domingo, 26 de febrero de 2012
DESDE LA PLATAFORMA DE LO INESCRUTABLE
EL UNIVERSAL, Caracas, 26 de Febrero de 2012
La inescrutabilidad del alma
Relanzar la dimensión religiosa desde el fracaso de la Ciencia para abordar la Espiritualidad
EMETERIO GÓMEZ
Si no fuese tan largo, el título de este artículo habría sido La Muerte de la Filosofía y el Renacer de la Religión o algo así. Porque con todo el respeto para algunos queridos amigos que niegan las dos cosas, cada vez se nos refuerza más la convicción de ambas.
En cuanto a la Muerte de la Filosofía -y por si alguna duda me quedaba- acabo de engullir, entre navidad y carnaval, tres libros aplastantes: La Razón sin Esperanza, de Javier Muguerza, Edit. Plaza y Valdés; Cómo hacer Filosofía con Palabras, de Jesús Navarro Reyes, Fondo de Cultura Económica; y Un sabio no tiene ideas, de Francois Jullien, Edit. Siruela.
Muguerza analiza lo que quizás sea la muestra última de la Quiebra de la Filosofía: la Falacia Naturalista, la pretensión ilusa de conectar La Razón y la Moral, el Ser y el Deber Ser. Su libro debió haberse llamado más bien La Filosofía sin Esperanza; porque si es verdad, como David Hume mostró -al develar la bendita Falacia-, si es cierto, como por supuesto lo es, que la Razón no se conecta con la Moral, si es imposible fundar ésta en aquélla, entonces la Filosofía, sin la menor duda, pasó a mejor vida.
Navarro Reyes, a su manera, esboza también la Muerte de Sócrates al analizar "El choque entre Searle y Derridá", voceros de las dos ramas en las que se escindió la Moribunda después que Nietzsche la liquidara: la Filosofía Analítica (Searle) y la Continental Deconstructivista (Derridá). ¡¡Cada una más vacía que la otra!! A tal extremo, que Navarro cita las críticas mutuas que se hacen los dos bandos, un brutal epitafio para Las Ideas de Platón: "Searle, entre los deconstructivistas, no es más que un rancio teórico trasnochado; Derridá, entre los Filósofos Analíticos, un intelectual deshonesto y embaucador".
Finalmente, Francois Jullien compara la Filosofía con los enfoques de Confucio, en el siglo V a.C.: ¡¡antes que Aristóteles creyera que la clave para captar al Mundo y al Ser era la Permanencia, la solidez eterna de los Conceptos!! Antes que él, Confucio mostró que lo decisivo era comprender nuestra mente y que lo esencial de la mente era la Impermanencia, el Fluir ¡¡nada que pudiese ser captado en conceptos!!
Y de eso se trata, precisamente, no de comprender al Mundo, que para eso tenemos a la Ciencia, sino de aproximarnos a nuestro Espíritu, que para eso... no tenemos ningún instrumento. ¡¡Porque la Impermanencia es -por definición- Incognoscible!! Que eso es lo que el Alma es. Una "Realidad" del todo inescrutable. Por una razón poderosa, insuperable... tautológica: porque cualquier intuición o conocimiento que logremos de Ella, modifica su "Ser". Y así es imposible conocer nada. Porque es un "Regreso al Infinito". Simplemente porque ello determina que el Alma no tenga (ni pueda tener) ningún "Ser". Porque mientras más la conoces, más la modificas, maá la haces algo distinto.
Y el Espíritu se nos convierte, entonces, inevitablemente, en lo que él sin duda es: un Misterio Absoluto e Infinito. Una "materia" de la cual sólo puede ocuparse la Religión; que sólo puede abordarse a partir de Lo Sagrado. O, mejor dicho ¡¡que es la Noción de Lo Sagrado!! Que por todo ello, pareciera estar condenada a Renacer: porque la Muerte de la Filosofía y la imposibilidad radical de que la ciencia pueda acceder al Alma, no le dejan a la Humanidad ninguna otra posibilidad que relanzar la dimensión religiosa. No desde una perspectiva pre-científica, por supuesto, como se hizo hace 20.000 años, sino -todo lo contrario- desde la perspectiva del fracaso absoluto de la Ciencia para abordar la Espiritualidad.
Fotografía: Obra de Nam June Paik.
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