NOTITARDE, Valencia, 9 de junio de 2013
Dios ha venido a ayudar a su pueblo” (Lc.7,11-17)
Pbro. Lic. Joel de Jesús Nuñez Flautes
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús realizando el milagro de la resurrección de un joven muerto en la ciudad de Naín, un pequeño poblado de Galilea. Jesús, que va predicando la Buena Noticia del Reino de Dios por todas partes, seguido de sus discípulos y una gran multitud que atendía con admiración sus enseñanzas, que era testigo de sus milagros, que observaba su conducta coherente, ahora es testigo ocular de un nuevo milagro; un milagro que escapa de toda la lógica humana (por eso es milagro) y no es cualquier acontecimiento; es darle vida de nuevo a un muerto. Jesús al entrar en aquel poblado ve que va una mujer llorando, era viuda y acababa de perder a su hijo único; el panorama de tristeza, de desolación, de miseria, de soledad, de amargo futuro que le esperaba a aquella mujer era realmente triste (una mujer y viuda y sin su hijo único que la representara en aquella sociedad judía machista, después de haber perdido al esposo, era realmente un panorama oscuro y desolador para aquella mujer). Por esto, es maravilloso ver y sentir que Jesús, que siendo Dios, sabe penetrar lo más profundo del corazón y puede comprender la realidad de todo ser humano, contempla aquella escena, se acerca a la mujer, porque dice el evangelio que “sintió compasión”; es decir, se puso en su puesto, como decimos en el argot popular: “se puso en sus zapatos”, compartió su dolor y por eso se acercó y tocando al muchacho y ordenándole que se levantara, le devolvió la vida. Toda la multitud que seguía a Jesús quedó asombrada, con estupor alababa a Dios diciendo que Dios había venido a ayudar y visitar a su pueblo; signo de la cercanía de Dios en Cristo y reconocían a Jesús como un gran profeta. Es así, como poco a poco, la gente va a ir reconociendo que Jesús aparte de ser humano es Dios en medio de ellos. El Dios humanado, el Hijo único del eterno Padre que ha venido a liberar al hombre del pecado y de la muerte eterna.
La resurrección del hijo de esta mujer viuda de Naín nos anuncia tres cosas: 1. Sólo Dios da la vida y quita la vida. Jesús resucitando aquel joven demuestra ante la multitud que Él es Dios; porque sólo Dios tiene el poder de crear al hombre y lo ha hecho en Cristo, por Cristo y con Cristo; como lo afirma San Pablo en Col. 1,15-20. Cristo ha venido al mundo para dar vida a los hombres. 2. Cristo, el Hijo eterno de Dios, ha venido al mundo para destruir el fruto del pecado, de la desobediencia y ruptura con Dios que es la muerte eterna. Con su poder Él ha vencido al mal y ahora el ser humano, en su libertad, puede acercarse a Dios de nuevo y obtener vida y vida sin fin, puede encontrar el camino que conduce a la felicidad plena. 3. La muerte y resurrección de aquel joven, acompañado de su madre viuda, preanuncia la muerte de Jesús en el Calvario, que estará acompañado por su madre viuda (que nos las dejará como madre en la persona del joven discípulo Juan), pero al mismo tiempo anuncia su triunfo sobre la muerte: con su resurrección Cristo ha vencido al mal para siempre y ahora todo ser humano tiene la posibilidad de resucitar y alcanzar vida eterna. Para que esto sea posible, Jesús nos ha dejado en la tierra la tarea a cumplir: vivir en el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo; así como Él nos lo enseña colocándose al lado de esta mujer viuda del evangelio de hoy.
Pidamos a Jesús que nos ayude a ser constructores de la cultura de la vida, que seamos predicadores de la vida y estemos llenos de vida, que no es otra cosa que tener siempre a Dios en nuestra mente y corazón y vivir movidos por sus inspiraciones. Que no seamos cristianos que vayamos por la vida como muertos; sin fe, sin esperanza o sin amor; todo lo contrario, que nos dé la alegría de ser cristianos y saber que quien tiene a Cristo en su vida, tiene vida, experimenta vida plena en este mundo o después la vida eterna, según sus promesas. Que anunciemos al mundo que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida para el mundo. A Él la Gloria y el Honor por los siglos de los siglos.
