Ciudadano Schael
Luis Barragán
Mamá guardaba en su libro de recortes, una columna – principiando los setenta del veinte - referida a la casa de Renato Belouche en París. Suscrita por Guillermo José Schael, fue inevitable relacionarlo con el antepasado materno, desde que aprendimos a leer.
El venidero 30 de abril, celebraremos el centenario del nacimiento del insigne periodista que, por cierto, falleció un día 23 de hace treinta años. Durante cuatro décadas laboró en el diario El Universal de la Caracas que también lo tuvo por cronista, acerándose en el difícil oficio de un país turbulento, aunque jamás había atravesado un desierto minado como en el presente siglo que tantas ilusiones despertó.
“Brújula”, la columna en la que abrevaron distintas generaciones, retrató fielmente al apasionado fablistán Lo ocupaban a diario todos los temas, por contradictorios que parecieran y, así, tomada una muestra al azar, un día versaba y se extendía sobre la mecánica celeste, en el breve espacio disponible, a propósito del científico que vaticinaba un choque de la Luna con la Tierra, faltando algunos millones de años (El Universal, Caracas, 04/08/1953), luego de ilustrar al lector sobre los viejos automóviles, días atrás, incluyendo el nombre del ciclista que arrolló a un niño y a un anciano en la ciudad ya remota; o, restándole la acostumbrada letra, orientaba su reflexión hacia la siquiatría (SIC) y quienes se ocupaban de ella (Ibidem, 19/05/1963).
En el último texto citado, expresaba: “Siempre hay temas de que escribir en una mesa de redacción. Sabemos que por estos tiempos presionan los de política (…) Muchos de los lectores de EL UNIVERSAL son suscriptores desde hace más de cuarenta años. Pensamos que no pocos les agradará como a nosotros evocar el tiempo viejo. A veces es la alternativa para eludir el encuentro con tantos hechos desagradables. A veces pasamos hasta dos horas en el Archivo”.
Inquieto, hurgador de noticias, calibrador de la actualidad, sabía cuáles eran las sustanciales y las banales y, seguramente los lectores más asiduos, desde siempre, le agradecían la distinción. En perspectiva, en buena medida los hechos políticos fueron circulares y, evidentemente, los actores e intérpretes hartos repetitivos, por lo que el periodista abría una atractiva ventana para romper con el tedio.
El diario ejercicio de la escritura, en medio del imaginado bullicio de la mesa de redacción, bajo la presión del tiempo que se agotaba para encender y echar a andar la imprenta, se tradujo en una prosa limpia, transparente, sencilla y directa. Constante el dato histórico, respirando a la Caracas de la que fue fiel devoto, tensaba el arco en torno a la ciencia, los medios de transporte, el arte, y cualesquiera temas abordados con responsabilidad. Sin embargo, llama la atención el tratamiento tan respetuoso de los más cotidianos problemas de servicio (agua, vialidad, salud, etc.), planteando las soluciones que la ciudadanía esperaba, como – igualmente - concedía el derecho a réplica a buena parte de quienes se sentían afectados por alguna alusión.
Las nuevas generaciones tienen en el ciudadano Schael, un referente esencial de la dignidad, respeto, probidad, vocación para el trabajo y talento periodístico. Por ello, quedan pendientes tres tareas importantes para actualizar su herencia cívica: la de promover académicamente el interés por biografiarlo; publicar sus obras completas, uniendo la hemerografía con sus numerosos aportes bibliográficos; y salvar el Museo del Transporte que tuvo a bien fundar junto a otros insignes venezolanos.
21/04/2019:
https://guayoyoenletras.net/2019/04/21/ciudadano-schael/
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sábado, 20 de abril de 2019
domingo, 29 de julio de 2018
A MUCHÍSIMAS CUADRAS DE LA CASA
#ConfesionesDelInsomnio
Emily Avendaño
El día que bajé a Maiquetía la banda sonora de mi cabeza -no me pregunten por qué- era "Me rehúso" de Danny Ocean. Eran las 5:00 am y me acuerdo clarito que lamenté que a esa hora no se viera el mar después de salir del Boquerón II.
Germán me llevaba tomada de la mano, mientras una que otra lagrimita se colaba. Todavía no me iba de Venezuela, pero sí de Caracas. Y como dice Andrés Rojas: "Mi país es Caracas".
Soy afortunada. Llegué a Chile con Visa de Responsabilidad Democrática. Tengo un cuarto con una cama más grande que la que dejé en mi casa y mi propio baño. No duermo en el suelo, y de paso vivo en una zona acomodada de Santiago que, según lo que todos me dicen, es casi que mi boleto inmediato al éxito.
Esta semana debo cobrar parte de mi primer salario. A la semana de llegar acá y estrictamente hablando conseguí empleo el mismo día que salí a buscarlo. En el primer restaurante en el que me atendieron.
Soy ayudante de cocina. Tengo un uniforme y un gorrito. Ya sé qué son las machas y los choritos. Hoy "hice" risotto. Y he aprendido que también soy afortunada por trabajar a tres cuadras de la casa.
Esta semana empiezo de garzona en el día. Tampoco sé por qué pero al llegar acá me dió una especie de frenesí por el trabajo. Vamos a ver cuánto me dura. También aprendí que la ligereza con la que decía en Caracas que quería ser mesera era exactamente eso: una ligereza. Quiero ser periodista, porque soy periodista. Es lo que me define. Es lo que digo en cada entrevista de trabajo a la que voy, así sea para vender paquetes de depilación.
Esto también me enseñó que en Santiago lo que hay es empleo, y para trabajar lo que hay que tener son ganas.
Me siento sola a veces, por no decir siempre (Alguien me dijo el otro día, o lo leí, que la soledad del migrante es una soledad interior). Estoy perdida siempre. Y no he podido salir a conocer Santiago como hubiese querido porque hace frío y soy pichirre (aquí el Metro no es gratis como en Caracas).
Ahorita no puedo dormir. Y de nuevo suena Danny Ocean y "Me rehúso" en mi cabeza. El problema es que esta vez no hay nadie que me tome la mano.
PD: Les debo los cuentos de la cocina.
Fuente:
https://www.facebook.com/emily.avendano88?hc_ref=ARRHubGDAv2sjkRTBLFrAHSgXwYAKtewHuNK4fNk-aRkF8lcXGFCCh2y0INGzZABciI&fref=nf
Emily Avendaño
El día que bajé a Maiquetía la banda sonora de mi cabeza -no me pregunten por qué- era "Me rehúso" de Danny Ocean. Eran las 5:00 am y me acuerdo clarito que lamenté que a esa hora no se viera el mar después de salir del Boquerón II.
Germán me llevaba tomada de la mano, mientras una que otra lagrimita se colaba. Todavía no me iba de Venezuela, pero sí de Caracas. Y como dice Andrés Rojas: "Mi país es Caracas".
Soy afortunada. Llegué a Chile con Visa de Responsabilidad Democrática. Tengo un cuarto con una cama más grande que la que dejé en mi casa y mi propio baño. No duermo en el suelo, y de paso vivo en una zona acomodada de Santiago que, según lo que todos me dicen, es casi que mi boleto inmediato al éxito.
Esta semana debo cobrar parte de mi primer salario. A la semana de llegar acá y estrictamente hablando conseguí empleo el mismo día que salí a buscarlo. En el primer restaurante en el que me atendieron.
Soy ayudante de cocina. Tengo un uniforme y un gorrito. Ya sé qué son las machas y los choritos. Hoy "hice" risotto. Y he aprendido que también soy afortunada por trabajar a tres cuadras de la casa.
Esta semana empiezo de garzona en el día. Tampoco sé por qué pero al llegar acá me dió una especie de frenesí por el trabajo. Vamos a ver cuánto me dura. También aprendí que la ligereza con la que decía en Caracas que quería ser mesera era exactamente eso: una ligereza. Quiero ser periodista, porque soy periodista. Es lo que me define. Es lo que digo en cada entrevista de trabajo a la que voy, así sea para vender paquetes de depilación.
