Breve relación profética
Ox Armand
Un 3 de septiembre, 35 años atrás, falleció Juan Pablo Pérez Alfonzo en Estados Unidos. Contaba con 76 años de edad. Todos lamentamos el triste suceso, aún quienes tanto le habían adversado. Se trataba de una personalidad renombrada, experto petrolero con vocación de poder, en un país petrolero, según la perogrullada ahora no tan evidente, pues, el siglo XXI parece sorprendernos con una estirpe en extinción. Por lo demás, proveniente de la clase media que también confrontó dificultades, a principios del siglo pasado, no pudo regresar al país como médico por la Universidad Johns Hopkins, y luego se doctoró en Ciencias Políticas en Caracas, como se estilaba al culminar los estudios de derecho. Por cierto, de ahí que quedó la costumbre de llamar doctor a cualesquiera abogados, por raso que sea. Lo más llamativo resultó su adscripción a Acción Democrática que, por entonces, como todo partido con ganas de trascender que se respetara, también era cazador de talentos. Una organización de patas-en-el-suelo con una definida orientación doctrinaria y comprobado coraje dirigencial, algo completamente olvidado con la nueva centuria. Con una cierta tradición práctica cuestas, la nueva organización partidista enfatizaba el activismo, pero ello no impedía – todo lo contrario – el estudio permanente de la realidad venezolana y, así, cuando fue planteada la reforma de la Ley de Hidrocarburos por 1943, el documento elaborado por Rómulo Betancourt y Pérez Alfonzo, sirvió de soporte para que la Minoría Unificada salvase sobria y coherentemente su voto en el parlamento. Advienen los consabidos sucesos de 1945 y, amaneciendo como ministro de Fomento, responsable de una política soberanista en materia petrolera, a la vuelta de tres años, gracias al contragolpe diferido, soportará por largos meses la cárcel. El abogado que litigó en materia civil, se convirtió en un especialista del crudo con la imaginación necesaria para realizar, como hizo, aportes propios de un estadista. Y, al volver al país, en 1958, después de derrocada la dictadura de Pérez Jiménez, ocupará con Betancourt la cartera de Minas e Hidrocarburos para desarrollar una política de centro, entre los extremos que intentaban la ampliación de las concesiones o la completa nacionalización de la industria, contribuyendo con iniciativas como la creación de la OPEP, la que supuso un despliegue de atrevidas habilidades en el marco de la Guerra Fría, relanzadas las grandes transnacionales, dato habitualmente olvidado, entre otras ideas que implementó con la contundencia de su humildad como servidor público. Valga acotar que antes y durante su ejercicio ministerial, hablaba, publicaba libros, respondía a la prensa, al Congreso de la República y a los gremios empresariales y sindicales, como solía ocurrir, conociéndose no sólo sus intenciones, sino niveles de competencia. Inevitable es reconocer el dramático contraste entre los gobernantes de ayer y los zares del poder, hoy. Empero, algo ocurrió después que Rómulo pudo concluir el período constitucional contra todo pronóstico.
Enunciado por Juan Martín Frechilla en un libro colectivo que nos parece de imprescindible lectura (“Petróleo nuestro y ajeno”, UCV, Caracas, 2005), a mediados de la década de los sesenta del XX, Pérez Alfonzo comienza a endurecer sus posturas y, al considerarse hasta finales de la década los contratos de servicios, finalmente decididos, cuenta con su abierta y pública oposición alegando – inclusive – que se había arrepentido de no propiciar la nacionalización al ocupar un ministerio que compitió con el de Relaciones Interiores por la relevancia. Siendo ineludible la referencia topográfica, desde la izquierda nace un mito que versionará la derecha. No había discusión alguna en el campo petrolero que no lo tuviese por protagonista, así la diesen – y con mayor razón – sus sucesores en la órbita de la política pública petrolera, se sentaran o no en una curul parlamentaria. Tiempos en los que hubo un periodismo petrolero como ya no hay, especialidad únicamente posible en un régimen de mínimas y convincentes libertades. De modo tal que, los medios amplificaban generosamente sus opiniones, y la política partidista pasaba por una precisión a ratos maniquea: se estaba a favor o contra Juan Pablo Pérez Alfonzo. E, inicialmente, se evidencian dos momentos estelares para su propulsión: el reconocimiento y condena de una sociedad opulenta, fruto de una riqueza fácil, que concedió una dimensión moral que la izquierda perdió tras la amarga derrota de la insurrección; y un redimensionamiento político al insuflar sus exigencias por una completa nacionalización petrolero que no contempló siquiera el programa marxista en sus orígenes. Y otros dos momentos completan la faena, planteada efectivamente la ley nacionalizadora, la denuncia como “chucuta” (enriqueciendo el lenguaje político vernáculo, como otros lo hacían con expresiones valederas como “carraplana” y “despelote” para escándalos de los entrevistadores televisivos Carlos Rangel y Sofía Ímber), facilitando las consignas del momento desde sus ruedas de prensa dominicales; y la denuncia del V Plan de la Nación, como el Plan de Destrucción Nacional para los tormentos de Gumersindo Rodríguez, su principal diseñador, vocero y frustrado implementador. Ya Pérez Alfonzo es el profeta, jerarquía curiosa que corre por las páginas de la novísima e inteligente revista Resumen, dirigida por Jorge Olavarría, que también versa y alerta sobre los más variados problemas, como el de la explosión demográfica que, por lo menos, halla inspiración, en la exitosa resonancia de los informes del Club de Roma. Es el profeta que acepta una entrevista al alimón de Domingo Alberto Rangel e Iván Loscher, locutor que ensayaba más decididamente un pensamiento crítico para descubrir que hay vida después del rock y de Radio Capital. El profeta celebrado por la izquierda y la derecha que, al pasar el tiempo, ya ni lo recuerdan. Acaso, un caso único en el orden de los mensajes mesiánicos que, un poco, ayudó a generar las condiciones para el mesías del siglo XXI: sin méritos, excepto que bateó la pelota largo para ingresar a la Escuela Militar, fracasando con un golpe de Estado, Chávez Frías fungió como el heredero de este profeta mayor y de otros, cuyas minoridades quedaron al descubierto con los años.
Evitándose a Betancourt, a lo sumo el actual régimen le hace un guiño de reconocimiento a Pérez Alfonzo, el entreguista que, a la vez, se atrevió a impulsar la OPEP que lo redimió a la vuelta de la esquina, saliendo del poder, cuando sorprendió el progresivo endurecimiento que facilitó el primer gobierno de Caldera respecto al petróleo, pues, más que la política petrolera, es el petróleo mismo que se agotará prontamente, llamándonos a un radical conservacionismo que, entre otros aspectos, caracterizará su prédica. Bastará con consultar la extraordinaria obra de Asdrúbal Baptista y Bernard Mommer, “El Petróleo en el Pensamiento Económico Venezolano” (IESA, Caracas, 1987), para ubicar correctamente a quien sin lugar a dudas, fue un gran venezolano que no merece que tan rápidamente lo olvidemos.
Reproducciones: El Nacional, Caracas, 12/11/1963; y Resumen, Caracas, nr. 213 del 04/12/1977.
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