EL NACIONAL, Caracas, 1° de diciembre de 2016
El gran reformador
Baltazar Enrique Porras Cardozo
El escritor británico Austen Ivereigh, periodista y comentarista de asuntos religiosos y políticos, vivió algún tiempo en Argentina y ha investigado a fondo el espacio y el tiempo vital de Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco. No se trata de una biografía más, ni de un panegírico para poner en el panteón de los héroes a alguien que ha llegado a la cumbre de la Iglesia católica. El subtítulo, “Francisco, retrato de un Papa radical” nos pone ante un hombre de carne y hueso, con virtudes y limitaciones, las propias de todo ser humano, que es influenciado, quiérase o no por el medio y el tiempo que le ha tocado vivir. Allí estriba su valor.
Un Papa venido del fin del mundo, el primer jesuita y el primer latinoamericano que ocupa el solio pontificio, llenó de estupor a media humanidad cuando se oyó su nombre y apareció su figura en el balcón de la basílica vaticana para ser conocido por la multitud que se agolpaba en la plaza de San Pedro. Lo que más me ha llamado la atención de este grueso volumen de casi seiscientas páginas, es que nos presenta al protagonista tal como es. En un primer capítulo lo dedica a los primeros veinte años de la vida de Jorge Mario (1936-1957), hijo de inmigrantes italianos con las vicisitudes propias del desarraigo y arraigo en un nuevo contexto. Las estrecheces económicas de la familia, sus primeros estudios y el contacto con la realidad argentina de aquellos años. Quien se podía imaginar que un joven que se ganaba una churupos como portero de una discoteca podía llegar a ser cura, jesuita, obispo, cardenal y papa. ¿Desmerece acaso ese oficio de una persona recta y honesta?
Un segundo bloque, titulado la misión (1958-1966) está signado por la búsqueda personal de definir una vocación que encontró en los hijos de San Ignacio, cauce para una formación integral, abierta y exigente. Fueron, además, años duros de la política y la economía argentinas. Timonel en la tormenta es el tercer capítulo (1967-1974), sus primeros años de sacerdote jesuita, la asunción de las tareas propias de la Compañía en ambientes muchas veces inhóspitos. Su opción por los pobres desprovista de la ideología marxista, marcará un camino que cristalizará en la teología y pastoral argentina. La influencia del cardenal Pironio fue notoria y él mismo la evocó al decir que “era un hombre de puertas abiertas con el que te daba ganas de estar”.
El crisol (1975-1979), años de convulsión política y de represión brutal, en los que se purificó su espíritu. Sobre este período se ha escrito mucho desde la actuación de Bergoglio. Un verdadero crisol. El líder, expulsado (1980-1992), años de purificación y madurez. Lo observa y solicita como obispo auxiliar el arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino, es el capítulo titulado un obispo con olor a oveja (1993-2000). Bergoglio no era la clase de obispo a la que estaba acostumbrado el clero. Era poco burocrático, directo, humilde, austero y eficaz, nos dice el autor. Quarracino le pide al Papa Juan Pablo que lo haga su coadjutor y lo sucede en la sede bonaerense. De allí en adelante su figura se hace refulgente a nivel latinoamericano y vaticano hasta llegar al cónclave del 2013, en la que es elegido papa y toma el nombre de Francisco, emulando al poverello de Asís.
No da para más la crónica, pero invito a leer este libro que se devora con fruición y tiene el gran mérito de contextualizar al protagonista sin retóricas ni componendas.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/baltazar_porras/gran-reformador_0_967703301.html
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