sábado, 25 de febrero de 2012

SALADOS


EL NACIONAL - Sábado 25 de Febrero de 2012 Papel Literario/2
¿Puede la poesía ser cuerpo y sutura del cuerpo?
La arena, el vidrio: ascenso en tres movimiento (2008) y Entranjero (2010) fueron los dos primeros libros de Adalber Salas (1987), ganador del II Premio Nacional Universitario de Poesía, en 2008. Un nuevo libro suyo ha sido puesto en circulación, Suturas, editado por bid & co editor
GINA SARACENI

En Suturas, Adalber Salas enfrenta el cuerpo excesivo que es la experiencia de la enfermedad para darle un lugar en la palabra

Ningún hilo/ lleva sino a sí mismo// aunque en su filo se presienta el horizonte/ la sed hecha tajo de soles perplejos// aunque vibre con el murmullo cansado/ de esa tierra que acaso existió// y que supo dejar de esperarnos.// En este instante/ él el de las manos lluviosas/ se inclina sobre el hilo/ para tomarlo nuevamente:// bajo el fervor indigente de la lámpara/ escribe// tensa el arco de su propia muerte. Adalber Salas

Puede la poesía ser cuerpo y sut u ra del cuerpo? ¿Puede la pala bra escribir un cuerpo y a la vez tacharlo como si el ejercicio de escribir implicara su propia borradura? ¿Puede una sutura, en su intento de unir dos orillas, mostrar también la imposibilidad de clausurarlas? Suturas, el nuevo poemario de Adalber Salas, propone la escritura de una doble experiencia: la de la enfermedad del cuerpo y la de la palabra que nombra esa experiencia y, que al hacerlo, la convierte en sutura y tesitura verbal, "hilo que lleva a sí mismo" y que sólo alcanza a mostrar aquello que de la experiencia permanece abierto: su exceso y desbordamiento, lo intocable del sentido.

Escribir el cuerpo es para Adalber Salas inscribir en él un epitafio como advertencia que aquí, en la piel de la poesía, el sentido se tambalea, pierde el equilibrio, se parte los labios porque ya no responde al "buen" sentido, ni al sentido "común", ni al "orden" del sentido, sino por el contrario, a un sentido precario, sin garantías, que no busca restaurar o suturar, ni tampoco cristalizar o fijar, sino que se entrega a la insuficiencia de su dictado.

Este libro habla en voz baja.

Su lengua susurra como si temiera escuchar el alcance de su decir, como si supiera que la verdad de la palabra es su sed y cuando el lenguaje tiene sed sólo puede arrastrarse hasta el límite de su propio agotamiento.

El yo poético habita el desierto de una enfermedad.

Su cuerpo se vuelve un texto incomprensible que se expande y no se sabe "dónde desemboca". En él "arde" "una fractura" que "se entraña", un "tajo lúcido", "un dolor que cose sus bordes" en la carne. No hay saber para abordar el cuerpo cuando duele de este modo, cuando se vuelve "límite exasperado" donde habita la incontrolable intensidad de un sentido que sólo se puede sentir en carne propia.

Testigos de este cuerpo extremo son los muertos que conocen el lenguaje sordo del sufrimiento y saben que después sólo queda un "salmo harapiento" que reza el adelgazamiento de su alabanza. "La única ley de los muertos es el murmullo" porque ellos saben que la palabra también se enferma y es necesario aprender a nombrarla desde "la desnudez del hueso", sin andamiajes, desde el grado cero del verbo, desde ese estado mineral de la letra que sólo dice lo que dice, ni más ni menos.

Suturas enfrenta este cuerpo excesivo que es la experiencia de la enfermedad para darle un lugar en la palabra porque "escribir es tocar el cuerpo", es volverlo "cuerpo del sentido", sentido del cuerpo que, al igual que todo sentido, está en falta y está hecho de la falta.

El poeta, entonces, "el de las manos lluviosas/se inclina sobre el hilo para tomarlo nuevamente" y para mostrar con él la imposibilidad de obturar esa falta, eso que del cuerpo no se puede decir, su indigencia, "porque al fondo del poema flota un cadáver/con la boca hinchada de música", un cadáver que todavía no ha muerto porque en él respira el labio "devoto" del canto poético que sigue el hilo de sí mismo para alcanzar lo que de la palabra es impronunciable.

Fotografía: Ernesto Morgado.

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