la eliminación de las Fuerzas Armadas. Al contrario, el gran peligro que corre nuestro sector castrense se deriva precisamente de la politización forzada a que está siendo sometido por el jefe del Estado, en parte gracias a los "consejos" malevolentes y distorsionadores de un hombre que por desgracia ha importado a nuestro país el tono y los contenidos del mensaje fascistoide que tanto daño ha causado entre los militares de otras naciones hermanas, y que ahora amenaza con contaminar a los nuestros. Las Fuerzas Armadas venezolanas enfrentan un desafío crucial en estos tiempos de mengua, y su responsabilidad ante el país y ante sí mismas es ineludible. El rumbo que les señala Norberto Ceresole, y al que parece acogerse el Presidente de la República, representa un verdadero suicidio para la institución castrense nacional. La advertencia está hecha.
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