miércoles, 1 de abril de 2020

CLÍNICOS

Tiempos recurrentes
Alirio Pérez Lo Presti  
 
Hay una idea que siempre me ha parecido atractiva en extremo y es la de poder atesorar tanto nivel de conocimiento que nos permitiese contemplar desde una instancia más que elevada, todo aquello que explique lo que somos y lo que nos circunda. ¿Qué cosa puede ser tan cautivante como tener la capacidad y el entendimiento de poseer tal nivel de sapiencia que no fuesen las piezas del rompecabezas la que vemos cada día sino el rompecabezas completo?

Eso nos permitiría poner en su lugar todas aquellas dudas que tenemos y sería un poder tan desmesurado que tal vez quien lo alcance, deberá retirarse a una ermita. Mientras tanto, vamos a pie juntillas con lo que señalen nuestras creencias. 

El lenguaje destruye realidades

El lenguaje tiende a ser fuente de malos entendidos; además de distorsionar la realidad al punto de engañar. Con el lenguaje tendemos a apostar al falseamiento de la realidad. Con el lenguaje destruimos realidades y nos apegamos a falsos conceptos y premisas que en la contemporaneidad se resumen en la inefable y pobre palabra: “Paradigma”. Cuando alguien trata de explicarme las características de los nuevos “paradigmas” solo siento pena por su falta de ingenio. Deseoso de poder ver el conocimiento desde una postura universal, los castrantes “paradigmas” son simples eslóganes de menguados mentales. 

Cuando el individuo es embelesado por las ideologías o las explicaciones que limitan el pensamiento, se cae en tierra de nadie, donde la posibilidad de refutar una idea es contraargumentada por formas de pensar que en realidad son actos de fe. Tener la capacidad de no ser atrapado por una consigna sería acercarse a entender el sinsentido cotidiano de la vida y abrazar la posibilidad de que sí existe trascendencia en este mundo lleno de entuertos. Sería poseer la verdad en nuestras manos, sin la certeza del fanático, con la gigantesca humildad del iluminado. Aproximarnos a aquello que no es argumentativo sino verdadero es poseer la llave mágica que nos permitiría abrir todas las puertas y descifrar cada enigma. 

Me gustaría tener tal nivel de sabiduría, la cual sin dudas iría a la par de la experiencia de vida, con sus vahos podridos y sus momentos de gloria. El saber y el poder vivir… a nuestras anchas, sería alcanzar la cima del más grande de los desafíos. 

Ciegos sin remedio

Condenados a ver un pedacito de la realidad, ni siquiera alcanzamos a dominar esa miga a la cual tratamos de atrapar. Sin embargo, la terquedad puede llegar a extremos asombrosos en los cuales el conocimiento no solo es una forma de poder sino de simple placer. La idea de que el conocimiento es una instancia hedonista y propia de quienes disfrutamos de los placeres mundanos va de la mano con el hombre exigente, capaz de visualizarse desde una dimensión en la cual muchos pocos se atreven siquiera plantearse. 

Conformarse con ver un pedacito de la gran torta es de alguna manera condenarse a tener una vida menguada, en donde la curiosidad se encuentra atrofiada y el ser deja de dar lo mejor que tiene para ser arrastrado por lo pusilánime y lo tendiente a lo mediano. En términos tangibles, la actual pandemia habrá de seducirnos para tratar de replantearnos en el contexto en el cual estamos, si no es que nos lleva con ella. 

Nada nuevo tiene la actual peste. De alguna manera confirma las grandes falacias que hemos venido vociferando como viajeros sin retorno. A raíz de la revolución industrial y potenciados cronológicamente con la aparición de la microtecnología, se nos dice una y otra vez que las personas vamos a ser sustituidas por las máquinas. Nada más falso y la prueba condenatoria que rompe esa premisa es lo que estamos viviendo. Nunca antes fueron tan importantes las personas, especialmente los individuos con ciertos talentos. 

Kliní, en griego, significa cama, lecho. Producto de un interrogatorio estructurado y de un examen físico y mental, el clínico llega a conclusiones que permiten concluir en un tratamiento apropiado. Es un lugar común en el área de Salud Pública, por ejemplo, denostar de la importancia de los clínicos. De igual manera, pereciera que desde el mundo más que tangible de los clínicos, lo epidemiológico y tendiente a lo comunitario es una suerte de entelequia que no tiene los pies puestos en la tierra. Para quien es capaz de ver la gran torta de cuanto ocurre, no podría separar una instancia de la otra, porque forman parte del mismo proceso. 

De ahí que una de las grandes reflexiones a las cuales nos va a llevar la actual pandemia es a la necesidad de invertir más en salud y educación. Cada persona en su más íntimo y por demás entendible temor, ansía no ser contaminado por el virus, pero si ello llegase a ocurrir, lo menos que espera es que pudiese recibir atención por parte de un equipo de salud (personas) en las que estén, por supuesto, incluidos los médicos (personas), particularmente aquellos que tienen la pericia y el conocimiento para enfrentar como clínicos (personas) a la muerte. 

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