lunes, 24 de febrero de 2020

NECESIDAD DE URGENCIA

Sebastián de la Nuez: “Mi reinvención consistió en ser lo que soy”
Hugo Prieto
  
Periodista y narrador de estilos diversos, Sebastián de la Nuez tomó la decisión de regresar a la tierra de la cual habían emigrado sus padres, en este giro contrario a las agujas del reloj, que desdice de la fuerza magnética que en buena parte del siglo XX ejerció Venezuela a todo aquel que deseaba progresar.

Todo exilio es un cuestionamiento, una añoranza que despierta las emociones más íntimas, tal vez por eso es una experiencia meramente individual. Se vive el aquí y el ahora, con un pie en el lugar que se ha dejado atrás y con el otro pie en el lugar que sirve de refugio. Ésa es la atmósfera y los trazos que condensan los relatos que componen el libro que ha escrito Sebastián de la Nuez para poner plan de vuelo y bitácora en su vida. Hay nostalgia y una calidez entrañable. Y también el hallazgo de la belleza en medio del horror y la barbarie. 

El libro Mudanzas de la luna mereció el premio de la Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife (2018) y la editorial Pre-Textos publicó el libro a finales de 2019. Uno de sus relatos, Corriente de entusiasmo tan divina, se publica en Prodavinci con la autorización del autor. Un adolescente ensimismado entabla comunicación con el cosmonauta Yuri Gagarin, un transeúnte se topa con Billie Holiday en una calle de Nueva York y ella le canta una mítica canción al oído, un visitante de la casa natal de Ernest Hemingway se deslumbra con el chorro de luz que atraviesa la habitación del niño que luego escribiría Adiós a las armas, son parte de la composición literaria que le ha servido a de la Nuez para reafirmarse en tierras movedizas.  De su autoría, tenemos Rosalía (Alfaguara, 2010), Calles de Lluvia, Cuentos de Pensión (ganador del VI Premio Transgenérico Anual de la Fundación para la Cultura Urbana) y, más recientemente, también en España, se alzó con la segunda edición del Premio de Narrativa Breve convocado por el Cabildo de Gran Canarias con la obra de relatos Las Palmas—Caracas—Madrid. Otra voz, dentro de un movimiento coral literario, que abona a la construcción de una novedad: La literatura venezolana del exilio. ¿Otra línea de la tragedia? ¿Otra forma de realización? Sin duda, ambas cosas.  

¿En qué lugar de su trabajo literario colocaría este libro de relatos?

Lo colocaría como lo más auténtico que he hecho, todo lo que está ahí nace de una situación especial, digamos. No es el Sebastián del lugar acomodado, sino el Sebastián que está en el aire, que se cuestiona, que está más inseguro que nunca y necesita más que reflexionar, asirse a su propio carácter, a lo que él es. De un tiempo a esta parte, se ha sentido planeando en el aire, llevado por el viento, sintiendo el peligro, porque en cualquier momento se estrella. Yo necesitaba escribir para no caer en una depresión de tres pares de cojones, como dicen acá en España. Escribir para sacar una idea y trabajarla, echar mano de la memoria, leer sobre los temas que me gustan o me preocupan, buscar referencias literarias o en los medios de comunicación, pues todo eso es un trabajo y lo hice, repito, porque tenía necesidad de recuperarme a mí mismo. 

¿Fue la necesidad, la urgencia, que sintió luego de salir de Venezuela?

Invariablemente, lo que escuchaba era: hay que reinventarse. La reinvención era para desempeñar un oficio menor o para emprender un negocio si tenías el capital necesario. En ninguna de esas opciones me veía. Yo, simplemente, quería ser lo que soy. Entonces, no es cuestión de reinventarse, sino de ser uno mismo. Y este libro de relatos me ayudó. Es el reencuentro con mi infancia, con la memoria, con las cosas que me gustan, con esas referencias que una y otra vez he buscado. ¿Me ayudaron a qué? A recuperarme a mí mismo.

Escribe: “para emprender un viaje del cual no retornaría, al menos siendo aquel que fui”. Podría decirse: ir a un lugar que no es el de uno y salir de un lugar que ya no es el de uno. ¿Por qué no sentirse como la brizna que arrastra el viento? ¿Qué significado tuvo esta frase para usted? 

