lunes, 3 de septiembre de 2018

PUNTOS E ÍES

De la otra revolución industrial
Siul Narragab


Importa volver al asunto para atajar cualquier versión flácida y complaciente que, deseándose optimista, conducirá inexorablemente al desencanto. El consumo cultural en Venezuela es miserable y, particularmente, el musical, ajeno a la otra revolución industrial que ya busca distintos horizontes en el resto del mundo, mientras lidiamos, en dictadura, con la vieja y selectiva trova protestataria que anima, exhausta, los mítines oficialista y estorba el desenvolvimiento – acotemos, atormentado -  de los usuarios del metro de Caracas que, indiferentes, pugnan por entrar y salir airosos de sus atapuzados vagones, predispuestos ante la violencia creciente que anega sus andenes en las horas más difíciles.

Trova, por cierto, reducida a Alí Primera, el emblemático cantautor de las décadas más remotas y significativamente post-insurreccionales, incómodas ante el debate de una derrota que, a la postre, supo esquivar en los rieles del mesianismo militar, toda una apuesta al abrirse el presente siglo. Tuvo razón Luis Beltrán Acosta al aseverar que el mercado no podía eludir, esta vez, al poeta falconiano (“La socio-política en el canto de Alí Primera”, Suplemento Cultural de Últimas Noticias, Caracas, 04/08/1985), aunque subraya  la circunstancia de un mestizo de familia humilde que se hizo competitivo frente a los artistas de moda, como Sandro o Raphael, revelando una curiosa perspectiva de análisis.

Permítannos la digresión, una pieza musical de mediados de los ’70 del ‘XX, como la de Gloria Martín (https://www.youtube.com/watch?v=JCns3KRys5E), tiene una extraordinaria vigencia actual, pero jamás la radiarán en los medios públicos y masivos de transporte, ya que obedeció al remoto y militante período de agitación política que no cabe para el ejercicio real del poder, por lo demás inescrupuloso. Quizá buena parte de los cantautores de entonces, están o estuvieron integrados a la nómina de la administración pública e, interesadamente silentes,  contribuyen al obvio descrédito moral de la tal revolución en marcha.

Ahora bien, principiando 2010, en el marco del Estudio sobre la Pobreza en Venezuela, adelantado por la UCAB (https://es.scribd.com/presentation/28464224/Informe-Estudio-Consumo-Cultural-2010), los indicadores de consumo cultural revelaron el predominio, por ejemplo, del merengue, la salsa y el vallenato, por encima de otros géneros, ocupando la duodécima posición la llamada música clásica, siendo extremadamente baja la afición por el jazz, aunque paradójica y relativamente alta lució la asistencia a conciertos de música académica. Sentimos que, ahora,  no hay una mayor variación en el gusto masivo, e, incluso, disminuyendo dramáticamente la programación y existencia misma de las emisoras radiales de carácter comercial, o la realización regular de conciertos de todo tipo, han empeorado  las condiciones para el género académico, desactualizados los demás. De hecho, nos ha obligado a recurrir a las redes sociales, hacer caso de sus promociones y, en un cruce con las mejores secciones culturales de la prensa extranjera, acercarnos a las novedades del momento, si es que abren para el circuito digital venezolano.

Quizá está demás observar, no hay artistas foráneos de una gran cotización, ni siquiera baja o mediana, que ose presentarse en Venezuela, ni empresario del espectáculo en pie que se atreva a un mercado prácticamente quebrado, excepto los muy ya ocasionales festivales promovidos por el régimen que monopoliza las divisas, en su afán de obsequiar una distracción a las masas depauperadas que, a la vez, hace rentable el gesto populista. El Poliedro, otrora coso para una variedad de eventos populares, a guisa de ilustración, es un recuerdo ajeno a las actuales generaciones, y salvo que se trate de la privadísima fiesta de algún prohombre del gobierno, de la que tarde o temprano se sabrá, ya escasea o no tenemos  un hotel, una taberna o una taguara de oportunidad que nos deleite con una voz exteriorana e interiorana de renombre o sin-nombre.

Fallecida en días recientes, hay quienes se asombran que Aretha Franklin, como Tom Jones o Charles Aznavour, visitara a Caracas y la presentara también en televisión un productor independiente, como Renny Ottolina. O que Andrés Segovia, Ígor Stravinski o Zubin Mehta, anduviesen por nuestras calles.