Esto también me enseñó que en Santiago lo que hay es empleo, y para trabajar lo que hay que tener son ganas.
Me siento sola a veces, por no decir siempre (Alguien me dijo el otro día, o lo leí, que la soledad del migrante es una soledad interior). Estoy perdida siempre. Y no he podido salir a conocer Santiago como hubiese querido porque hace frío y soy pichirre (aquí el Metro no es gratis como en Caracas).
Ahorita no puedo dormir. Y de nuevo suena Danny Ocean y "Me rehúso" en mi cabeza. El problema es que esta vez no hay nadie que me tome la mano.
PD: Les debo los cuentos de la cocina.
Fuente:
https://www.facebook.com/emily.avendano88?hc_ref=ARRHubGDAv2sjkRTBLFrAHSgXwYAKtewHuNK4fNk-aRkF8lcXGFCCh2y0INGzZABciI&fref=nf
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Testimonio
viernes, 8 de junio de 2018
CONCEPTO-FETICHE
De qué hablamos cuando hablamos de posverdad
Lucía Méndez
Es el concepto-fetiche de la época, pero casi nadie sabe lo que significa realmente. Lingüistas, psicólogos, periodistas o expertos en redes lo analizan en el monasterio de San Millán de la Cogolla, que ya sufrió su propio ataque de 'fake news' en el siglo V.
20 expertos analizan el fenómeno en un seminario de la Fundéu y lanzan un debate provocador: ¿y si en realidad las 'fake news' son tan viejas como el mundo?
San Millán de la Cogolla es un pequeño pueblo riojano donde el tiempo medieval permanece detenido en el monasterio de Yuso, grandiosa fortaleza del nacimiento del castellano en las notas de los monjes que ahora llamamos glosas. De esto hace más de mil años. Los escasos habitantes y los turistas sibaritas que disfrutan de la exuberante vegetación de la Sierra de la Demanda pueden escuchar el silencio del mundo y se despiertan con el canto de los pájaros. El monje eremita San Millán, que habitó en estos montes en el siglo V, pasó la mayor parte de su vida en una cueva que se conserva tal cual en el interior de otro monasterio, el de Suso, en lo más alto de la montaña. Una joya.
En tan inspirador escenario, la Fundéu -Fundación del Español Urgente nacida en la Agencia Efe y patrocinada por el BBVA- y la Fundación San Millán convocan todos los años un seminario sobre lengua y periodismo. El debate celebrado en los últimos días del pasado mes de mayo giró en torno al concepto-fetiche de esta época: la posverdad. El lenguaje en la era de la posverdad, se titulaba el seminario. Joaquín Müller, alma de la Fundéu, reunió en torno a la posverdad a una veintena de catedráticos, profesores, lingüistas, psicólogos, periodistas e investigadores de las nuevas tecnologías. Juntos exploraron con lupa de entomólogo las profundas transformaciones sociales y políticas que se derivan de las nuevas formas de comunicación entre los humanos y de las vertiginosas autopistas tecnológicas por las que circula la información, o la desinformación. De qué hablamos cuándo hablamos de posverdad.
El lugar mismo del seminario estaba muy a tono con el espíritu de una época en la que el prefijo -pos está tan de moda como las series de ambiente medieval. A pocos metros de donde descansan los cantorales de los monjes medievales, cuyas voces aún pueden escucharse en el coro de la iglesia si se hace un esfuerzo, se instalaron los algoritmos que ahora transportan el lenguaje humano. Los pájaros que anuncian el alba en estas montañas convivieron durante unos días con el pájaro de Twitter. A tono con el seminario, el propio San Millán del siglo V fue víctima de las noticias falseadas. Sus enemigos le acusaron de malversación de los dineros de la parroquia de Santa Eulalia de Berceo, y el obispo le expulsó del cargo. Así se relata en las redes sociales de la época, que son las pinturas del friso del monasterio.
Este hecho de la biografía del eremita conecta con la primera conclusión del seminario: siempre han existido las noticias falseadas, término que la Fundéu considera más preciso que el de fake news o noticias falsas.
No ha existido nunca un jardín del Edén donde la verdad resplandeciera. Esteban Illades, periodista y escritor mexicano, en su ponencia El fenómeno Trump y las noticias falsas, lo dejó claro. «Las fake news no son un fenómeno nuevo. Existe la manipulación y la desinformación desde hace siglos. Napoleón hizo branded content en la campaña egipcia».
La profesora de Filosofía Laura Alba-Juez ilustró el debate llamando la atención sobre el sentido mismo de la palabra verdad, dejando claro que es poliédrica, difícil de definir y de aprehender.
¿Cuál es entonces la razón del revuelo universal en torno a la posverdad, objeto de estudio académico en todas las universidades y de infinitas glosas periodísticas e intelectuales? La periodista Soledad Gallego-Díaz -que acaba de ser nombrada directora de El País- lo aclaró así en su lección inaugural. No son las noticias falsas de toda la vida. Ni tampoco las mentiras, que son eternas. «Se trata de noticias falseadas intencionadamente que forman parte de enormes redes de desinformación intencionada y extensiva, en las que se utiliza la prodigiosa capacidad de las nuevas tecnologías para difundirlas y llegar a todos los medios a través de los cuales accedemos a la información».
La respuesta a la alarma mundial, por tanto, no hay que buscarla en el fondo, sino en la forma. David García, investigador del Centro de Ciencias de la Complejidad de Viena, señaló que «las noticias, verdaderas o falseadas transitan sin filtro por el espacio digital. La desinformación viaja por las redes sociales seis veces más rápido que la información», según un estudio del MIT. Hablamos de menos cosas, pero habla mucha más gente. Cada individuo se ha convertido en un medio de comunicación que sólo comparte aquéllos contenidos con los que está de acuerdo, sin pararse a pensar si son verdaderos o pudieran ser falsos. Según el periodista Juan Soto Ivars, «la posverdad no es una enfermedad, sino un síntoma, y ha venido para quedarse».
¿Es que acaso los ciudadanos que se dejan embaucar por la desinformación son más ignorantes, o más crédulos, que sus antecesores? «Quien acepta las noticias falsas que circulan por la Red no es necesariamente un ignorante o alguien a quien se engaña; a menudo existe una decisión consciente de aceptar ciertas informaciones, independientemente de su veracidad, para reforzar las propias opiniones o los sentimientos», señalan las conclusiones del seminario.
¿Cómo se llega hasta el cerebro y el corazón de estas millones de personas dispuestas a tragarse cualquier cosa por estrafalaria o extravagante que sea? La respuesta hay que buscarla en la manipulación del lenguaje. Como señaló Elena Hernández, jefa del Departamento de Español al Día de la RAE, «el lenguaje crea realidad». Sobre todo «el lenguaje de las emociones», protagonista de las jornadas de San Millán en tanto que «arma de manipulación».
El psicoterapeuta Luis Muiño expuso las técnicas del «buen manipulador», que son las siguientes. «Resaltar las palabras y ocultar los hechos. Recurrir a eufemismos, no hablar claro y esconder la realidad en una nube de palabras. Usar muchas frases humo y palabras bonitas que no quieren decir nada. Convertir todos los temas en viscerales, establecer una separación radical entre nosotros y ellos y apelar al miedo». «La violencia verbal es más eficaz que la física. La única técnica de persuasión que tienen los poderosos actualmente es el lenguaje», concluye el psicólogo. «Hay que luchar contra el vaciado sistemático de las palabras», opinó el periodista Jordi Corominas. «Algunas personas emplean un lenguaje plúmbeo para dar la sensación de que están diciendo algo interesante», opinó el historiador Óscar Sainz de la Maza.
