Luis Fernando Castillo Herrera
Los primeros veinte años del siglo XX no podían ser más convulsos en Venezuela. Una revolución caudillista dirigida por andinos, conflictos con potencias mundiales, la traición entre compadres que concluyó con el ascenso de un régimen arbitrario; el reventón petrolero del Zumaque I, y como si no fuera suficiente debemos sumar a la lista brotes epidemiológicos: la peste bubónica y la gripe española. De esta manera, el país que recibe el alba de una nueva centuria presentaba serios rasgos de agotamiento político y económico; mientras tanto, su sociedad rural se encontraba en gran medida desprotegida ante las enfermedades.
Cipriano Castro, presidente de Venezuela, evoca con fulgor la victoriosa Revolución Liberal Restauradora, aquella época cuando los hombres de las encumbradas regiones andinas marcharon para defenestrar al inadvertido Ignacio Andrade. Curiosamente, este presidente tuvo también que lidiar en su momento con los estragos de una epidemia: la viruela. En su libro ¿Por qué triunfó la Revolución Restauradora? expondría cómo aquella situación debilitó su gobierno (1898-1899) y lo hizo presa de sus opositores (“El Mocho” Hernández, Ramón Guerra y el propio Cipriano Castro).
Corría el año de 1908 y al despacho presidencial llegaría una delicada noticia proveniente de La Guaira: ¿algún alzado?, ¿una revolución armada? Nada de eso, no se trataba de una montonera. Un enemigo aún más letal se aproximaba: la peste bubónica había llegado a Venezuela. La bacteria Yersinia pestis se aloja en las ratas negras y se transmite a través de las pulgas que estas poseen. Durante la Edad Media Europa se vio afectada dramáticamente por la enfermedad, que además de ser mortífera produce grotescas inflamaciones de los ganglios; la coloración oscura de estos generó que el padecimiento fuese bautizado como peste negra.
Todo parece indicar que un barco proveniente de Trinidad había traído ratas infectadas. El indeseado polizón rápidamente hizo de las suyas y las pulgas se empezaron a propagar generando la infección. El gobierno de Castro delegó a Rafael Rangel para enfrentar la situación, un médico nacido en Betijoque, poblado del estado Trujillo. Rangel, primer director del laboratorio del hospital Vargas y reconocido bacteriólogo, era a todas luces el hombre más calificado ante la emergencia sanitaria.
Sin embargo, Rangel no pudo detectar la presencia de la bacteria luego de una primera evaluación; por consiguiente, confirmó que sólo se trataba de una falsa alarma. Es importante señalar que el puerto de La Guaira formaba parte del sistema de importación y exportación de la economía nacional, por lo que su clausura temporal significaba un problema mayúsculo, de manera que la noticia fue recibida con agrado por el Ejecutivo Nacional. No obstante, las muertes continuaban registrándose, algo no andaba bien. Rangel debía volver al puerto y realizar una nueva evaluación.
Finalmente, los resultados arrojarían la presencia de la enfermedad. Con celeridad se tomaron las medidas pertinentes, el puerto fue decretado en cuarentena: ropa, ranchos y otros espacios infectados fueron incendiados para eliminar la bacteria, situación que más tarde traería consecuencias negativas para Rafael Rangel. Poco más de un mes fue suficiente para controlar la enfermedad y evitar que se propagara.
Con todo, tras el derrocamiento de Cipriano Castro, Rangel sería acusado de negligente, culpándolo de las muertes ocurridas por su errado primer diagnóstico; al mismo tiempo se le señaló como causante de la pérdida de viviendas y comercios. La animadversión fue tan marcada que el gomecismo le negaría recursos para continuar estudios en Europa. Sumido en la desdicha, el doctor Rangel terminaría suicidándose el 20 de agosto de 1909, a los 32 años.
En 1919, Juan Vicente Gómez controlaba el panorama político. Algunas obras de comunicación vial parecían conjugarse muy bien con los mecanismos coercitivos, simbiosis que aseguraba una sólida administración. Sin embargo, un enemigo biológico regresaba. La peste bubónica, aunque había sido controlada en 1908, tuvo esporádicas apariciones en años sucesivos demostrando que las insalubres condiciones del país eran más que evidentes. En esta ocasión, la cruzada contra la peste estuvo a cargo de Luis Gregorio Chacín Itriago, un galeno oriundo del oriente de Venezuela (Clarines, estado Anzoátegui); durante el período 1919-1922 ocupó la dirección de Sanidad Nacional de Venezuela.
El foco de la epidemia fue ubicado en los Valles del Tuy. Entre las acciones que fueron asumidas destacó el aislamiento de las ciudades vecinas; las fronteras se custodiaron con oficiales armados que impedían el tránsito entre las localidades. Chacín Itriago sectorizó en tres lugares la epidemia: Valles del Tuy, Caracas y Las Canales. Entre las personas más afectadas por la enfermedad se hallaban los trabajadores y frecuentes usuarios de mercados públicos.
En la octava Conferencia Sanitaria Panamericana desarrollada en Lima entre el 12 y 20 de octubre de 1927, Luis Chacín Itriago explicaría que los mercados eran los lugares por excelencia para albergar ratas, sus condiciones eran de alta insalubridad y en su mayoría los productos que allí se vendían procedían de los Valles del Tuy; las pulgas infectadas fácilmente podían viajar con la mercancía.
Para disminuir y controlar la emergencia en Caracas se tomaron tres medidas fundamentales; en primer lugar, reclusión en locales de aislamiento durante siete días para los enfermos y personas que convivan con ellos. En segundo lugar, fue clausurado el Mercado Público, y las casas aledañas debían realizar modificaciones “anti-ratas”, reforzando puertas y ventanas, todo ello para evitar el acceso de los roedores. Finalmente, se realizaron fumigaciones con azufre en espacios específicos.
En el caso de los Valles del Tuy, fue común el desalojo de viviendas; muchas fueron incendiadas. Se consideraba que los materiales utilizados en su construcción facilitaban la presencia de ratas y pulgas, impidiendo su exterminio a través de la fumigación. Pasadas las semanas el escenario fue cada vez más favorable, hasta el control general de la emergencia.
La peste en Venezuela en tiempos de Castro y Gómez no fue únicamente un asunto de la medicina, también fue aprovechada para las acciones políticas, las represalias contra Rafael Rangel resultan un claro ejemplo de ello. Por su parte, durante la octava Conferencia Sanitaria Panamericana, Chacín Itriago expuso la guerra contra la Yersinia pestis como una acción que demostraba el gran avance científico y administrativo en la Venezuela regida por el benemérito Juan Vicente Gómez; empero, los episodios de peste desde 1908 mostraban un cuadro totalmente distinto.
Fuente:
Fotografía: Rafael Rangel.
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