sábado, 15 de febrero de 2020

CAJA DE SORPRESAS

Milicia no
William  Anseume
 
Hordas hambrientas uniformadas. Eso que llaman tan crudamente “carne de cañón” para una eventual, inverosímil, e irreal confrontación cuerpo a cuerpo con ejércitos foráneos. Risibles entes famélicos con ropa nueva, ancha y misteriosamente adornada con franjas y camuflajes de apariencia carnavalesca hacia lo militar. Eso es el “lucimiento” de los milicianos. En términos generales la milicia constituye el uso y abuso de gente desposeída para tareas elementales: cargar cajas del CLAP, vigilar colas, hacer que cuidan las filas de las escuelas y liceos a donde ya no acuden maestros, ni profesores, ni alumnos. Hacer bulto disparatado en las marchas y concentraciones de la dictadura es una de sus principales tareas; para una dictadura cada vez más necesitada de adoración humana agresiva en medio de su desdoro absoluto. No dudo que algunos milicianos sepan y puedan disparar y acudan con algún interés usable a los entrenamientos que les imparten acerca de cómo marchar, formar filas, y en procura de alguna disciplina.

Pero: integrarlos a la Fuerza Armada como un componente más es un insulto a la Fuerza, a la sociedad, a la inteligencia y a ellos mismos. Una muchedumbre desprovista de todo, en aspectos que van desde lo físico, a lo psicológico, de lo formativo a lo intelectual, de las incapacidades a la postración. Humillante.

Un componente por debajo de la Guardia Nacional. Arrastramiento de lo humano. El aprovechamiento de la debilidad al extremo. Del hambre. De la impotencia. De la necesidad. La incorporación de una servidumbre impagada. ¿Conquista política de personas a las que creen incondicionales por doblegarlas? ¿Vislumbre de efectos electorales próximos? ¿Búsqueda de aterrorizar más a la sociedad civil acorralada? ¿Aprovechamiento de la creencia arraigada en ellos- los milicianos- de que están en una posición heroico- romántica de defensa de la “patria”?

Viene a mi memoria aquel evento de la Guardia Nacional Bolivariana con el invento de los drones matadores, en busca de un supuesto magnicidio. Cómica muestra del “sálvese quien pueda”. Lo imbrico directamente con el límpido uso de drones en el Oriente Medio por parte de los Estados Unidos. ¿Guerra cuerpo a cuerpo? ¿Para qué esa eventual necedad cuando la tecnología se impone, y de qué manera?

Si existe alguna muestra honda del empleo miserable del populismo más ramplón y vergonzante de esta tiranía, la hallaremos también, eficientemente, en esta incorporación oficial de los milicianos a la Fuerza Armada. El uso de los seres humanos de este modo, por parte del despotismo feroz es perverso a todo trapo. Juegan con la dignidad, con el orgullo, con la mendicidad provocada para arrastrar a la gente. Ya tienen sus sirvientes incorporados. Ofrecieron llevarlos a Irán. Esto es: exponerlos a ser carne de cañón afuera, por otras naciones. Los quieren y los tienen para uso y abuso. Dentro y fuera. Conciudadanos tal vez ni conscientes de esa entrega suya a la disposición de quienes quieren permanecer en el poder a como dé lugar.

Debemos negarnos a la explotación de las miserias humanas, impuestas por el poder para su propia conservación, de nuestros coterráneos más débiles. Debemos negarnos del mismo modo al mancillamiento del honor de una Fuerza Armada cuya historia está cargada también de libertad como origen, no de sometimiento.

La milicia es una forma vil de sojuzgar. Debemos, los civiles que quedamos y los militares conscientes, repudiar lo visible e invisible del empleo de los milicianos y de su incorporación oficial a la Fuerza Armada. Esto, cuanto antes, debe ser revertido. No somos ni queremos ser una sociedad uniformada. Tenemos que frenar ya ese derrotero de obediencia ciega hacia donde nos aproximan, como si los ciudadanos venezolanos fuéramos receptáculos naturales de órdenes por cumplir. Debe haber un rechazo rotundo a este aconcer tan vulnerable para la civilidad como para la esencia militar.

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