Cristina Soriano, investigadora del Centro de Ciencias Afectivas de la Universidad de Ginebra, dejó claro en su ponencia -ilustrada con estudios empíricos sobre el uso y el significado de las palabras en los diferentes idiomas- que «las emociones negativas se perciben como más intensas que las positivas, por eso están siempre presentes en los discursos que tratan de manipular». Hay lenguas que disponen de siete palabras para hablar de las emociones, mientras que en el español, se usan miles.
Sin ir más lejos, coincidiendo con la semana de este seminario, la política española se dio un atracón de lenguaje emocional en el transcurso del debate de la moción de censura que cambió el Gobierno. Términos como «traidores», «vendepatrias» o «golpe de Estado», y otros igual de gruesos se escucharon en el Congreso. La despedida de Mariano Rajoy ha deparado asimismo escenas de llanto muy llamativas en sus filas esta semana. Laura Alba-Juez, catedrática de Lingüística inglesa de la UNED, y estudiosa del lenguaje de los tabloides, apuntó que la comunicación nunca ha estado exenta de un componente emocional que no necesariamente ha de ser negativo.
El lenguaje de las emociones negativas, que viajan a toda velocidad por la Red, es fundamental en la creación de las noticias falseadas y da origen a otra de las palabras fetiche del mundo digital: burbuja. Un término que acompaña a la crisis de época, así en las finanzas como en la revolución digital. La tecnología crea burbujas «en las que los ciudadanos solo están en contacto con ideas y opiniones que coinciden con las suyas».
Lo que vemos en Facebook o en el buscador Google es lo que sus algoritmos nos preparan especialmente para nosotros. Las «cámaras de eco» inhiben la capacidad para la autocrítica e impiden tener en cuenta las opiniones de los demás.
Visitar el claustro del monasterio de Yuso es evocador y sugerente después de escuchar estas reflexiones. En la era de la comunicación global, podemos acabar como los monjes medievales, dando vueltas y vueltas bajo las arcadas de medio punto, escuchando sólo nuestros propios pensamientos.
El espinoso papel de los medios de comunicación en la era de la posverdad centró parte de los debates. Soledad Gallego-Díaz señaló que no podemos caer en la tentación de «echar la culpa a la posverdad de todo lo que no nos guste en nuestra sociedad», pero defendió que es imprescindible «defender la verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación».
La revolución tecnológica ha dejado al periodismo tradicional a los pies de los caballos de las grandes tecnológicas. La conclusión del seminario es que «el cambio de la forma en la que los ciudadanos se acercan a las noticias (antes las buscaban, ahora les llegan a través de las redes, a menudo ya seleccionadas) favorece la difusión de las falsedades». En opinión de los ponentes, es muy importante que las personas dedicadas a la comunicación sean capaces de manejar la «inteligencia emocional».
Según Emilio Martínez, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Murcia, «conocer el lenguaje de las emociones nos hace ser personas más críticas». José Miguel Fernández-Dols, catedrático de Psicología Social de la Autónoma de Madrid, considera que «la prensa sí tiene un papel educativo». Los periodistas Esteban Hernández, Magda Bandera y Pablo Blázquez alertaron sobre la responsabilidad de los medios frente a la difusión de las noticias falsas y el uso del lenguaje y las metáforas.
Hubo consenso en que «los medios deben tener cuidado en el uso del lenguaje para no apelar a las emociones, sino a los hechos». Ahora bien, nadie se engaña sobre la pérdida de influencia y capacidad de la prensa para establecer qué es la verdad, y qué es la posverdad. «El papel de jerarquización y verificación de la información que hacían los medios ha desaparecido o está desapareciendo», resumió la escritora Irene Lozano.
El oscuro e inescrutable papel de los algoritmos de Google o Facebook -cada vez más sofisticados, según el periodista Mario Tascón- para jerarquizar en la Red las noticias que publican los medios quedó en el aire. Y también la obsesión del periodismo por llamar la atención del «usuario» y competir con los infinitos estímulos de distracción al alcance de la mano, o del mando.
Fuente:
http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/06/09/5b1a646a268e3e74068b45ec.html
Ilustración: Ronnie Cutrone.
Lucía Méndez
Es el concepto-fetiche de la época, pero casi nadie sabe lo que significa realmente. Lingüistas, psicólogos, periodistas o expertos en redes lo analizan en el monasterio de San Millán de la Cogolla, que ya sufrió su propio ataque de 'fake news' en el siglo V.
20 expertos analizan el fenómeno en un seminario de la Fundéu y lanzan un debate provocador: ¿y si en realidad las 'fake news' son tan viejas como el mundo?
San Millán de la Cogolla es un pequeño pueblo riojano donde el tiempo medieval permanece detenido en el monasterio de Yuso, grandiosa fortaleza del nacimiento del castellano en las notas de los monjes que ahora llamamos glosas. De esto hace más de mil años. Los escasos habitantes y los turistas sibaritas que disfrutan de la exuberante vegetación de la Sierra de la Demanda pueden escuchar el silencio del mundo y se despiertan con el canto de los pájaros. El monje eremita San Millán, que habitó en estos montes en el siglo V, pasó la mayor parte de su vida en una cueva que se conserva tal cual en el interior de otro monasterio, el de Suso, en lo más alto de la montaña. Una joya.
En tan inspirador escenario, la Fundéu -Fundación del Español Urgente nacida en la Agencia Efe y patrocinada por el BBVA- y la Fundación San Millán convocan todos los años un seminario sobre lengua y periodismo. El debate celebrado en los últimos días del pasado mes de mayo giró en torno al concepto-fetiche de esta época: la posverdad. El lenguaje en la era de la posverdad, se titulaba el seminario. Joaquín Müller, alma de la Fundéu, reunió en torno a la posverdad a una veintena de catedráticos, profesores, lingüistas, psicólogos, periodistas e investigadores de las nuevas tecnologías. Juntos exploraron con lupa de entomólogo las profundas transformaciones sociales y políticas que se derivan de las nuevas formas de comunicación entre los humanos y de las vertiginosas autopistas tecnológicas por las que circula la información, o la desinformación. De qué hablamos cuándo hablamos de posverdad.
El lugar mismo del seminario estaba muy a tono con el espíritu de una época en la que el prefijo -pos está tan de moda como las series de ambiente medieval. A pocos metros de donde descansan los cantorales de los monjes medievales, cuyas voces aún pueden escucharse en el coro de la iglesia si se hace un esfuerzo, se instalaron los algoritmos que ahora transportan el lenguaje humano. Los pájaros que anuncian el alba en estas montañas convivieron durante unos días con el pájaro de Twitter. A tono con el seminario, el propio San Millán del siglo V fue víctima de las noticias falseadas. Sus enemigos le acusaron de malversación de los dineros de la parroquia de Santa Eulalia de Berceo, y el obispo le expulsó del cargo. Así se relata en las redes sociales de la época, que son las pinturas del friso del monasterio.
Este hecho de la biografía del eremita conecta con la primera conclusión del seminario: siempre han existido las noticias falseadas, término que la Fundéu considera más preciso que el de fake news o noticias falsas.
No ha existido nunca un jardín del Edén donde la verdad resplandeciera. Esteban Illades, periodista y escritor mexicano, en su ponencia El fenómeno Trump y las noticias falsas, lo dejó claro. «Las fake news no son un fenómeno nuevo. Existe la manipulación y la desinformación desde hace siglos. Napoleón hizo branded content en la campaña egipcia».
La profesora de Filosofía Laura Alba-Juez ilustró el debate llamando la atención sobre el sentido mismo de la palabra verdad, dejando claro que es poliédrica, difícil de definir y de aprehender.
