El Nacional, 08 de mayo de 2002
Al mal tiempo, buena cara
Laureano Márquez P.
Cuando las circunstancias se ponen graves es indispensable mantener el sentido del humor. La risa es el único antídoto que tiene el odio, porque su poder es mucho mayor que el de los francotiradores. En El rey Lear de William Shakespeare, el único que puede decirle las grandes verdades al rey, a ese ser poderoso al que todos temen y ante el cual los más osados tiemblan, es el bufón. Usando con habilidad el arma poderosa de la sátira, la ironía, en fin, del humorismo, puede hablar –¡y cómo habla!– diciendo las grandes verdades que todos ven, pero que nadie se atreve a decir. No es que el humorista sea más valiente que el resto de los seres humanos; lo que sucede es que se sabe poseedor de un arma poderosísima, con la fuerza demoledora de una bomba atómica, pero con la invalorable ventaja de que es un arma que no derrama sangre, que no hiere ni asesina, porque sus proyectiles están cargados de inteligencia pura. En los momentos más tristes, cuando incluso llega a peligrar la propia vida, es cuando más sentido del humor hay que tener. Cuentan que el humorista Pedro Muñoz Seca, fusilado en 1936, poco después de que comenzó la guerra civil española, cuando se encontraba frente al pelotón de fusilamiento dijo a sus asesinos lo siguiente: —Me habéis quitado todo, me habéis quitado el reloj, la cartera y el abrigo; me vais a quitar la vida. Pero hay algo que no podéis quitarme.
Envalentonados, los verdugos preguntaron —¿Y qué es eso que no podemos quitarte? —El miedo que tengo...
Y aunque lo mataron, Muñoz Seca logró desarmarlos antes de morir.
Una de las funciones importantes del humor es la de satirizar el poder, no a un poder en particular, sino a toda forma de poder, tarea que, en nuestro país, se hace particularmente difícil por la extraordinaria capacidad que tienen nuestros dirigentes de ridiculizarse ellos mismos. El humor es un acto de sanidad colectiva. Los pueblos que son capaces de reírse de sí mismos y de desnudar el poder a través del humor, muestran una elevada inteligencia. Porque solo el que es inteligente puede reír, especialmente cuando se trata de esa risa superior, a la que se refiere Umberto Eco en El nombre de la rosa, esa risa supradiafragmática que se ha convertido en pensamiento y reflexión. Esa es una risa incluso subversiva, porque cuestiona las bases del poder. Pero también es una risa que nos conduce a la tolerancia. Cuando reímos del adversario no caemos en la debilidad de odiarlo, porque el humor también es una forma de amor.
En este momento hay un sentimiento compartido, una suerte de desesperanza, de pesimismo, de angustia existencial sobre el porvenir. En medio de este vacío, en medio de la tristeza, la consigna es reír, porque el humor es lo único que puede ayudarnos a pensar. Esto lo vio claramente Aquiles Nazoa cuando, en un libro sobre Leoncio Martínez, señaló lo siguiente: “... Ya se sabe que el humorista es un hombre de actitud subversiva frente al mundo, un hombre que no se resigna a vivir la situación que el destino le ha señalado, pero la ama tanto que tampoco puede renunciar a ella y lo que hace es como irla destruyendo por medio del amor (...) La actitud humorística es siempre una actitud de análisis (....) El humor lo que hace es provocar el pensamiento analítico (...) el humor hace pensar y permanece en el tiempo y continúa su efecto. El humor es una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando”.
Y cómo nos hace falta pensar en este momento.
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