jueves, 9 de abril de 2020

LA MULTIPLICACIÓN DE LOS RIELES

El sustrato ético del confinamiento familiar en casa
Hermann Alvino  

1- En el año 1967 la filósofo británica Philippa Foot sacudió a la Ética contemporánea al darle forma moderna al dilema del tranvía, del cual todos hemos conocido en alguna de sus innumerables variantes y que nos plantea la pregunta sobre qué hacer cuando en la vida se nos presenta una situación extrema. 

2- Porque aún suponiendo en la solidez de nuestro compromiso existencial para hacer siempre lo que consideramos como correcto, éste término, al menos para la Ética, no tiene una definición única, puesto que ello depende de cómo se concibe el bien, esto es, si el bien absoluto relativo a cada persona, o el bien comparativo cuando se trata de sociedades, lo cual se traduce en éticas como la de Kant o las diversas variantes de éticas utilitaristas… o en otras palabras, el bien absoluto en contraste con el mal menor

3- Porque además, los dilemas son complicados de resolver, o incluso son insolubles, ya que ellos nos ponen a decidir no entre una opción mala y otra buena, una correcta o justa u otra incorrecta o injusta, sino entre dos opciones equivalentes en bondad, o en justicia, o sea equivalentes en algunos de los valores que nuestra sociedad considera como referentes; valores que si duda dependen de la Historia, de la cultura, de las vivencias colectivas y de la religión, pero que una vez implantados en nuestra mente colectiva, son capaces de mantenernos a raya y de perdurar durante siglos. Esa ética particular de una sociedad puede actuar con valores absolutos, o basarse en la relatividad de éstos –ética utilitarista-, aunque ello es otro tema fuera de estas reflexiones.

4- Todos hemos vivido dilemas incluso desde la misma infancia, como el de robar chocolates del tarro de la cocina para compartirlos con los amiguetes –el dilema de no robar contra el de hacer felices a nuestros panas, o para lograr esa aceptación social necesaria para cada niño, pero que a veces es elusiva-. Hemos vivido dilemas mucho más serios ya como adolescentes y adultos, y del camino escogido ha dependido nuestra nuestra fortaleza o debilidad espiritual que nos  regala sueño o imsomnio cada noche de acuerdo a nuestros cargos de conciencia por saber que optamos por nuestra conveniencia y no por lo que es correcto, o al revés.

Para efectos de estas notas, podemos apartar dilemas terribles como el aborto, la eutanasia, el asesinato, la legítima defensa, etc. que no solo son personales sino que están profundamente imbricados en la Ley y en cada religión, y limitémonos a recordar un dilema al que se enfrentó Winston Churchill en 1944, cuando sobre Londres comenzaron a caer las bombas V de los nazis:

Resulta que con la tecnología de entonces no había forma de saber donde caía un artefacto explosivo no pilotado y enviado desde considerable distancia, por tanto los nazis no sabían que sus bombas tendían a caer en el sector Sur de la capital británica, donde sin duda vivía mucha gente, pero bastante menos que en el centro y Norte de la ciudad. La decisión de Churchill fue ordenar a los agentes británicos dobles que estaban en la nómina nazi de hacerles creer que las bombas caían en todas partes, sacrificando así la población del Sur a cuenta de que si los alemanes se percataban que debían afinar su puntería, pues perecerían muchas más personas.

5- Philippa Foot nos presenta ese dilema churchiliano real mediate un escenario mental  con un tranvía desbocado con varias personas a bordo, las cuales perderán la vida si el vagón continúa su camino para estrellarse el final del trayecto. Foot nos dota con la facultad de cambiar su rumbo, desviándolo a otro riel… donde se halla amarrada una sola persona. ¿Qué hacer en este caso… desviar el vagón para salvar a muchos a cuenta de la muerte de uno solo o dejar que se mueran quienes van a bordo?

6-Este experimento mental tiene muchas variantes, como por ejemplo aquel que en vez de presentarnos un señor amarrado a los rieles, éste, que es muy gordo, está tranquilamente paseando sobre una pasarela encima del riel fatal para el grupo que viaja en el tranvía, otorgándonos el poder de empujarlo para que caiga hacia la vía y así detener el vagón, a costa de su vida, para salvar al resto.