¿Cuál es entonces la razón del revuelo universal en torno a la posverdad, objeto de estudio académico en todas las universidades y de infinitas glosas periodísticas e intelectuales? La periodista Soledad Gallego-Díaz -que acaba de ser nombrada directora de El País- lo aclaró así en su lección inaugural. No son las noticias falsas de toda la vida. Ni tampoco las mentiras, que son eternas. «Se trata de noticias falseadas intencionadamente que forman parte de enormes redes de desinformación intencionada y extensiva, en las que se utiliza la prodigiosa capacidad de las nuevas tecnologías para difundirlas y llegar a todos los medios a través de los cuales accedemos a la información».
La respuesta a la alarma mundial, por tanto, no hay que buscarla en el fondo, sino en la forma. David García, investigador del Centro de Ciencias de la Complejidad de Viena, señaló que «las noticias, verdaderas o falseadas transitan sin filtro por el espacio digital. La desinformación viaja por las redes sociales seis veces más rápido que la información», según un estudio del MIT. Hablamos de menos cosas, pero habla mucha más gente. Cada individuo se ha convertido en un medio de comunicación que sólo comparte aquéllos contenidos con los que está de acuerdo, sin pararse a pensar si son verdaderos o pudieran ser falsos. Según el periodista Juan Soto Ivars, «la posverdad no es una enfermedad, sino un síntoma, y ha venido para quedarse».
¿Es que acaso los ciudadanos que se dejan embaucar por la desinformación son más ignorantes, o más crédulos, que sus antecesores? «Quien acepta las noticias falsas que circulan por la Red no es necesariamente un ignorante o alguien a quien se engaña; a menudo existe una decisión consciente de aceptar ciertas informaciones, independientemente de su veracidad, para reforzar las propias opiniones o los sentimientos», señalan las conclusiones del seminario.
¿Cómo se llega hasta el cerebro y el corazón de estas millones de personas dispuestas a tragarse cualquier cosa por estrafalaria o extravagante que sea? La respuesta hay que buscarla en la manipulación del lenguaje. Como señaló Elena Hernández, jefa del Departamento de Español al Día de la RAE, «el lenguaje crea realidad». Sobre todo «el lenguaje de las emociones», protagonista de las jornadas de San Millán en tanto que «arma de manipulación».
El psicoterapeuta Luis Muiño expuso las técnicas del «buen manipulador», que son las siguientes. «Resaltar las palabras y ocultar los hechos. Recurrir a eufemismos, no hablar claro y esconder la realidad en una nube de palabras. Usar muchas frases humo y palabras bonitas que no quieren decir nada. Convertir todos los temas en viscerales, establecer una separación radical entre nosotros y ellos y apelar al miedo». «La violencia verbal es más eficaz que la física. La única técnica de persuasión que tienen los poderosos actualmente es el lenguaje», concluye el psicólogo. «Hay que luchar contra el vaciado sistemático de las palabras», opinó el periodista Jordi Corominas. «Algunas personas emplean un lenguaje plúmbeo para dar la sensación de que están diciendo algo interesante», opinó el historiador Óscar Sainz de la Maza.
Cristina Soriano, investigadora del Centro de Ciencias Afectivas de la Universidad de Ginebra, dejó claro en su ponencia -ilustrada con estudios empíricos sobre el uso y el significado de las palabras en los diferentes idiomas- que «las emociones negativas se perciben como más intensas que las positivas, por eso están siempre presentes en los discursos que tratan de manipular». Hay lenguas que disponen de siete palabras para hablar de las emociones, mientras que en el español, se usan miles.
Sin ir más lejos, coincidiendo con la semana de este seminario, la política española se dio un atracón de lenguaje emocional en el transcurso del debate de la moción de censura que cambió el Gobierno. Términos como «traidores», «vendepatrias» o «golpe de Estado», y otros igual de gruesos se escucharon en el Congreso. La despedida de Mariano Rajoy ha deparado asimismo escenas de llanto muy llamativas en sus filas esta semana. Laura Alba-Juez, catedrática de Lingüística inglesa de la UNED, y estudiosa del lenguaje de los tabloides, apuntó que la comunicación nunca ha estado exenta de un componente emocional que no necesariamente ha de ser negativo.
El lenguaje de las emociones negativas, que viajan a toda velocidad por la Red, es fundamental en la creación de las noticias falseadas y da origen a otra de las palabras fetiche del mundo digital: burbuja. Un término que acompaña a la crisis de época, así en las finanzas como en la revolución digital. La tecnología crea burbujas «en las que los ciudadanos solo están en contacto con ideas y opiniones que coinciden con las suyas».
Lo que vemos en Facebook o en el buscador Google es lo que sus algoritmos nos preparan especialmente para nosotros. Las «cámaras de eco» inhiben la capacidad para la autocrítica e impiden tener en cuenta las opiniones de los demás.
Visitar el claustro del monasterio de Yuso es evocador y sugerente después de escuchar estas reflexiones. En la era de la comunicación global, podemos acabar como los monjes medievales, dando vueltas y vueltas bajo las arcadas de medio punto, escuchando sólo nuestros propios pensamientos.
El espinoso papel de los medios de comunicación en la era de la posverdad centró parte de los debates. Soledad Gallego-Díaz señaló que no podemos caer en la tentación de «echar la culpa a la posverdad de todo lo que no nos guste en nuestra sociedad», pero defendió que es imprescindible «defender la verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación».
La revolución tecnológica ha dejado al periodismo tradicional a los pies de los caballos de las grandes tecnológicas. La conclusión del seminario es que «el cambio de la forma en la que los ciudadanos se acercan a las noticias (antes las buscaban, ahora les llegan a través de las redes, a menudo ya seleccionadas) favorece la difusión de las falsedades». En opinión de los ponentes, es muy importante que las personas dedicadas a la comunicación sean capaces de manejar la «inteligencia emocional».
Según Emilio Martínez, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Murcia, «conocer el lenguaje de las emociones nos hace ser personas más críticas». José Miguel Fernández-Dols, catedrático de Psicología Social de la Autónoma de Madrid, considera que «la prensa sí tiene un papel educativo». Los periodistas Esteban Hernández, Magda Bandera y Pablo Blázquez alertaron sobre la responsabilidad de los medios frente a la difusión de las noticias falsas y el uso del lenguaje y las metáforas.
Hubo consenso en que «los medios deben tener cuidado en el uso del lenguaje para no apelar a las emociones, sino a los hechos». Ahora bien, nadie se engaña sobre la pérdida de influencia y capacidad de la prensa para establecer qué es la verdad, y qué es la posverdad. «El papel de jerarquización y verificación de la información que hacían los medios ha desaparecido o está desapareciendo», resumió la escritora Irene Lozano.
El oscuro e inescrutable papel de los algoritmos de Google o Facebook -cada vez más sofisticados, según el periodista Mario Tascón- para jerarquizar en la Red las noticias que publican los medios quedó en el aire. Y también la obsesión del periodismo por llamar la atención del «usuario» y competir con los infinitos estímulos de distracción al alcance de la mano, o del mando.
Fuente:
http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/06/09/5b1a646a268e3e74068b45ec.html
Ilustración: Ronnie Cutrone.
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jueves, 29 de marzo de 2018
LA DIGNIDAD DE LOS VENCIDOS
EL MUNDO, Barcelona, 24 de marzo de 2018
LOS INTELECTUALES Y ESPAÑA
Arcadi Espada
"Los políticos pagan como es debido por sus errores, los periodistas no"
Rafa Latorre
Francisco Camps fue un político de éxito, de los que se bañan en masas. A Arcadi Espada (Barcelona, 1957) no le interesó hasta que yació (políticamente) a dos metros bajo tierra. El periodista ya se había ocupado de otros apestados, como unos franquistas buenos que salvaron judíos o unas familias acusadas de vender a sus hijos en el Raval. Un buen tío es la revisión de una condena perpetua que no fue dictada por un juez.
¿Le gustan las historias de perdedores?
