Tartamudeo tecnológico
Luis Barragán
Varios países en uno, en su peor acepción, Venezuela se ha ruralizado a los extremos del hambre, las epidemias y los más insólitos éxodos. El dato tecnológico, propio del siglo que estamos perdiendo, únicamente concierne a las camarillas del poder.
La galopante desurbanización, colapsados los más elementales servicios públicos, bandolerizadas las calles que tejen el itinerario del deterioro, autoriza o dice autorizar una tecnología de punta que es, ante todo, un formidable modelo de negocios. Así, tres renglones ejemplifican una colosal inversión, definitivamente injustificada, explicada por el añorado disparo de los precios del petróleo y de la deuda.
No hubo autoridad municipal, regional o nacional que no instalase sendas cámaras de monitoreo, en calles y avenidas, prometidas como solución al problema de la inseguridad personal, aunque los servicios policiales – también penetrados por el hampa – no cumpliesen con las más básicas tareas, excepto se tratara de la persecución política. En lugar de disminuir, aumentó la delincuencia, añadidas las cifras de muertes violentas tan ocultas, como las de la hiperinflación.
No pocas ciudades, exhibieron grandes y sofisticados cubos que los puntuales camiones mecánicamente trenzarían y vaciarían, librándonos de la basura. Desaparecidos unos y otros, algunas viejas unidades apenas surcan las principales arterias viales, disponiendo de braceros que, por lo general, con un pedazo grande de tela, recogen los desechos (deshechos), incumpliendo con las más elementales normas sanitarias, porque no cuentan con los guantes o las máscaras, como tampoco con los contratos colectivos que impidan la pulverización de un salario prácticamente simbólico.
Inútil reincidencia, el ministro de Educación Superior ha tuiteado, ahorrándose cualesquiera explicaciones, sobre el convenio con la Corporación Industria China Gran Muralla, para poner hacer circular otro satélite artificial que llamarán “Guacaipuro”, mientras que es indiferente a la efectiva desalarización de los docentes universitarios, en un dramático cuadro de deserción que se une a la estudiantil. No hay presupuesto para las universidades, pero sí cantidades impresionantes de divisas para una incursión espacial que tampoco da cuenta de las anteriores, pues, beneficio alguno ha traído, quizá sólo en el ámbito militar: la catástrofe humanitaria obliga a un monitoreo desde el espacio sideral.
Algo más que una veleidad tecnológica, la dictadura hace rentable el retroceso a la premodernidad. Simplemente, es negocio dotar de cámaras sofisticadas, recolectores de acuerpada carrocería y satélites de sutilezas impresionantes al Estado, aunque no haya ni habrá una política pública en el ámbito de la seguridad personal, sanitario o aprovechamiento del inmediato espacio sideral.
Lo peor es que, por instantes, el régimen genera alguna ilusión en torno a sus diligencias frecuentemente traicionadas. Digamos, una suerte de tartamudeo tecnológico, cuando se vio al deslumbrante camión alzar en brazo el cesto de basura, o hubo intimidación por la cámara observante sin saberse prendida o apaga, pues, a nadie le consta, que tal satélite sea verdad.
Ilustración: M. Guinzo para un cuento de José Balza, “Canto del tartamudo”. El Nacional, Caracas, 11/02/1968. Papel Literario.
23/09/2018:
http://guayoyoenletras.net/2018/09/23/tartamudeo-tecnologico/
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