Ida y retorno: El próximo domingo se celebra en Venezuela el día del padre; tiempo en que la familia se reúne, comparte, se dan regalos a aquel que ha sido y sabido ser padre en medio de un hogar y hacia unos hijos. Es oportuno que quienes tienen la misión de ser padres, porque han dado vida o porque han criado e infundido valores en niños y jóvenes, se acerquen siempre a Dios, el Padre amoroso y bueno por excelencia; siempre fiel, amigo, cercano, siempre dispuesto al perdón y a la misericordia. Que allí los padres y futuros padres encuentren el modelo de paternidad que necesitan nuestra Venezuela y el mundo entero. Pidamos al Señor que nos regale buenos padres, que sean ejemplo de amor y modelos de valores para sus hijos y así podamos gozar de una sociedad sana.
EL IMPULSO, Barquisimeto, 9 de junio de 2013
Revivir muertos
Isabel Vidal de Tenreiro
Buena Nueva
Jesucristo revive a tres muertos durante su vida pública. En dos de los casos Jesús había sido solicitado con urgencia para atenderlos mientras aún estaban enfermos: la hijita de Jairo y su amigo Lázaro. Y por una razón u otra, se retrasa en llegar.
Cuando Jesús al fin llega a la casa de Jairo, la niña acababa de fallecer. Y cuando llega a Betania, ya Lázaro tenía tanto tiempo enterrado que el cadáver hedía.
¿Por qué se retrasó Jesús en llegar? Parecería como si hubiera querido dejar que murieran. ¿Por qué? Puede ser para mostrar aún más la Omnipotencia que poseía por ser Dios: más difícil era revivir un muerto, que curar un enfermo.
En ambos casos, por supuesto, Jesús actuó compadecido del dolor, tanto así que El mismo lloró ante el sepulcro de Lázaro.
Pero en el caso del tercer muerto traído a la vida, nadie le pidió ayuda a Jesús. Nos dice el Evangelio (Lc 7, 11-17) que Jesús iba entrando a una población llamada Naím y se topa con un cortejo fúnebre de un joven muerto, hijo único de una viuda. Cuando el Señor la vio se compadeció de ella y le dijo que no llorara más. ¡Cómo no iba a llorar! ¡Era su único hijo!
Acto seguido, Jesús hace parar la procesión. ¿Por qué este forastero, no conocido aquí en Naím, que tampoco es parte del evento fúnebre detiene este cortejo? Debe haber parado la procesión con mucha autoridad, porque nadie se lo impidió. Y los que llevaban el cadáver, le obedecieron. ¿Qué pretenderá? Sus discípulos y un poco más de gente que venía acompañándolo, deben haber pensado lo que Jesús iba a hacer. Imaginemos el suspenso…
Se dirige, entonces, al muerto. Por cierto, no dice el Evangelio que en voz baja, así que deben haber sido muy audibles estas palabras: ¡Joven, Yo te lo mando: levántate! Y ¡qué impresión ver al muerto levantarse de su ataúd y comenzar a hablar! Luego Jesús se lo entregó a su madre.
El Evangelio no nos dice la reacción de la madre. Pero, a pesar de haberse alegrado, la alegría debe haber estado mezclada con una tremenda impresión. Impresionados también estaban los presentes. Todos se llenaron de temor, dice el Evangelio. ¡Claro! Un evento así tiene que abrumar a quien lo ve suceder ante sus ojos: un muerto que se sale de su ataúd a la orden de un extraño.
Hubo otros revividos que nos narra la Biblia. Por cierto, el primer muerto vuelto a la vida en el Antiguo Testamento es otro hijo único de viuda (1Re 17, 17-24). Fue el hijo de la viuda de Sarepta, quien le dio de comer al Profeta Elías con la poca harina y aceite que le quedaba para ella y su hijo. Hubo un primer milagro: la harina y el aceite no se acababa. Pero en un momento dado, el niño enfermó y murió. Esta mamá sí le reclamó a Elías. Y el Profeta clama a Dios, pidiéndole que le devuelva la vida a este niño. El niño volvió a la vida y Elías se lo entregó a su madre. La mujer reconoce, entonces, que Elías es un hombre de Dios y que los consejos que le ha dado vienen del Señor.
Dos milagros de hijos de dos viudas vueltos a la vida, milagros que muestran el poder de Dios y su compasión para dos mujeres que sufren. A veces Dios hace esos prodigios. A veces no. Pero, hayan prodigios o no, Dios siempre está ahí con su poder y su misericordia.
Revivir muertos es muestra imponente del poder de Dios. Pero hay algo más impresionante que esto. Si los cuerpos muertos vueltos a la vida impresionan, mayor muestra del poder divino son las almas muertas por el pecado que vuelven a la vida por el perdón de Dios. No lo ven nuestros ojos, pero si lo pudiéramos ver, nos quedaríamos impresionados de lo que es un alma muerta y luego resucitada por la misericordia divina en el Sacramento de la Confesión.
Fotografía: El Nacional, Caracas, 09/06/13.
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