De qué hablamos cuando hablamos de posverdad
Lucía Méndez
Es el concepto-fetiche de la época, pero casi nadie sabe lo que significa realmente. Lingüistas, psicólogos, periodistas o expertos en redes lo analizan en el monasterio de San Millán de la Cogolla, que ya sufrió su propio ataque de 'fake news' en el siglo V.
20 expertos analizan el fenómeno en un seminario de la Fundéu y lanzan un debate provocador: ¿y si en realidad las 'fake news' son tan viejas como el mundo?
San Millán de la Cogolla es un pequeño pueblo riojano donde el tiempo medieval permanece detenido en el monasterio de Yuso, grandiosa fortaleza del nacimiento del castellano en las notas de los monjes que ahora llamamos glosas. De esto hace más de mil años. Los escasos habitantes y los turistas sibaritas que disfrutan de la exuberante vegetación de la Sierra de la Demanda pueden escuchar el silencio del mundo y se despiertan con el canto de los pájaros. El monje eremita San Millán, que habitó en estos montes en el siglo V, pasó la mayor parte de su vida en una cueva que se conserva tal cual en el interior de otro monasterio, el de Suso, en lo más alto de la montaña. Una joya.
En tan inspirador escenario, la Fundéu -Fundación del Español Urgente nacida en la Agencia Efe y patrocinada por el BBVA- y la Fundación San Millán convocan todos los años un seminario sobre lengua y periodismo. El debate celebrado en los últimos días del pasado mes de mayo giró en torno al concepto-fetiche de esta época: la posverdad. El lenguaje en la era de la posverdad, se titulaba el seminario. Joaquín Müller, alma de la Fundéu, reunió en torno a la posverdad a una veintena de catedráticos, profesores, lingüistas, psicólogos, periodistas e investigadores de las nuevas tecnologías. Juntos exploraron con lupa de entomólogo las profundas transformaciones sociales y políticas que se derivan de las nuevas formas de comunicación entre los humanos y de las vertiginosas autopistas tecnológicas por las que circula la información, o la desinformación. De qué hablamos cuándo hablamos de posverdad.
El lugar mismo del seminario estaba muy a tono con el espíritu de una época en la que el prefijo -pos está tan de moda como las series de ambiente medieval. A pocos metros de donde descansan los cantorales de los monjes medievales, cuyas voces aún pueden escucharse en el coro de la iglesia si se hace un esfuerzo, se instalaron los algoritmos que ahora transportan el lenguaje humano. Los pájaros que anuncian el alba en estas montañas convivieron durante unos días con el pájaro de Twitter. A tono con el seminario, el propio San Millán del siglo V fue víctima de las noticias falseadas. Sus enemigos le acusaron de malversación de los dineros de la parroquia de Santa Eulalia de Berceo, y el obispo le expulsó del cargo. Así se relata en las redes sociales de la época, que son las pinturas del friso del monasterio.
Este hecho de la biografía del eremita conecta con la primera conclusión del seminario: siempre han existido las noticias falseadas, término que la Fundéu considera más preciso que el de fake news o noticias falsas.
No ha existido nunca un jardín del Edén donde la verdad resplandeciera. Esteban Illades, periodista y escritor mexicano, en su ponencia El fenómeno Trump y las noticias falsas, lo dejó claro. «Las fake news no son un fenómeno nuevo. Existe la manipulación y la desinformación desde hace siglos. Napoleón hizo branded content en la campaña egipcia».
La profesora de Filosofía Laura Alba-Juez ilustró el debate llamando la atención sobre el sentido mismo de la palabra verdad, dejando claro que es poliédrica, difícil de definir y de aprehender.
¿Cuál es entonces la razón del revuelo universal en torno a la posverdad, objeto de estudio académico en todas las universidades y de infinitas glosas periodísticas e intelectuales? La periodista Soledad Gallego-Díaz -que acaba de ser nombrada directora de El País- lo aclaró así en su lección inaugural. No son las noticias falsas de toda la vida. Ni tampoco las mentiras, que son eternas. «Se trata de noticias falseadas intencionadamente que forman parte de enormes redes de desinformación intencionada y extensiva, en las que se utiliza la prodigiosa capacidad de las nuevas tecnologías para difundirlas y llegar a todos los medios a través de los cuales accedemos a la información».
La respuesta a la alarma mundial, por tanto, no hay que buscarla en el fondo, sino en la forma. David García, investigador del Centro de Ciencias de la Complejidad de Viena, señaló que «las noticias, verdaderas o falseadas transitan sin filtro por el espacio digital. La desinformación viaja por las redes sociales seis veces más rápido que la información», según un estudio del MIT. Hablamos de menos cosas, pero habla mucha más gente. Cada individuo se ha convertido en un medio de comunicación que sólo comparte aquéllos contenidos con los que está de acuerdo, sin pararse a pensar si son verdaderos o pudieran ser falsos. Según el periodista Juan Soto Ivars, «la posverdad no es una enfermedad, sino un síntoma, y ha venido para quedarse».
¿Es que acaso los ciudadanos que se dejan embaucar por la desinformación son más ignorantes, o más crédulos, que sus antecesores? «Quien acepta las noticias falsas que circulan por la Red no es necesariamente un ignorante o alguien a quien se engaña; a menudo existe una decisión consciente de aceptar ciertas informaciones, independientemente de su veracidad, para reforzar las propias opiniones o los sentimientos», señalan las conclusiones del seminario.