Cada exilio es diferente, cada exilio es personal. Para mí significa la recuperación de mi infancia, lo que viene a cerrar un ciclo, porque había asuntos pendientes y cosas que debía vivir. Este exilio particular, aunque no haya sido duro, aunque yo lo haya vivido así, me llevó a sentirme como un exiliado, en el sentido lato de la palabra. Cuando me piden que me identifique acá, en España, digo: Yo soy Sebastián de la Nuez, periodista venezolano, nacido en Canarias. Uno es su oficio, ¿no? Y yo me hice periodista en Venezuela. Si ese niño canario hubiese vivido toda su vida en Canarias, quizás sería funcionario de la seguridad social o un académico de la Universidad de la Laguna, pero ya no es el mismo y yo soy venezolano. 

¿Qué referencias perduran en su memoria o en lo que ha visto o en lo que aparece en su cotidianidad? ¿Esas referencias de su niñez han perdurado o han desaparecido? ¿Cómo encuentra a España en general?

Gran Canarias, física y geográficamente, sigue siendo aquello que yo viví y soñé, como parte de una infancia idílica. Yo tenía dos años cuando mi padre se fue a Venezuela. Pero eso no significó un trauma o al menos no lo viví así. Mi infancia transcurrió en una ciudad pequeña, llena de referencias familiares, cercanas, cálidas y esos recuerdos están atados a un bar y a una casa familiar. Al regresar uno es crítico con el país y con la gente y se mezclan sentimientos, se mezclan cosas y quizás prejuicios que uno se ha ido formando. Uno está atento a las cosas buenas y a las cosas que ve con desagrado, a las cosas que se oyen o se dicen de Venezuela, ya sea en la calle o en los medios de comunicación. El balance es negativo en general, salvo algunas excepciones. Yo veo a España en una crispación política permanente, esa crispación me remite continuamente a lo que ocurrió aquí entre 1936 y 1939. A lo que se añade, además, un hecho que me ha interesado, pero que es muy personal: mi padre estuvo en la Guerra Civil, dejó un diario de guerra, de las cosas que vivió, de lo que vio y eso lo vine a encontrar engavetado. Lo que he visto, en las tertulias de la televisión, en las páginas de opinión de los diarios, es una ferocidad entre izquierda y derecha. De eso se trató la guerra civil, de una contraposición. Hay, efectivamente, dos Españas.  

Este niño vive en los años 60, en una ciudad pequeña que pertenece a un país sumido en la pobreza y oprimido por una dictadura, pero mira con curiosidad las fotos de un libro sobre Caracas, una ciudad que vive una transformación urbana de gran calado. 

Mi padre llevó un libro de regalo a Canarias cuando regresó para llevarnos a mí y a mi madre a Venezuela. Era un libro sobre Caracas y me acuerdo exactamente de una foto que debió ser de la avenida Los Ilustres, una maraca de avenida que me dejó impresionado, los dos canales de circulación en ambos sentidos y la vegetación tropical circundante. Además del libro, llevó un disco, un long play, algo que yo no conocía de Chelique Sarabia, quien aparecía junto con otros músicos, en una foto que se hizo en los jardines de la Ciudad Universitaria, aquella mole de edificio, casi todo rojo, sin ventanas, seguramente el de la Biblioteca Central de la UCV, también me dejó impresionado. A los siete años, las cosas no se te quedan grabadas así porque sí. Era otra cosa, otro mundo, las calles de Las Palmas, las de Vegueta, siguen siendo las mismas, estrechas y algunas cerradas al tránsito de vehículos. Yo vine a conocer la televisión en Venezuela y lo primero que recuerdo es al señor (Amado Pernia) del noticiero de El Observador Creole. Caracas sigue siendo el reflejo de una ciudad latinoamericana moderna, que esté gobernada por unos bárbaros es otra cosa, ¿no?

En otro de los relatos del libro —publicados en esta entrega— escribes: “Noté asimismo un hondo aliento de desasosiego donde antes hubo entusiasmo”. Estamos frente a una contraposición de emociones, producto de los enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas represivas de un Gobierno autoritario, una de las muchachas que participa en las protestas, hija de inmigrantes, regresa al país de sus padres. Una pincelada de lo que luego sería un trazo que nos ha dejado una cicatriz permanente. Esta diáspora que se ha convertido en un tsunami indetenible. 