Hoy la mayor parte de los periodistas son ñoños, es un oficio dominado por la corrección política, por el que dirán. Acabo de cumplir sesenta años y yo quiero recordar que hubo una vez en la cual, se hacía peor periodismo que ahora pero no era un periodismo ñoño y un periodista no habría entendido que le hicieran esta pregunta. Porque un periodista habría ido a contrapelo de la vida. Se habría ocupado de los losers, de los desheredados, de los humillados, de los ofendidos.
Usted escribió hace 20 años que: "No siempre los perdedores llevan razón, o no la llevan en todo lo que defienden, pero estar con ellos te evita muchos quebraderos de cabeza (...) Si a uno le abandona la razón objetiva, siempre le quedará la razón moral". Era en realidad una advertencia.
Ahí más que la razón moral debería haber dicho la razón estética. Un perdedor es algo con lo que hay que tener mucho cuidado, porque es muy seductor. Cuando la gente me dice, 'pero ¿cómo se atreve a escribir sobre Francisco Camps?', yo reacciono airadamente pero en el fondo tengo una enorme satisfacción, pues qué dandismo más extravagante escribir sobre una persona que tiene tan poco que ver conmigo. Aunque a lo mejor tiene más que ver de lo que yo pienso. Ocuparse de los perdedores, de los vencidos es lo que los periodistas hacíamos porque ahí estaba buena parte de la razón moral, ahí estaba la razón estética y ahí estaba lo más extraordinario de nuestro oficio. Hay un plus muy interesante en el trabajo sobre el caso Raval, los franquistas que salvaron judíos [En nombre de Franco] o sobre Francisco Camps. Toda esta gente está en un rincón de la cochiquera y tú vas allí y hablas con ellos, te das cuenta de que son gente vencida y de que conservan una dignidad que no tiene nada que ver con su derrota. Francisco Camps lleva razón, los franquistas que salvaron judíos llevan razón, las familias a las que arrebataron sus hijos en el Raval llevan razón y llevan razón en Cataluña todos los que se han opuesto a la desagradable dictadura del nacionalismo.
Da la sensación de que quien menos le comprende son los demás periodistas.
Es que los periodistas somos una gente extraordinaria. Nos pasamos la vida poniendo de vuelta y media a todo dios, hasta que llega alguien y se ocupa de un pequeño error, sintáctico o moral, y entonces ponemos el grito en el cielo, empezamos a odiarle y decimos que perro no come perro y esas sandeces que forman parte de lo peor de nuestro oficio.
Sin embargo usted se sigue tomando muy en serio los periódicos. Ha hecho casi un género de tomarse en serio los periódicos.
En las primeras páginas de este libro digo con una cierta ironía que casi soy un personaje patético porque tal vez sea el último hombre que se tomó en serio los periódicos. Cómo no me los voy a tomar en serio si yo todo lo he aprendido de los periódicos. Yo me leo los periódicos hasta el final, además, como Noam Chomsky [La verdad está en el último párrafo"]. Debería haber más gente que se ocupase de los periódicos porque los periódicos son cada vez más importantes. Si usted sale ahora a la calle y pregunta: ¿usted se acuerda de un presidente que se llama Francisco Camps? Sí, claro que me acuerdo, un corrupto de Valencia. ¿Usted sabe que fue juzgado? Y tanto que fue juzgado: fue condenado... esa es la percepción que la gente tiene sobre Camps. ¿Quién ha creado esa percepción completamente devastadora y errónea? Los periódicos. Siguen organizando el guion del mundo. Las televisiones les ponen a los periódicos un poco de hígado, algunos fluidos, bilis, lágrimas... esas cosas, pero el guion es el de los periódicos. También organizan la conversación de Twitter sin que se les pague derechos de autor. Los periódicos siguen siendo fundamentales en la vida de los hombres aunque como negocio estén a punto de desaparecer. Ocuparse de ellos es una obligación intelectual de primer orden.
¿Usted lee Twitter? ¿Le interesa lo que dicen de usted ahí?
Yo estás cosas me las sé porque tuve un blog que tuvo mucho éxito a partir del año 2004. Duró tres años. Ahí se hacían muchos comentarios y vi el nacimiento de cuestiones como el anonimato o los trolls. Luego salió Twitter y durante una época lo miraba, me di cuenta de que era todo aquello que ya conocía y lo dejé. Eso sí, hice una antología durante algunos meses de la cantidad de insultos que me dedicaban. Pero por cuestiones extraordinarias. Porque a mí que me insulten los nacionalistas me parece casi obligatorio, que me insulten los católicos también me parece obligatorio, que me insulten las mujeres también me parece normal, yo soy un carcamal perfecto. Lo que me sorprendió muchísimo es que me insultaran los partidarios de Fernando Alonso, por ejemplo, porque una vez se me ocurrió decir que siempre perdía, cosa que no era una opinión sino un hecho. Eso me costó una serie de insultos tal que me llevó a hacer unos PDF que por cierto tiene la Guardia Civil y que estoy esperando que hagan algo respecto de algunas amenazas de muerte.
Uno lee Twitter y da la impresión de que usted es un psicópata. Bueno, quizás le consuele saber que también da esa impresión de Javier Marías.
Las personas que escribimos con nuestra lengua, y Javier lo hace en sus artículos, tenemos unos graves problemas, porque ahora hay que escribir con la lengua del otro. No lo van a conseguir. Yo me moriré o dejaré el oficio antes de escribir con la lengua de los otros. Ni la lengua de las mujeres, ni la lengua de los políticos, ni la lengua de los futbolistas. Yo escribo con mi lengua, que es como deberían escribir todos los periodistas, porque las palabras que hay que utilizar para hacer periodismo no son las palabras de los gremios, ni físicos ni morales, son las palabras de todos y no pueden estar ceñidas, dictaminadas y judicializadas por lo que cada gremio diga. Hoy [martes 20 de marzo] hay una carta en nuestro periódico en la que le reprochan a Raúl del Pozo que utilice el asperger como metáfora. Yo contestaría: mire, yo pongo esto porque me da la gana. Cuando a alguien lo acusan de hacer metáforas están muy cerca de que se te hinchen las pelotas.
Cuando los periódicos se ocupan del caso de los trajes de Camps estamos en los albores de las redes sociales. No tenían la influencia de hoy.
Hay una cosa en este libro que es muy extravagante. Porque nos pasamos la vida diciendo: claro, el periodismo de ahora está mal pagado, los becarios están subyugados... No digo que no sea cierto que el periodismo se ha proletarizado. Los responsables de estas 400 y pico de páginas [señala su libro] son periodistas muy bien pagados, veteranos, alguno de ellos premiado, y no me consta que haya ningún becario entre ellos. El periodismo de hoy es mucho mejor que el de hace 20 años pero en el periodismo se siguen cometiendo gravísimos errores y al contrario de lo ocurre con los jueces o los médicos o los políticos, esos gravísimos errores no se pagan como es debido.
A la hora de explicar el tratamiento mediático de su caso, Camps, hombre religioso, cree en una teoría del diseño inteligente. Una conspiración, vamos. Usted tiene una teoría más profana donde operan la pereza, el sectarismo y también algún componente personal.
Los componentes personales son difíciles de analizar. Pero cómo puedo yo soslayar que la peculiar posición de Valencia en el mundo, esa especie de doble desprecio madrileño y catalán, está en el origen de buena parte del trato que Camps recibe en el periódico. Los titulares que escribe El País sobre Camps jamás se habría atrevido a escribirlos sobre Pujol. Es más, no se ha atrevido a escribirlos sobre Pujol. No estoy hablando de una ucronía sino de algo que es comprobable.
Pero el director de El País de entonces, Javier Moreno, es valenciano.
