viernes, 21 de febrero de 2020

PRISMA: CONSTRUCCIÓN PARA DECONSTRUIR

De los partidos políticos y otras agonías más
Nelson Chitty La Roche 

En sus informes anuales sobre el estado de la democracia en el mundo, la unidad de inteligencia de la revista The Economist, ha venido describiendo la situación global como una recesión democrática. A partir del análisis de cinco variables; proceso electoral,  funcionamiento de gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles; este estudio observa un deterioro continuo en la mayor parte de las democracias del mundo desde el año 2010, incluyendo las democracias antiguas como en Europa Occidental y en Estados Unidos”. Laura Chinchilla en el prólogo del libro de Asdrúbal Aguiar sobre Calidad de la democracia y expansión de los derechos humanos.

No abundaré en cuanto refiere a la calidad democrática de esta hora porque todos sabemos que en todas partes se ha incoado un contencioso ciudadano que denuncia a la democracia como carente de democracia y la asume, además, como insuficiente, ineficiente, anacrónica e incapaz de proporcionar lo que de suyo constituye su oferta.

Se cuestiona, como antes hemos dicho, los aspectos relativos a la isonomía, la isegoría y la isocracia para traer desde los orígenes griegos y la polis, los elementos que caracterizaban el diseño que sentaría las bases del sistema democrático. Se afirma que no se ha logrado o se tergiversa o trastoca el principio democrático, utilizando artificios de variada naturaleza.

Además, y tal vez sea el punto en el que más han trabajado detractores y defensores, se inculpa a la democracia por no traducirse en justicia social, dejando fuera entonces la consideración equitativa o, permitiendo los desequilibrios y desigualdades del sistema económico y así evalúa el colectivo el desempeño de lo que siguen aclamando, con la frase de Lincoln, el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo y así, aun resuena el eco del celebérrimo discurso de Gettysburg (Pensilvania) el 19 de noviembre de 1863, cuya trascendencia impresiona a los mismísimos franceses, al extremo que se repite, en el texto de la Constitución de la V República en 1958, como se lee en el artículo 2: La lengua de la República es el francés. El emblema nacional es la bandera tricolor, azul, blanca y roja. El himno nacional es la «Marsellesa». El lema de la República es «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Su principio es: gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (Subrayado nuestro).

Claro que las interrogantes se suscitan al examinar la variedad de denominaciones, precisiones, matices con los que se desea explicar, significados y contenidos, en el afán de la epistemología y en la temeridad de la doxa que, sin detenerse, presenta, propone y llena el entorno de la comunicación social y política, de sus inferencias y oximorones.

Justicia social es también un concepto compartido en todos los sentidos, pero, como nos enseñó Arendt, los pueblos que dicen buscar, trabajar, forzar la historia para lograr la libertad, en el camino renegociaron con ellos mismos porque, a menudo, les satisface más la igualdad o el despojo punitivo de los demás.

El prisma se modificó. El cada cual se solapa en el primero entre otros y esconde en realidad, una simulación. Los otros no figuran en el acto del que se acompaña de sí mismo.

¿Qué es pueblo? ¿Quiénes forman parte? Podríamos especular allí largamente, pero, a los fines del presente artículo, quiero solamente señalar que una porción reducida de la sociedad manifiesta interés en lo público y una mayoría atiende otros elementos, aspectos, situaciones de su interés, alejándose, marginándose a ratos y abandonando a unos pocos el ejercicio ciudadano y lo peor es que, dentro del individualismo liberal dominante, se legitiman y justifican variedad de posturas que terminan por desarraigar la membresía política o la reducen a consideraciones propias de su visión personal, solipsística, relativista y, desde luego, egoísta.

Siendo entonces la tendencia actual a disolverse el cosmos ciudadano, entre las apetencias de figuración y reafirmación del individuo, visto sin embargo en su perspectiva societaria, optando por proyectos reducidos y segregacionistas y, sobretodo, ausente del interés común que no sea como beneficio de una tipología que lo distingue y haciéndolo lo reúne con otros individuos que quieren ser eso, miembros particularizados y no comunitarios de la sociedad, cabe preguntarse ¿qué sigue?

La afectación de lo común que parte desde los intereses específicos es la secuencia. Sorel denunciaba lo que llamaba la hipocresía burguesa y Sartre ironizaba mortal en el prólogo del libro de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. No es nueva, pues, para el zoon politikon la decepción, pero ahora es distinto, pienso yo.

Me explico brevemente, las cada día más fragmentadas, divididas, parceladas expresiones del yo social, satelizan al yo comunitario y lo desfiguran paulatinamente. El ciudadano queda distribuido entre estas unidades que por definición son más bien entidades que solo en su distinción e identidad quieren ser, desdeñando los valores, principios y logros propios de la axiología, del conjunto que resulta del andamiaje comunitario.

No hay construcción societaria sino deconstrucción a partir de la diferenciación constitutiva de las identidades. No hay normación sino anomia, no hay decisión a compartir ni tampoco deliberación. El Estado funciona, con un ideal de gobernanza y una experiencia de gobernabilidad comprometida. La anomia se legitima y con ella la desagregación cubre los espacios.

Mal puede entonces el partido político que, por cierto, no es otra cosa que el apéndice organizativo de los ciudadanos, creado con el propósito de hacer política y además, aspirar como es de suyo y natural, a gobernar magnetizar y reunir. Solo queda en las plataformas vacuas o en las franquicias electorales un derivado que no tiene substancia, una corriente que no encuentra cauce porque no trae sino el desprestigio social y de su institucionalidad a cuestas. El partido político anda así desfigurado y ello acontece igual en Francia, España, Italia, Estados Unidos y ni hablar de América Latina.

Tiempo este de pragmatismo y de vacío, del día a día, de los Eudomar Santos y como vaya viniendo vamos viendo, momento de duda y desconfianza auspiciado precisamente por la carencia de genuina comunicación y peor aún, de auténtica comunión porque se ha perdido la ilusión y la fe.

Un partido político es una reunión de fieles partidarios. Tiene sus reglas y su cultura, sus valores, sus proyectos, sus tradiciones y sus taras genéticas, sus torceduras, sus extravíos que soporta en comunidad porque si no hay ese espíritu solidario, dejo de ser un partido político.

Los partidos políticos son actores en el teatro de la deliberación sobre los asuntos comunes y además, sobre la conflictividad social; y por ello son indispensables para el abordaje de la materia política. No obstante es bueno recordar que toman formas y discursos propios de cada sociedad y de cada época, aunque la razón de su porque, es la misma.

¿Se repite la historia? ¿Nunca tuvimos una circunstancia como la que vivimos? Avanzaré solamente una consideración por economía del tiempo; los escenarios humanos de desagregación terminan siempre convocando las autocracias en forma de fascismo o de dictaduras como las surgidas entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

La sociedad más que cambiar ha mutado; la democracia se quedó en esa loca carrera retrasada; la libertad ya no es un producto al que la aspiración de todos legitima, sino un ejercicio fatuo de unos y una práctica falaz y morbosa de otros.

En ese contexto, cabe reconocer que la humanidad necesita con urgencia frotar la lámpara, no para que aparezca un genio poderoso para complacerla sino más bien para que se marchen los gnomos, duendes y muñecos diabólicos que la ideología del espectáculo del sí mismo ha engendrado. El humano debe superarse con sentido de persona humana digna y para ello debe renacer el ciudadano.

Fuente:
Fotografía: Patrick Semansky (AP), estatua de Washington el Capitolio estadounidense.

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