lunes, 13 de febrero de 2012

UNA DE PIRATAS


EL NACIONAL, Caracas, 13 de Agosto de 2001
Estrategia y Negocios
COPYRIGHT
Sagradas escrituras
Eduardo Cámel Anderson

Las aceras de Caracas y algunas ciudades del interior del país llevan meses invadidas por vendedores de materiales literarios piratas. Ya no son solamente una gran cantidad de buhoneros –o trabajadores informales para utilizar un término políticamente correcto– especializados en ofrecer pantaletas, camiseticas, juguetes varios o famosos productos “As Seen On Tv” de contrabando. No. Ahora se agregan no sólo los que copian discos compactos sino también los que plagian libros para ofrecer el material ilícito en precios que a veces rayan en 75% por debajo del detal al que se consiguen en cualquier librería establecida comercialmente como Dios manda.

Los materiales más vendidos no necesitan presentación. El caballero de la armadura oxidada, ¿Quién se ha llevado mi queso? y Usted puede sanar su vida, son algunos de los best sellers más ofrecidos. La autoayuda se impone, aunque también se encuentra una interesante variedad de textos de gerencia, negocios, y globalización, e incluso una que otra novela. En pocas palabras: hay para todos los gustos.

Las copias, en honor a la verdad, no están ni mal hechas sobre todo tomando en cuenta los parámetros de exigencia de un consumidor que sabe que está estafando al fisco, y que está comprando un producto a precio de gallina flaca.

Más allá de fenómeno económico que impacta negativamente a la industria del libro en Venezuela –y genera con ello una acción en cadena aguas arriba y abajo– hay, por lo menos, una lectura positiva de todo este entuerto: ¡La gente está leyendo más!. Es cierto. Como todo entendedor sabe, la demanda hace crecer los mercados, y si se ha incrementado el número de buhoneros que ofrecen libros a tan bajos costos, pues es porque obviamente los compradores interesados se están manifestando. Y mejor aún, si la tendencia es a solicitar materiales de autoayuda y crecimiento personal, es porque la gente está buscando las vías de mejorar internamente. Qué bonito, ¿verdad? Pero claro, no todo lo que brilla es oro, y no me quiero erigir como el defensor que no soy de la piratería. Aplaudo a todos quienes se han preocupado por levantar la fuerza de su alma y espíritu desde la práctica de algún ejercicio recomendado en un buen libro especializado, pero les recuerdo que en esto del desarrollo personal hay un factor irrenunciable, que es la ética, un término absolutamente contradictorio con el plagio, el contrabando y la piratería. No son éticos quienes copian el producto. Tampoco lo son quienes lo distribuyen y lo venden. Menos lo serán quienes lo compren, porque se constituyen en el eslabón final de la cadena, y motor del proceso inicial.

Claro que es difícil caer en la tentación de comprar un libro pirata, sobre todo cuando se es un lector avezado, y más aún cuando el bolsillo se encuentra golpeado por la crisis generalizada del poder adquisitivo del venezolano.

Para más ñapa, tienen razón quienes arguyen que los libros en Venezuela son mucho más caros que en el resto de América Latina. ¿Qué se puede o debe hacer en este caso? Pues ya por suerte la industria está tomando cartas en el asunto. Se ha dado cuenta de que la guerra con los piratas es de precios, y se está organizando para atender las demandas del consumidor, a quien le toca, hacer valer sus derechos y exigir mejores ofertas y precios. De lo que no debe quedar duda (y lo digo sin pacatería, ojo) es de que la piratería es un flagelo que debe desaparecer. Por cada libro pirata que se vende en el país dejan de pagarse los derechos del autor de la obra original, los sueldos de los empleados que intervienen en el proceso de producción legal, y deja de hacerse un aporte al fisco, que retorna a la ciudadanía mediante los programas del Estado.

La piratería editorial tiene más de medio siglo de vigencia en el país. No es nada nueva. Lo novedoso es el descaro de los piratas, que ya han hecho de las vías públicas sus canales más rentables de distribución al detal. Cálculos oficiales de la industria indican que el año pasado hubo por este concepto pérdida superiores a los 2 millones de dólares. La Cámara Venezolana del Libro calcula que han sido objeto de plagio unos 50 títulos de registro local. La industria literaria venezolana está agremiada en tres grupos: la ya mencionada Cámara Venezolana del Libro, la Cámara Venezolana de Editores, y la Asociación de Artes Gráficas de Venezuela. Además, la industria está amparada legalmente por la Ley del Libro, un instrumento que busca garantizar el suministro de materias primas para la elaboración de los productos en el país, con miras a ofrecer a la población un suministro constante de materiales de consumo intelectual.

Para editar un libro hay que contratar primero los derechos del autor de la obra, luego se planifica la edición, se ordena la impresión (eso si no hay una traducción de por medio, lo cual también tendría su costo adicional, obviamente) con sus artes finales, correcciones gráficas y demás hierbas, se realiza la distribución, y se llega finalmente al lector. En cambio, para piratear un libro se necesita simplemente una maquinita que haga la copia, y otra que lo encuaderne. Lo demás es distribución informal, y los dividendos quedan para el dueño del aparatico milagroso y antiético.

Escultura: Wolf Vostell.

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