Claro. Cómo puedo yo sostener, si no es mediante un juicio de intenciones, que Javier Moreno representa una Valencia que es contradictoria con la Valencia que representa Francisco Camps. Por razones sociológicas, estéticas, políticas e ideológicas. Es una hipótesis. Por eso le escribí una carta a Moreno, para preguntarle cómo es que le dedicó 169 portadas durante tres años a un hombre que se había comprado cuatro trajes. ¿Por qué el señor Moreno no contesta a mi carta? Es director de la Escuela de Periodismo de El País. Mi amigo Juan Abreu me dice que lo que debe hacer Francisco Camps es sentarse con un montón de libros en la puerta de la Escuela de El País y darle uno gratis a cada alumno que entre. Tome usted, este es el libro del curso. Un buen tío. Cuando me detallen los errores de este libro los corregiré. ¿Por qué El País no ha pedido perdón en un editorial por haber defendido durante tres años algo que era falso?
En el caso de Camps, y también lo he visto en el caso de Jordi Cañas, ni siquiera la dimisión redime.
¿Sabe usted lo que escribe El País el día de la absolución? Que el jurado ha tomado una decisión política, es decir, que han votado no en razón de la verdad sino en razón de la ideología. Esto dice El País en un editorial. Y luego le reprocha que tiene faltas de ortografía. A Llarena no se lo reprocha, claro. Ni a Garzón.
Usted asegura que Camps no es más que un concepto pero en su escritura percibo cierto cariño hacia él. Algo que va más allá del respeto y por supuesto de la frialdad del concepto.
Sí, me cae bien, Camps. Pero es irrelevante. No debería notarse en el libro. Si se nota en un exceso que oscurezca el análisis, habrá sido un error. Pero es el momento de decirlo: Camps me cae bien. Porque me parece un político inteligente, honrado y trabajador. Y un hombre tocado a veces de un humor negro que me lo hace bastante agradable. Como cuando dice que cuando tiene que rellenar un formulario tiene siempre la tentación de poner en el campo de la profesión: imputado. Ah, y porque considero que es un completo inocente. Hay que decir una cosa. Yo he conocido al loser. Al Camps perdedor, a un hombre vencido. Al hombre de los éxitos, del entusiasmo, no lo he conocido.
El método de análisis que usted utiliza para este caso también se puede aplicar a otros casos serializados por la prensa, ¿verdad?
Hombre, ¿usted se imagina aplicar esto que he hecho con Camps a las informaciones de El Mundo sobre el 11-M? ¿Sobre los agujeros negros? Sería un ejercicio maravilloso. ¿Y se imagina hacerlo con lo que publicó El País sobre el Prestige? [Arcadi Espada asume que el estilo es una cuestión moral. Cuando está llegando al final del libro, el lector de Un buen tío experimenta una sensación parecida a la que experimenta el lector de Moby Dick, aquel tedio infinito y degradante con el que Herman Melville pretendía acercar el ambiente que se vivía a bordo del Pequod. El lector de Un buen tío llega a exclamar: "¡Otra maldita portada!", mientras que la voz del narrador se va desesperando cada vez más.]
En su método narrativo hay una segunda voz que relata los hechos sin citar la fuente de la que proceden. Sin trazabilidad, como si le pidiera a los lectores una cuestión de fe.
¡Fíjese usted lo que me está diciendo! ¡Es maravilloso! ¡Una cuestión de fe! Éste es un punto clave. Los periódicos eran antes aduanas y hoy son orinales. Ahora está todo junto. Da igual que sea la UDEF, que sea Pujol, que sea Espada con sus locuras... ¿Sabe usted que hay periodistas que cuando los llama un juez se escudan en que lo que han escrito se lo ha dicho la UDEF? ¿Y? ¿Por qué la UDEF no escribe un artículo y lo firma? No, mire, el que firma una información se responsabiliza de esa información desde la primera comilla hasta la última. Yo quiero que esa responsabilidad vuelva a estar en el centro de la participación del periodismo en la construcción de lo real. A mí me pasa como a Jordi Pujol cuando decía aquello de ¿quién coño es la UDEF? Porque en eso Pujol tenía mucha razón. ¿Sabe cuál es el problema de los periodistas que no son sectarios? Que Jordi Pujol tiene razón a veces y que nosotros, los periodistas, hemos publicado informaciones absolutamente vejatorias y falsas sobre él, que no es, como comprenderá, de las personas más simpáticas del mundo para mí. Cuando yo sé algo, lo escribo y me responsabilizo de ello.
¿La confesión de Ricardo Costa no le ha hecho cambiar su percepción de Francisco Camps?
Este libro se ocupa de los trajes de Camps. De nada más. Pero yo me ocupo de lo que me da la gana y por supuesto me puedo ocupar de Ricardo Costa y de su confesión. Vamos, su supuesta confesión. Porque al final esa confesión consistía en la obediencia debida. Patético. No cambiaré mi percepción sobre la honradez de Francisco Camps, en todo lo que yo conozco de Francisco Camps, incluida la financiación supuestamente ilegal del PP. Porque he llegado a formarme una idea sobre ese asunto. La obligación del señor Ricardo Costa, al igual que la del señor Álvaro Pérez era haber presentado pruebas sobre lo que estaba diciendo. No lo hicieron y yo soy muy sensible a las pruebas.
Usted dice que la mentira es seductora mientras que la verdad es menos combativa.
Yo le recriminaba una vez a Camps una estrategia mediática [su abogado le aconsejó no contestar a los medios] en la que yo creo que se equivocó y él me decía: "Admito que puedo haberme equivocado pero usted no sabe la vergüenza que yo pasaba, al plantearme la posibilidad, al principio de los tiempos, de que un presidente de la Generalidad tuviera que ir a hablar en una rueda de prensa de cuatro trajes. Me daba una vergüenza infinita". Yo lo comprendí la noche en que me lo explicó. El pudor.
¿No cree que el proceso mediático de Camps es indisociable del estallido de la crisis?
¿Usted recuerda aquella portada en la que El País abre con una información que dice que Costa llama a Camps o al revés [cuatro columnas]? Ese mismo día, al lado, en pequeño [una columna], informa de una reunión decisiva para el futuro del euro. A mí el caso Camps me ha interesado por muchas razones y una de ellas es que para mí el nacimiento del populismo judicial y mediático está ahí. Se pueden buscar precedentes, claro. Garzón es la cuna del populismo judicial. Pero la pena del telediario en su acepción más brutal y más ruda es este caso. Y esto no se hubiera producido en las mismas circunstancias [sin la crisis]. Aquí ha habido un ajuste de cuentas. Las sociedades derrochadoras, dilapidadoras, teníamos que ajustar las cuentas en el sentido del balance, de que teníamos que pagar lo que debíamos, pero también debíamos ajustar las cuentas a los presuntos malvados como Camps. Este libro se podría haber titulado, en lugar de Un buen tío, El ajuste de cuentas.
Todo lo que tuvo la comunidad valenciana lo tuvo Cataluña. Quiebra y corrupción. Es más, en Cataluña sí que hay una sentencia por la financiación ilegal del partido en el gobierno. Pero la clase dirigente catalana no sólo no fue el chivo expiatorio de la crisis sino que se regaló una república a sí misma.
Una de las características del nacionalismo en Cataluña es que no ha pagado nunca por nada. Es el culpable desde hace 40 años de haber llevado a una sociedad bastante interesante a la decadencia y todavía es la hora de que pague un ápice. Es más, ahora estamos observando una maravillosa exhibición de la típica sinvergonzonería catalana. La exhibe una persona como Mas Colell. El típico sinvergüenza catalán. Una de esas personas de las que se ha exagerado mucho su competencia científica. Admitamos que es un buen economista, que su manual de microeconomía está bien y que es un punto de referencia para muchos estudiantes. Es un sinvergüenza. En vez de ponerse de hinojos, de pedir humildemente perdón, arrodillado, con las rodillas llagadas y hechas sangre putrefacta; todavía es la hora de que se quite esa mirada soberbia de la cara y dé explicaciones de por qué puso su prestigio al servicio de una causa infame. Y él es el paradigma, pero hay cientos de personas así en Cataluña. De Mas Colell a Rosa María Sardá, por recorrer todo el espectro.
