Memorias de Momo
Nicomedes Febres
En la parte final de mi libro sobre las prostitutas de Venezuela hay un capítulo sobre el carnaval de Caracas y su Historia, producto de mi incredulidad, porque en Venezuela nunca se ha escrito nada sobre la Historia del carnaval. Y como creo que uno es producto de las tradiciones de todo tipo preferí dejar asentado lo que he encontrado, más no buscado por mí, pues el tema está lejos de estar agotado en ese libro y tampoco quiero ser como dice mi entrañable Elías Pino, quien afirma que soy el historiador de los bajos fondos. El origen del carnaval es báquico, erótico y desprejuiciado pues su origen es una recomposición de las fiestas báquicas al terminar el invierno y la llegada de la primavera en el hemisferio norte, cuando la tierra renacía. Ya antes del cristianismo las fiestas del renacer de la tierra eran orgiásticas porque la tierra, luego de las siembras, daría sus frutos. Y en principio el carnaval aquí era una fiesta arrabalera, hasta que llegó mi personaje favorito de nuestra Historia que es el obispo Diego Antonio Diez Madroñero que metió en cintura a los caraqueños y los puso a hacer procesiones en carnaval en vez de estar tomando aguardiente y bailar zarabandas y piquiricos en burdeles y pulperías. Yo entiendo que el carnaval debe ser para la gente trabajadora y fundamentosa, y no para el hatajo de flojos que quieren empatar una vacación con otra. Gente como Carlitos Estrada, el mayorista de carne y dueño de la pesa La Bandera Verde en el viejo mercado de San Jacinto y creador de La Piñata, un collar de carne picada en forma de collar para que los pobres comieran carne. Ese si merecía festejar su carnaval como siempre lo hizo: invitando a todas las putas de Caracas a la gran sala de bailes de Las Piececitas, el burdel que quedaba donde estaba el cementerio de los canónigos y después el Hospital Vargas. Todos los Lunes de Carnaval se armaba la gran parranda y las muchachas del Caracol, el Pitimalla o La Lagunita rumbeaban allí toda la noche, hasta que una noche por celos un galán borracho mató de una puñalada a Cigarrón, el primer ídolo taurino de Caracas, antes de Bienvenida, Eleazar Sananes, Julio Mendoza, el Diamante Negro o César Girón. Otra historia que nunca se ha contado, y un crimen que no pudo evitar Morcilla el cochero de confianza y guardaespaldas de Carlitos. Cuando Carlitos murió, además de ir al cielo, su entierro fue el más concurrido en la historia de la ciudad, luego del de José Gregorio Hernández, que Dios lo tenga santificado, y más que al del gobernador Mata Illas.
Fue Toñito Guzmán el primer presidente que puso orden en el carnaval permitiéndolo como en París: persiguiendo a los jugadores con agua sucia, azulillo y almagre y propiciando comparsas, carrozas, templetes y bailes familiares. La cosa se organizó de tal manera que hasta en la esquina de Monjas los homosexuales se agruparon para hacer sus fiestas anuales en el Molino Rojo que quedaba en la parte trasera del Mercado de San Pablo, donde está ahora la Plaza O’Leary del Silencio, que quedaba antes de entrar en la zona roja de la ciudad. Tampoco se ha contado nunca la historia de la homosexualidad en Caracas. La apoteosis del carnaval caraqueño en el siglo XX fue sin dudas en la época de Pérez Jiménez y en los albores de la democracia y sus artífices fueron sin dudas Billo Frómeta, Los Melódicos de Renato Capriles, Chucho Sanoja y su Carolina Carolina, y entre los invitados extranjeros el Inquieto Anacobero, que después de cantar en el Casablanca o el Tamanaco donde tenía habitación reservada, prefería irse de parranda y cantar hasta el amanecer en casa de La Gata, un burdel notable que quedaba en la Plaza España de Catia, y mujer con la cual se amartelaba cuando venía a Caracas. Y allí cantaba con el alma el Anacobero. Después vinieron los tiempos de las comparsas en los clubes, pero no sé porque a mí no me entretenían mucho. Qué tiempos aquellos.
* En las fotos Ana Berta Lepe y Tongolele en los cabarets de Caracas en carnaval y en época de Pérez Jiménez, cuando no existía aún la cirugía plástica ni pilates. Fotos que Oscar Yanes me envidiaba
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