El año 2014 fue un horror y de las cosas que tengo más presentes está la protesta que hubo en el tramo de la autopista que pasa por la Universidad Católica Andrés Bello. Los muchachos salieron a protestar y se disponían a trancar dos de los tres canales de circulación. Aparecieron los colectivos de Antímano y uno de sus integrantes disparó, pero por fortuna falló. No fue sólo un año intimidante, sino el momento en que el Gobierno mostró la cara más terrorífica de la represión, al estilo de una típica dictadura latinoamericana. El hecho de que esa muchacha haya emigrado al país de sus padres, y que esa familia haya quedado rota es lo que hemos visto cada vez más. En ese relato se insinúa una querencia, un enamoramiento y todo se viene abajo, dinamitado por un Estado que conspira y actúa en contra de sus ciudadanos. ¿Ese relato es literatura, dices tú? A mí me parece más bien una crónica. No uso un lenguaje metafórico ni me detengo en descripciones.

García Márquez dice que «la crónica es la novela de la vida».

¿Así dice? Si lo dice García Márquez…

¿También es válido, no?

Absolutamente.

Otros relatos tienen que ver no ya con esa búsqueda de sus orígenes, digamos, sino con lo que serían sus aficiones, a la música, a ciertos autores, a la cultura pop. ¿Por qué Billie Holiday, por ejemplo?

A esta mujer la descubrí en 1989, siempre me pareció un fenómeno extraordinario y quise hacerle un homenaje. No es tanto un cuento sino una narración expositiva, una suerte de discurso, como podría darse en un night club de culto. Un tipo poco cultivado entabla una relación con una mujer que representa, no sólo por su manera de cantar, sino por la vida que llevó, el lado oscuro de la naturaleza humana que todos llevamos dentro, pero también el lado más luminoso, el mejor. Billie Holiday es la mejor respuesta de una raza que estaba absolutamente jodida, sojuzgada y despreciada en Estados Unidos. Es la respuesta de una sensibilidad que la hace superior. También es un pequeño homenaje a una de las canciones que no me canso de escuchar, no sólo en la versión de Billie sino de otras intérpretes: These Foolish Things (Estas pequeñas cosas tontas). ¿Por qué no? Una canción te puede llevar a escribir un cuento. Hay una conexión, quizás una continuidad, con un recurso literario que ya había ensayado en mi libro 

Al parecer, las casas donde vivió Hemingway se han convertido en pequeños museos. Uno va a esos lugares atraído por la deslumbrante obra de ese autor. En realidad, nadie se va a contagiar ni de su genialidad ni de su escritura, pero las entradas se siguen vendiendo. Vamos a las casas de los escritores para satisfacer un deseo, sólo eso. 

No hay mucho drama en ese relato, para mí fue una pequeña diversión. Yo había mencionado esa casa en un artículo de prensa y de ahí parte ese relato. En todo el recorrido, hay un solo momento, eso es lo que creo. Es el punto sobre el cual yo quise hacer recaer el meollo de la historia. Todo sucede, obviamente, en la habitación que ocupó Hemingway de niño y lo único fiel que queda, lo único que no ha cambiado, es el chorro de luz que penetra por la ventana. Estamos en el mes de junio, en pleno verano. En realidad, todo lo demás ha sido impostado, maquillado, porque esa casa pasó por muchas manos antes de convertirse en museo. 

¿Qué significado tiene la cultura pop?

La calle Carnaby de Londres, los Beatles, Andy Warhol, los reportajes de la revista Rolling Stone, la fascinación por la minifalda de Mary Quant, Mick Jagger, Keith Richards… ¿Eso tiene un correlato con tu forma de narrar? ¿Es una forma de ver el mundo? Pues, seguramente, sí. Implica una sensibilidad y uno ha aprendido a reflexionar sobre eso. En Rubber Soul (The Beatles, 1965) hay una manera de amar o de enamorarse, una manera de contar un viaje alucinógeno, una manera de burlarse, tengo chofer, pero no tengo carro, una manera de ser poético en el bosque noruego y algo de dolor por un amor no correspondido. Supongo que todo eso tiene que ver con la cultura pop, ¿no?

Fuente:
Fotografía: Claudia Leal | RMTF.

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