De
una cierta escatología viruscoronaria
Luis
Barragán
Quizá
estamos más familiarizados con el lenguaje escatológico que la propia
disciplina teológica, la wikipédicamente
orientada a la realidad última del ser humano y el universo. Sin embargo,
vestigios de la llamada Nueva Era que tuvo entre nosotros sus esplendores justo
con el ascenso socialista del XXI, dato significativo, solemos escuchar
regularmente aquello de la constante reencarnación de todo, menos de los
corotos que poco a duras penas saben de varios siglos.
Nada
más duro y difícil para los familiares que un fallecimiento en tiempos de pandemia, peor
que los ocurridos en todas las fechas de
feriado oficial que hemos acumulado. Las angustiosas diligencias suelen
multiplicarse, postergando el dolor propio, comenzando por el elemental trámite y obtención de un acta de defunción.
Puede
decirse que los deudos pisan las últimas
realidades terrenales en la despedida de quien las traspasa, sobre todo
por los costos. Noticia probablemente nada aislada, nos enteramos hace poco que
las funerarias marabinas incluyen por sus servicios el pago de veinticinco
litros de gasolina para sus idas y venires, por lo demás, intentando suplir al
mismo Estado – por decir lo menos
negligente.
Los
más avisados, dirán con razón que versamos en torno a una ley económica
infranqueable, por más que los socialistas
de la hora juren alterar la ley de gravitación universal misma. Simplemente, un
bien tan escaso y en especie, suple la
golpeada unidad monetaria oficial u oficiosa, dándole alcance a las divisas,
comprensible aunque inaceptable.
En
todo caso, asistimos a las postrimerías de un sistema o régimen que hizo
méritos para llegar a un estadio que sus economistas intentan maquillar, desde
hace un buen rato. Nada más aparatoso que hacerlo con el Frankenstein de tantas
puntadas de hilo, en el que los instrumentos quedaron dentro, despuntando como
un par de tornillos en el rostro de una experiencia imposible de repetir: a
menos que creamos en la reencarnación.
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