Para mayor ironía, el país del exitoso Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juvenil, no revela inclinación  generalizada alguna por la música académica, apenas muy tenue en los familiares y relacionados de los aprendices instrumentales que los animan.  Pocos tienen la ocasión de descubrir la majestuosidad del riguroso género, cuando antes lo lograban con la Radio Nacional de una muy sobria programación, la Emisora Cultural de Caracas que ofrecía estrictamente de todo, la Sala Ríos Reyna que presentaba a ejecutantes nacionales e internacionales a muy bajo costo, apremiados por el estribillo musical de las cuñas publicitarias que sacaban provecho de un repertorio que flotaba en el ambiente.

La cuenta de VZLASINFONICA en Instagram, suele informarnos de las reducidas actividades que se realizan y, citando la fuente, informa que ochenta músicos venezolanos crearon una orquesta en Buenos Aires (https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/violin-batuta-mochila_0_ByK-DGDDQ.html), lo cual nos da una idea de la exportación de brillantes ejecutantes, como directores y hasta gerentes, que formamos durante largos años y no encuentran cabida acá, bajo una dictadura de distracción.  ¿Para qué indagar en torno a la antes legendaria Orquesta Sinfónica de Venezuela, o la Municipal de Caracas que tiene una batuta insigne, como la de  Rodolfo Saglimbeni?

Con o sin Círculo Musical, una empresa meritoria de principios de los sesenta, estuvimos familiarizados con el nombre de los grandes compositores. Venezolanos como Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Evencio Castellano o Inocente Carreño, eran parte de nuestra cotidianidad, así nos durmiese su música, o era muy normal leer las crónicas de Israel Peña, Luis Felipe Ramón y Rivera, Eduardo Lira Espejo o Rházes Hernández López, en la diaria prensa que supo de numerosas especialidades temáticas.

Ya eso no lo hay y nos agarramos estéticamente de lo que el Estado tiene a bien dispensarnos, muy de vez en cuando, teniendo en jaque – por ejemplo – las obras plásticas acumuladas por más de tres siglos, cuyo destino inspiró el ministro celestial de apellido Farruco. Lejos quedan los encuentros de las bandas de rock a lo Félix Allueva, por citar un nombre de los que arriesgaban una inversión que actualizaba el ámbito, porque son las camarillas del poder, algunas muy exquisitas, valga acotar, las que pueden dejar caer los bienes y servicios culturales de la insólita mesa de sus apetencias hollywoodenses, pues, la travesía de Chávez Frías por Cannes nos avisó de las inauditas veleidades petroleras que llevan por dentro.

Un Estado que, disparador y disparatador de leyes y reglamentos, condensa la cultura en un hecho burocrático, permitiéndose promover a pintores de brocha gorda, escenificar un Pájaro Guarandol de un radical costumbrismo escolar y urbano, o cualesquiera otras actividades que sean lo más baratas posible, aunque arroje dividendos indecibles por obra de un presupuesto ejecutado, mas desconocido (Juan Liscano y el festival del folklore de los ’40, se agiganta cada vez más). Que existan manifestaciones genuinas manifestaciones culturales, particularmente las musicales, se debe a la inquietud y al esfuerzo heroico de una ciudadanía que se resiste, en medio de las miserias del espíritu dominante, el de la dictadura.

La materia no es nada baladí, en las actuales circunstancias y constituye todo un desafío a la dirigencia que tiene por hábito su propio ombligo, pues, “los estadistas tienen, en los bienes culturales y en los procesos creadores, no solo valiosos objetos a apoyar y promover sino también, en su condición de líderes sociales, una materia de estudio pendiente para entender y cumplir mejor con las funciones esenciales de su propio liderazgo”, como señaló María Elena Ramos (“La cultura bajo acoso”, Artesano Editores, Caracas, 2012: 39).  La revolución industrial de estos tiempos (llamada naranja), llegará con la transición democrática a Venezuela, en el campo musical y también en las artes escénicas, la plástica, la gastronomía, la digital, etc.
 
Reproducción: "En la residencia del crítico musical Eduardo Lira Espejo se reunieron el jueves de la semana pasada, los más destacados personajes del  mundo musical venezolano con el fin de festejar los sesenta años de edad del Ilustre Maestro Vicente Emilio Sojo. Al lado de sus discípulos, hoy Maestros, de sus actuales alumnos, de escritores y periodistas expresaron a Sojo sus sentimientos de admiración y simpatía". Élite, Caracas, nr. 1578 del 31/12/1955.

02/09/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/33401-nagarrab-s


 Luis Beltrán Acosta. "La socio-política en el canto de Alí Primera". Últimas Noticias, Caracas, 04/08/1985. Suplemento Cultural.

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