Del poder que nos habita
Luis Barragán
Largo ejercicio al trillar la centuria que juró en vano promisoria, el poder establecido se ha actualizado con la pandemia a través de un discurso que va más allá de lo verbal, realizándose por la suerte de un conglomerado confidencial de ideas, gestos, actitudes, hábitos, percepciones, trastocadas en cultura. Siempre por constituirse, jamás estable y confiable, fiel a las circunstancias que debe superar, concebido como una experiencia militar, nos aproxima con modestia y cautela a Michel Foucault y sus obras, por cierto, ya difíciles de hallar físicamente (https://www.bloghemia.com/2018/12/michel-foucault-obras-completas-en-pdf.html), sobre todo “Microfisica del poder” (1980), en alianza con Carlos J. Rojas Osorio y su “Foucault y el pensamiento contemporáneo” (Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995).
Escandalizada la opinión pública occidental por el arbitrario tratamiento que ha dado Viktor Orban, el gobernante húngaro que decretó el estado de excepción que luce tímido respecto a la aplicación hecha en Venezuela, el debate gana terreno en relación a la seguridad y a la cesión de los derechos ciudadanos. Anne Applebaum, no en balde ganadora del Premio Pulitzer por escribir sobre el Gulag y finalista del National Book Award por revelar la hambruna stalinista de Ucrania, ha llamado la atención recientemente sobre la concentración del poder bajo el amparo del coronavirus, citando sendos ejemplos históricos (https://www.anneapplebaum.com/2020/03/23/when-disease-comes-rulers-grab-more-power).
En nuestro país, sigue también postergado el inmediato tratamiento de otras dolencias y enfermedades, sujetos en lo posible todos al registro y seguimiento de las autoridades reales y sobrevenidas, como varias y copiosamente se hizo con los más variados operativos (viviendas, alimentos, vehiculares, etc.), complementarios de los tributarios u otros parecidos, en un contexto sanitario ampliamente cuestionado. La relación del poder con la población, es propia de los servicios de (contra) inteligencia, privando la sensación de una oportuna cuarentena para moderar la polémica política, quizá prolongable (al fin y al cabo, es un término ya propiamente médico), con el objetivo de una “renormalización” de la situación.
El pequeño artefacto electrónico de medición de la temperatura, ya visto en otras latitudes, no lo consigue cualquier ciudadano en una botica, siendo monopolizado por las autoridades para simbolizar mejor su dominio en los espacios públicos, por ejemplo, además del intenso patrullaje (no precisamente de los profesionales de la salud). Y, aunque frecuentemente no hallamos en Foucault las alternativas específicas y concretas a su diagnóstico, a esta suerte de mecanismos infinitesimales del poder que impiden el suministro de la gasolina para los médicos independientes, reprimiéndoles espontáneamente por videograbar sus angustiosas vicisitudes (https://twitter.com/reportesenlared/status/1245044197142470657), se une la convicción generalizada de que debemos librarnos de algo más que el coronavirus.
Todos intuimos o sabemos que no estamos ante un representante del Estado, como ocurrió, mal que bien, con la policía en tiempos pasados; e, incluso, como la hubo en la Caracas de 1834 de acuerdo a un extenso reportaje de Erasmo Colina (El Universal, Caracas: 24/04/1967). Por ello, la desconfianza frente a un poder que costará desmontar al habitarnos con una intimidad ganada por más de dos décadas que ahora se revela dramáticamente.
06/04/2020:
No hay comentarios:
Publicar un comentario