El anonimato
Nicomedes Febres
* Cuando estaba albergado en la cabaña en Seattle en enero pasado, bien por lo nublado, oscuro, o frío del clima, sensaciones todas que estimulan la meditación y la inteligencia, estuve pensando en el lenguaje cotidiano del futuro y recordé a los viejos periódicos de Caracas en el siglo XIX, llenos de notas y comentarios breves y una de las cosas que siempre me llamó más la atención era la gran cantidad de anónimos que se escribían. No tenía nada que ver con la situación de democracia o tiranía que se vivían en ese momento en el país y diría que tenía que ver con la costumbre de la época. Incluso cuando Guzmán Blanco, a él le decían sapos y culebras y seguía la costumbre de los escritos anónimos aparecidos en la prensa. Hasta el despotismo de Cipriano Castro y los inicios de Juan Vicente Gómez se mantenía la costumbre de los anónimos y el hablar mal del gobierno. Luego de 1914 la represión gomecista si paró en seco el chance de hablar mal del gobierno y los editores se abstuvieron de publicar los escritos y anónimos contra el régimen, porque los que lo hacían eran meterlos en La Rotunda, el castillo de Puerto Cabello o en Las Tres Torres de Barquisimeto, tal como ahora en Roca Tarpeya. En Caracas la cosa era más sencilla porque siempre le echaban la culpa a Job Pim o a Leoncio Martínez (Leo) y ya. Y la cosa era tan loca que cuando a un policía le ordenaban que presentara en la sede del comando a determinada persona por una nota anónima, la policía pasaba por la casa de Leo, y le decían: mire señor Leo, como estoy por esta zona no podría usted preparar sus macundales y se los trae de una vez, para no tener que regresar. Y Leo le decía al policía: pasa mijo, tómate un café y llama a La Rotunda y díganle a Nereo Pacheco que me vayan arreglando mi celda, mientras arreglo mis macundales. Aquello se volvió casi una tradición caraqueña.
También los libros tenían autores anónimos o mejor, autores con seudónimos, algunos desconocidos, entre los cuales estaba Diocleciano Ramos y García autor de una crónica titulada Caracas por Dentro editado por la Tipografía Americana en 1901. Es un librito de 148 páginas donde están registradas muchas de las mejores crónicas de la ciudad de entonces, y como fue una edición de cien ejemplares, de los cuales tengo uno, entonces tengo ganas de hacer una nueva edición para que la gente pueda leerlo de nuevo. Después de la muerte del Benemérito, hablar mal del gobierno siguió en su larga tradición, pero el anonimato si desapareció como costumbre en nuestra prensa y nuestra literatura, pese a que se mantuvieron algunos seudónimos, entre ellos Sanín, Cándido y César Cienfuegos que marcaron época. Desde el surgimiento de la revolución telelcomunicacional que son Internet y las redes sociales derivadas los cambios en el lenguaje y las comunicaciones serán brutales, donde se impondrá la brevedad, el mucho decir en pocas palabras, pero sin la inteligencia de la poesía de Cadenas, usando abreviaturas y contracciones a la manera detestable de la lengua inglesa. Ahora los seudónimos están a de vuelta y se incrementarán en las redes sociales. Le recomiendo a las escritores meditar sobre ello para cautivar audiencias, porque de eso dependerá la escritura del futuro, porque como decía mi entrañable Juan Nuño, uno también oye con los ojos.
* No sé si en la Historia del Cine nacional están incluidas Jola y Lucila, dos hijas del general Cipriano Castro que salieron al exilio hacia Canadá y terminaron como artistas en Broadway y luego brillaron en sendas películas de Hollywood. Jola, cuyo nombre era Josefina fue llevada a la fama por una película titulada Chicago a Medianoche y Lucila por otra llamada Coney Island y con ambas se posesionaron de la meca del cine. En la foto, Lucila Méndez.
Fuente:
https://www.facebook.com/nicfebres/posts/10215702209329003
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