Usted se fue a visitar al sastre José Tomás, clave para imputar a Camps, en un viaje penoso a Villaviciosa. La cosa terminó de una manera algo desagradable. ¿Mereció la pena?
Mereció la pena. El caso Camps se sostiene en un hombre: el sastre José Tomás. Ese hombre había mentido cuatro veces antes y a pesar de ello se atiende a su testimonio. Él había dicho primero ante Garzón que Camps se pagaba los trajes y luego dijo que no. En el juicio oral vuelve a decir que no se pagó sus trajes y eso es lo que permite llegar al juicio. Años después, voy a visitarle y, en el colmo de su labor de insider, me dice que Álvaro Pérez se acostaba con él [Francisco Camps] y con ella [Isabel Bas, la mujer de Camps]. Con él y con ella. Él y ella. Cualquiera que llegue al final del libro y lea esta escena puede ver cómo se desmorona todo.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/03/24/5ab506d622601dfe2c8b4666.html
Fotografía: Antonio Heredia.
LOS INTELECTUALES Y ESPAÑA
Arcadi Espada
"Los políticos pagan como es debido por sus errores, los periodistas no"
Rafa Latorre
Francisco Camps fue un político de éxito, de los que se bañan en masas. A Arcadi Espada (Barcelona, 1957) no le interesó hasta que yació (políticamente) a dos metros bajo tierra. El periodista ya se había ocupado de otros apestados, como unos franquistas buenos que salvaron judíos o unas familias acusadas de vender a sus hijos en el Raval. Un buen tío es la revisión de una condena perpetua que no fue dictada por un juez.
¿Le gustan las historias de perdedores?
Hoy la mayor parte de los periodistas son ñoños, es un oficio dominado por la corrección política, por el que dirán. Acabo de cumplir sesenta años y yo quiero recordar que hubo una vez en la cual, se hacía peor periodismo que ahora pero no era un periodismo ñoño y un periodista no habría entendido que le hicieran esta pregunta. Porque un periodista habría ido a contrapelo de la vida. Se habría ocupado de los losers, de los desheredados, de los humillados, de los ofendidos.
Usted escribió hace 20 años que: "No siempre los perdedores llevan razón, o no la llevan en todo lo que defienden, pero estar con ellos te evita muchos quebraderos de cabeza (...) Si a uno le abandona la razón objetiva, siempre le quedará la razón moral". Era en realidad una advertencia.
Ahí más que la razón moral debería haber dicho la razón estética. Un perdedor es algo con lo que hay que tener mucho cuidado, porque es muy seductor. Cuando la gente me dice, 'pero ¿cómo se atreve a escribir sobre Francisco Camps?', yo reacciono airadamente pero en el fondo tengo una enorme satisfacción, pues qué dandismo más extravagante escribir sobre una persona que tiene tan poco que ver conmigo. Aunque a lo mejor tiene más que ver de lo que yo pienso. Ocuparse de los perdedores, de los vencidos es lo que los periodistas hacíamos porque ahí estaba buena parte de la razón moral, ahí estaba la razón estética y ahí estaba lo más extraordinario de nuestro oficio. Hay un plus muy interesante en el trabajo sobre el caso Raval, los franquistas que salvaron judíos [En nombre de Franco] o sobre Francisco Camps. Toda esta gente está en un rincón de la cochiquera y tú vas allí y hablas con ellos, te das cuenta de que son gente vencida y de que conservan una dignidad que no tiene nada que ver con su derrota. Francisco Camps lleva razón, los franquistas que salvaron judíos llevan razón, las familias a las que arrebataron sus hijos en el Raval llevan razón y llevan razón en Cataluña todos los que se han opuesto a la desagradable dictadura del nacionalismo.
Da la sensación de que quien menos le comprende son los demás periodistas.
Es que los periodistas somos una gente extraordinaria. Nos pasamos la vida poniendo de vuelta y media a todo dios, hasta que llega alguien y se ocupa de un pequeño error, sintáctico o moral, y entonces ponemos el grito en el cielo, empezamos a odiarle y decimos que perro no come perro y esas sandeces que forman parte de lo peor de nuestro oficio.
Sin embargo usted se sigue tomando muy en serio los periódicos. Ha hecho casi un género de tomarse en serio los periódicos.
En las primeras páginas de este libro digo con una cierta ironía que casi soy un personaje patético porque tal vez sea el último hombre que se tomó en serio los periódicos. Cómo no me los voy a tomar en serio si yo todo lo he aprendido de los periódicos. Yo me leo los periódicos hasta el final, además, como Noam Chomsky [La verdad está en el último párrafo"]. Debería haber más gente que se ocupase de los periódicos porque los periódicos son cada vez más importantes. Si usted sale ahora a la calle y pregunta: ¿usted se acuerda de un presidente que se llama Francisco Camps? Sí, claro que me acuerdo, un corrupto de Valencia. ¿Usted sabe que fue juzgado? Y tanto que fue juzgado: fue condenado... esa es la percepción que la gente tiene sobre Camps. ¿Quién ha creado esa percepción completamente devastadora y errónea? Los periódicos. Siguen organizando el guion del mundo. Las televisiones les ponen a los periódicos un poco de hígado, algunos fluidos, bilis, lágrimas... esas cosas, pero el guion es el de los periódicos. También organizan la conversación de Twitter sin que se les pague derechos de autor. Los periódicos siguen siendo fundamentales en la vida de los hombres aunque como negocio estén a punto de desaparecer. Ocuparse de ellos es una obligación intelectual de primer orden.
¿Usted lee Twitter? ¿Le interesa lo que dicen de usted ahí?
Yo estás cosas me las sé porque tuve un blog que tuvo mucho éxito a partir del año 2004. Duró tres años. Ahí se hacían muchos comentarios y vi el nacimiento de cuestiones como el anonimato o los trolls. Luego salió Twitter y durante una época lo miraba, me di cuenta de que era todo aquello que ya conocía y lo dejé. Eso sí, hice una antología durante algunos meses de la cantidad de insultos que me dedicaban. Pero por cuestiones extraordinarias. Porque a mí que me insulten los nacionalistas me parece casi obligatorio, que me insulten los católicos también me parece obligatorio, que me insulten las mujeres también me parece normal, yo soy un carcamal perfecto. Lo que me sorprendió muchísimo es que me insultaran los partidarios de Fernando Alonso, por ejemplo, porque una vez se me ocurrió decir que siempre perdía, cosa que no era una opinión sino un hecho. Eso me costó una serie de insultos tal que me llevó a hacer unos PDF que por cierto tiene la Guardia Civil y que estoy esperando que hagan algo respecto de algunas amenazas de muerte.
Uno lee Twitter y da la impresión de que usted es un psicópata. Bueno, quizás le consuele saber que también da esa impresión de Javier Marías.
Las personas que escribimos con nuestra lengua, y Javier lo hace en sus artículos, tenemos unos graves problemas, porque ahora hay que escribir con la lengua del otro. No lo van a conseguir. Yo me moriré o dejaré el oficio antes de escribir con la lengua de los otros. Ni la lengua de las mujeres, ni la lengua de los políticos, ni la lengua de los futbolistas. Yo escribo con mi lengua, que es como deberían escribir todos los periodistas, porque las palabras que hay que utilizar para hacer periodismo no son las palabras de los gremios, ni físicos ni morales, son las palabras de todos y no pueden estar ceñidas, dictaminadas y judicializadas por lo que cada gremio diga. Hoy [martes 20 de marzo] hay una carta en nuestro periódico en la que le reprochan a Raúl del Pozo que utilice el asperger como metáfora. Yo contestaría: mire, yo pongo esto porque me da la gana. Cuando a alguien lo acusan de hacer metáforas están muy cerca de que se te hinchen las pelotas.