¿Cómo se llega hasta el cerebro y el corazón de estas millones de personas dispuestas a tragarse cualquier cosa por estrafalaria o extravagante que sea? La respuesta hay que buscarla en la manipulación del lenguaje. Como señaló Elena Hernández, jefa del Departamento de Español al Día de la RAE, «el lenguaje crea realidad». Sobre todo «el lenguaje de las emociones», protagonista de las jornadas de San Millán en tanto que «arma de manipulación».
El psicoterapeuta Luis Muiño expuso las técnicas del «buen manipulador», que son las siguientes. «Resaltar las palabras y ocultar los hechos. Recurrir a eufemismos, no hablar claro y esconder la realidad en una nube de palabras. Usar muchas frases humo y palabras bonitas que no quieren decir nada. Convertir todos los temas en viscerales, establecer una separación radical entre nosotros y ellos y apelar al miedo». «La violencia verbal es más eficaz que la física. La única técnica de persuasión que tienen los poderosos actualmente es el lenguaje», concluye el psicólogo. «Hay que luchar contra el vaciado sistemático de las palabras», opinó el periodista Jordi Corominas. «Algunas personas emplean un lenguaje plúmbeo para dar la sensación de que están diciendo algo interesante», opinó el historiador Óscar Sainz de la Maza.
Cristina Soriano, investigadora del Centro de Ciencias Afectivas de la Universidad de Ginebra, dejó claro en su ponencia -ilustrada con estudios empíricos sobre el uso y el significado de las palabras en los diferentes idiomas- que «las emociones negativas se perciben como más intensas que las positivas, por eso están siempre presentes en los discursos que tratan de manipular». Hay lenguas que disponen de siete palabras para hablar de las emociones, mientras que en el español, se usan miles.
Sin ir más lejos, coincidiendo con la semana de este seminario, la política española se dio un atracón de lenguaje emocional en el transcurso del debate de la moción de censura que cambió el Gobierno. Términos como «traidores», «vendepatrias» o «golpe de Estado», y otros igual de gruesos se escucharon en el Congreso. La despedida de Mariano Rajoy ha deparado asimismo escenas de llanto muy llamativas en sus filas esta semana. Laura Alba-Juez, catedrática de Lingüística inglesa de la UNED, y estudiosa del lenguaje de los tabloides, apuntó que la comunicación nunca ha estado exenta de un componente emocional que no necesariamente ha de ser negativo.
El lenguaje de las emociones negativas, que viajan a toda velocidad por la Red, es fundamental en la creación de las noticias falseadas y da origen a otra de las palabras fetiche del mundo digital: burbuja. Un término que acompaña a la crisis de época, así en las finanzas como en la revolución digital. La tecnología crea burbujas «en las que los ciudadanos solo están en contacto con ideas y opiniones que coinciden con las suyas».
Lo que vemos en Facebook o en el buscador Google es lo que sus algoritmos nos preparan especialmente para nosotros. Las «cámaras de eco» inhiben la capacidad para la autocrítica e impiden tener en cuenta las opiniones de los demás.
Visitar el claustro del monasterio de Yuso es evocador y sugerente después de escuchar estas reflexiones. En la era de la comunicación global, podemos acabar como los monjes medievales, dando vueltas y vueltas bajo las arcadas de medio punto, escuchando sólo nuestros propios pensamientos.
El espinoso papel de los medios de comunicación en la era de la posverdad centró parte de los debates. Soledad Gallego-Díaz señaló que no podemos caer en la tentación de «echar la culpa a la posverdad de todo lo que no nos guste en nuestra sociedad», pero defendió que es imprescindible «defender la verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación».
La revolución tecnológica ha dejado al periodismo tradicional a los pies de los caballos de las grandes tecnológicas. La conclusión del seminario es que «el cambio de la forma en la que los ciudadanos se acercan a las noticias (antes las buscaban, ahora les llegan a través de las redes, a menudo ya seleccionadas) favorece la difusión de las falsedades». En opinión de los ponentes, es muy importante que las personas dedicadas a la comunicación sean capaces de manejar la «inteligencia emocional».
Según Emilio Martínez, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Murcia, «conocer el lenguaje de las emociones nos hace ser personas más críticas». José Miguel Fernández-Dols, catedrático de Psicología Social de la Autónoma de Madrid, considera que «la prensa sí tiene un papel educativo». Los periodistas Esteban Hernández, Magda Bandera y Pablo Blázquez alertaron sobre la responsabilidad de los medios frente a la difusión de las noticias falsas y el uso del lenguaje y las metáforas.
Hubo consenso en que «los medios deben tener cuidado en el uso del lenguaje para no apelar a las emociones, sino a los hechos». Ahora bien, nadie se engaña sobre la pérdida de influencia y capacidad de la prensa para establecer qué es la verdad, y qué es la posverdad. «El papel de jerarquización y verificación de la información que hacían los medios ha desaparecido o está desapareciendo», resumió la escritora Irene Lozano.
El oscuro e inescrutable papel de los algoritmos de Google o Facebook -cada vez más sofisticados, según el periodista Mario Tascón- para jerarquizar en la Red las noticias que publican los medios quedó en el aire. Y también la obsesión del periodismo por llamar la atención del «usuario» y competir con los infinitos estímulos de distracción al alcance de la mano, o del mando.
Fuente:
http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/06/09/5b1a646a268e3e74068b45ec.html
Ilustración: Ronnie Cutrone.
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