sábado, 9 de agosto de 2014

PANEBARCO 8/10

EL NACIONAL - Domingo 17 de Octubre de 2010     Opinión/9
A Tres Manos
Miradas múltiples para el diálogo 
El marxismo de los curas
Rigoberto Lanz

"...Vivimos una guerra de escatologías mesiánicas".
Jacques Derrida: Spectres de Marx. P. 101

La burocracia eclesiástica está cruzada por diversas tendencias que representan visiones y sensibilidades heterogéneas. Hay allí gente muy avanzada que convive con los sectores más retrógrados. Hay actores críticos que están en permanente tensión con los jerarcas del catolicismo.
Gente estudiosa y bien preparada se consigue de vez en cuando. Pero la media intelectual de la vocería de los jerarcas de la Iglesia es de un patetismo insoportable. Eso no tendría mayores consecuencias si la acción religiosa ocurriera puertas adentro. Pero sucede que los voceros de la Iglesia son muy activos en el espacio público, forman parte de la agenda del statu quo y defienden los valores y los intereses del poder.
Mientras la discusión transcurra en los niveles primarios del día a día, las opiniones de la Iglesia pasan sin pena ni gloria. El asunto se complica cuando los jerarcas se ven obligados a hacer pronunciamientos sobre temas de envergadura intelectual. Es allí donde se devela la precariedad con la que se manejan asuntos de alto vuelo, la sustitución de los buenos argumentos por criterios de autoridad, la manipulación de problemas muy complejos en nombre de la fe (piense usted en el aborto, el uso de preservativos o la clonación).
En Venezuela tenemos un laboratorio muy visible para apreciar este fenómeno. En la medida en que los gobiernos van y vienen sin ninguna agenda de cambios verdaderos, la Iglesia se acomoda funcionalmente echando manos de toda suerte de complicidades. Pero cuando aparece una coyuntura socio-política en la que las transformaciones de fondo están a la orden del día, entonces el discurso eclesiástico se activa para torpedear estos procesos.
En ese afán se recurre a cualquier expediente. No podía faltar una consideración demoníaca sobre el marxismo.
Pero ¿a qué marxismo se refieren los curas? Puede usted estar seguro de que nadie se ha tomado la molestia de leer algún texto de Marx, mucho menos estudiar la producción intelectual asociada al marxismo por más de un siglo. Allí lo que se respira es ignorancia pura y dura.
Eso sí, exhibida con aires de insufrible suficiencia desde el púlpito de las iglesias o engolosinados frente a las cámaras de televisión.
Hay un marxismo de pacotilla que circula impunemente en los discursos ordinarios de la derecha histérica, en las peluquerías y en cualquier sala de espera donde consigue usted un concentrado de la densidad cultural de buena parte del país.
Es ese el marxismo que está en la cabeza de los curas fanatizados contra la revolución. Mientras no tengan que expresarse públicamente, el asunto queda en casa reforzando el "exceso de ignorancia" del que nos hablaba el filósofo Cantinflas.
Como se comprenderá, allí no cabe ninguna discusión mínimamente fundada. De la misma manera que el texto sagrado de la Biblia no está hecho para generar discusiones, el texto imaginario del antimarxismo clerical no está hecho para azuzar algún debate.
Es un anticomunismo visceral alimentado durante largo tiempo sin que se requiera algún control crítico que ponga en evidencia la ramplonería de este tipo de pensamiento.
Está claro que los aparatos religiosos operan en la práctica como dispositivos políticos amparados en la fragilidad de las creencias y los hábitos espirituales de la gente. Allí no hace falta una gran preparación teórica. Basta un rudimentario abecedario en el que aparezcan los términos malditos: revolución, socialismo, marxismo, izquierda.
Con audiencias cautivas y el truco de ser voceros de alguna divinidad se aseguran la credibilidad ante los fieles.
Esta operación viene haciéndose durante siglos. Entrar y salir de esta lógica opresiva supone toda clase de traumas psicológicos.
Para que un debate serio aparezca es preciso desbrozar hasta toparse con teólogos formados y con criterios para entablar una conversación pertinente. No digo que sea fácil, pero no hay otro camino.

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