La variante de empujar al gordo incauto es la misma del dilema del transplante de órganos planteado por Judith Jarvis Thomson. Allí se habla de las vidas que se salvan al aprovechar diversos órganos de una persona fallecida que se transplantan a otros moribundos para que se recuperen y sigan viviendo… pero por otra parte se presenta el caso hipotético de que si por disponer de varios órganos humanos de un mismo cuerpo se pueden salvar varias vidas, entonces… ¿por qué no matar a alguien que pase por allí, extraerle sus órganos para salvar esas vidas?

… ¿Y por qué no ir más allá, y en vez de matar a algún viandante para aprovechar sus órganos, o empujar al incauto para salvar las vidas en el tranvía, no vamos eliminando los delincuentes de nuestras cárceles para aprovechar sus órganos, como parece que se hace bajo el régimen chino?

7- Como es evidente, siendo el efecto final el mismo, o sea el bien para varias personas a cuenta del mal de otra, no es lo mismo que el dilema se le presente a uno por el azar de la vida a que uno busque activamente el dilema mismo. No es lo mismo que yendo en el coche con toda la familia, cumpliendo con las señalizaciones viales y con la velocidad allí indicada, se nos atravisese un peatón imbécil que cruza donde no debe, o un motorizado temerario y ponernos a decidir si irnos contra un poste para no arrollarlo pero poniendo en peligro a la familia que viaja con nosotros, a que nosotros mismos nos busquemos el problema conduciendo como posesos a toda velocidad por la ciudad.

8- Como todos sabemos, estas circunstancias de la vida son la vida misma, o sea una combinación de azar, de prudencia, de temeridad, de buena o mala suerte, adobadas con la dependencia que en determinado momento nos deja en manos del prójimo, en las cual privará su sentido ético, su misericordia, o sus patologías expresadas como egoismo, cuando no psicopatía.

Estar entonces en el lugar y momento inadecuados puede definir nuestro destino.

9- Entonces, poniendo todo esto en una licuadora podemos visualizar el cuadro real que se les presenta al personal médico que atiende a quienes deben ser hospitalizados por haberse contagiado con el Covid-19, a los cuales los dividirán entre quienes requieren una estadía cuyos cuidados se limitarán al reposo y a uno que otro refuerzo de sus defensas, y aquellos que necesitarán terapia intensiva, con oxígeno de mascarilla o respirador mecánico.

Pero, y aquí es donde reside el dilema si no hubiera confinamiento, y con una realidad obvia cual es que ni hay cama pa’ tanta gente –como cantaba Celia Cruz…-, ni respiradores mecánicos para los casos más extremos: porque entonces, dada la afluencia masiva a los hospitales que se producirá por el contagio generalizado derivado de la libre circulación, la infraestructura hospitalaria no estaría en condiciones de atender a todo el mundo de forma oportuna y simultánea –nótese esta acotación-, obligando al personal médico a decidir a quienes atender primero, y a quienes relegar. O en otras palabras, a decidir a quienes se les dará la oportunidad de vivir, y a quienes no, independientemente de que algunos de los que estarán atendidos mueran, o de los que deberán esperar atención médica se curen solos -porque cada organismo reacciona de manera diferente frente a las enfermedades.

10- Enfrentarse a ese dilema como consecuencia del colapso hospitalario a partir de permitir la libre circulación de las personas, obliga al personal médico a jugar a ser Dios, un juego que ellos, por su misma profesión, y estando o no conscientes de ello, viven a diario con otro tipo de enfermos como por ejemplo aquellos a quienes sugieren no operar por tener un cáncer terminal, o sedar para que mueran serenamente; pero una cosa es que el destino, la genética, el descuido personal o el ambiente laboral les traiga esta clase de enfermos para que decidan qué es lo mejor para cada uno de ellos, y otra cosa es saturarlos innecesariamente con un dilema que se puede evitar quedándose en casa por unas cuantas semanas, para así lograr esa gradualidad en atender a quienes se vayan contagiando y requieran hospitalización.

Solo así se le evita al personal médico el dilema de jugar a ser Dios con el Covid-19; y como la receta es sencilla –quedarse en casa-, pues entonces depende únicamente de la ciudadanía el actuar éticamente… suponiendo que ésta sea capaz de diferenciar lo que en este caso no solo es lo correcto, sino lo justo para ese personal médico, y lo conveniente para todo el mundo, porque cada uno podrá incrementar las posibilidades de ser bien atendido.

… Aunque no todos son capaces de comprenderlo en un mundo al cual se le ha impuesto una visión economicista de la vida. Pero es lo que hay.

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