Cuando los periódicos se ocupan del caso de los trajes de Camps estamos en los albores de las redes sociales. No tenían la influencia de hoy.
Hay una cosa en este libro que es muy extravagante. Porque nos pasamos la vida diciendo: claro, el periodismo de ahora está mal pagado, los becarios están subyugados... No digo que no sea cierto que el periodismo se ha proletarizado. Los responsables de estas 400 y pico de páginas [señala su libro] son periodistas muy bien pagados, veteranos, alguno de ellos premiado, y no me consta que haya ningún becario entre ellos. El periodismo de hoy es mucho mejor que el de hace 20 años pero en el periodismo se siguen cometiendo gravísimos errores y al contrario de lo ocurre con los jueces o los médicos o los políticos, esos gravísimos errores no se pagan como es debido.
A la hora de explicar el tratamiento mediático de su caso, Camps, hombre religioso, cree en una teoría del diseño inteligente. Una conspiración, vamos. Usted tiene una teoría más profana donde operan la pereza, el sectarismo y también algún componente personal.
Los componentes personales son difíciles de analizar. Pero cómo puedo yo soslayar que la peculiar posición de Valencia en el mundo, esa especie de doble desprecio madrileño y catalán, está en el origen de buena parte del trato que Camps recibe en el periódico. Los titulares que escribe El País sobre Camps jamás se habría atrevido a escribirlos sobre Pujol. Es más, no se ha atrevido a escribirlos sobre Pujol. No estoy hablando de una ucronía sino de algo que es comprobable.
Pero el director de El País de entonces, Javier Moreno, es valenciano.
Claro. Cómo puedo yo sostener, si no es mediante un juicio de intenciones, que Javier Moreno representa una Valencia que es contradictoria con la Valencia que representa Francisco Camps. Por razones sociológicas, estéticas, políticas e ideológicas. Es una hipótesis. Por eso le escribí una carta a Moreno, para preguntarle cómo es que le dedicó 169 portadas durante tres años a un hombre que se había comprado cuatro trajes. ¿Por qué el señor Moreno no contesta a mi carta? Es director de la Escuela de Periodismo de El País. Mi amigo Juan Abreu me dice que lo que debe hacer Francisco Camps es sentarse con un montón de libros en la puerta de la Escuela de El País y darle uno gratis a cada alumno que entre. Tome usted, este es el libro del curso. Un buen tío. Cuando me detallen los errores de este libro los corregiré. ¿Por qué El País no ha pedido perdón en un editorial por haber defendido durante tres años algo que era falso?
En el caso de Camps, y también lo he visto en el caso de Jordi Cañas, ni siquiera la dimisión redime.
¿Sabe usted lo que escribe El País el día de la absolución? Que el jurado ha tomado una decisión política, es decir, que han votado no en razón de la verdad sino en razón de la ideología. Esto dice El País en un editorial. Y luego le reprocha que tiene faltas de ortografía. A Llarena no se lo reprocha, claro. Ni a Garzón.
Usted asegura que Camps no es más que un concepto pero en su escritura percibo cierto cariño hacia él. Algo que va más allá del respeto y por supuesto de la frialdad del concepto.
Sí, me cae bien, Camps. Pero es irrelevante. No debería notarse en el libro. Si se nota en un exceso que oscurezca el análisis, habrá sido un error. Pero es el momento de decirlo: Camps me cae bien. Porque me parece un político inteligente, honrado y trabajador. Y un hombre tocado a veces de un humor negro que me lo hace bastante agradable. Como cuando dice que cuando tiene que rellenar un formulario tiene siempre la tentación de poner en el campo de la profesión: imputado. Ah, y porque considero que es un completo inocente. Hay que decir una cosa. Yo he conocido al loser. Al Camps perdedor, a un hombre vencido. Al hombre de los éxitos, del entusiasmo, no lo he conocido.
El método de análisis que usted utiliza para este caso también se puede aplicar a otros casos serializados por la prensa, ¿verdad?
Hombre, ¿usted se imagina aplicar esto que he hecho con Camps a las informaciones de El Mundo sobre el 11-M? ¿Sobre los agujeros negros? Sería un ejercicio maravilloso. ¿Y se imagina hacerlo con lo que publicó El País sobre el Prestige? [Arcadi Espada asume que el estilo es una cuestión moral. Cuando está llegando al final del libro, el lector de Un buen tío experimenta una sensación parecida a la que experimenta el lector de Moby Dick, aquel tedio infinito y degradante con el que Herman Melville pretendía acercar el ambiente que se vivía a bordo del Pequod. El lector de Un buen tío llega a exclamar: "¡Otra maldita portada!", mientras que la voz del narrador se va desesperando cada vez más.]
En su método narrativo hay una segunda voz que relata los hechos sin citar la fuente de la que proceden. Sin trazabilidad, como si le pidiera a los lectores una cuestión de fe.
¡Fíjese usted lo que me está diciendo! ¡Es maravilloso! ¡Una cuestión de fe! Éste es un punto clave. Los periódicos eran antes aduanas y hoy son orinales. Ahora está todo junto. Da igual que sea la UDEF, que sea Pujol, que sea Espada con sus locuras... ¿Sabe usted que hay periodistas que cuando los llama un juez se escudan en que lo que han escrito se lo ha dicho la UDEF? ¿Y? ¿Por qué la UDEF no escribe un artículo y lo firma? No, mire, el que firma una información se responsabiliza de esa información desde la primera comilla hasta la última. Yo quiero que esa responsabilidad vuelva a estar en el centro de la participación del periodismo en la construcción de lo real. A mí me pasa como a Jordi Pujol cuando decía aquello de ¿quién coño es la UDEF? Porque en eso Pujol tenía mucha razón. ¿Sabe cuál es el problema de los periodistas que no son sectarios? Que Jordi Pujol tiene razón a veces y que nosotros, los periodistas, hemos publicado informaciones absolutamente vejatorias y falsas sobre él, que no es, como comprenderá, de las personas más simpáticas del mundo para mí. Cuando yo sé algo, lo escribo y me responsabilizo de ello.
¿La confesión de Ricardo Costa no le ha hecho cambiar su percepción de Francisco Camps?
Este libro se ocupa de los trajes de Camps. De nada más. Pero yo me ocupo de lo que me da la gana y por supuesto me puedo ocupar de Ricardo Costa y de su confesión. Vamos, su supuesta confesión. Porque al final esa confesión consistía en la obediencia debida. Patético. No cambiaré mi percepción sobre la honradez de Francisco Camps, en todo lo que yo conozco de Francisco Camps, incluida la financiación supuestamente ilegal del PP. Porque he llegado a formarme una idea sobre ese asunto. La obligación del señor Ricardo Costa, al igual que la del señor Álvaro Pérez era haber presentado pruebas sobre lo que estaba diciendo. No lo hicieron y yo soy muy sensible a las pruebas.
Usted dice que la mentira es seductora mientras que la verdad es menos combativa.
Yo le recriminaba una vez a Camps una estrategia mediática [su abogado le aconsejó no contestar a los medios] en la que yo creo que se equivocó y él me decía: "Admito que puedo haberme equivocado pero usted no sabe la vergüenza que yo pasaba, al plantearme la posibilidad, al principio de los tiempos, de que un presidente de la Generalidad tuviera que ir a hablar en una rueda de prensa de cuatro trajes. Me daba una vergüenza infinita". Yo lo comprendí la noche en que me lo explicó. El pudor.
¿No cree que el proceso mediático de Camps es indisociable del estallido de la crisis?
¿Usted recuerda aquella portada en la que El País abre con una información que dice que Costa llama a Camps o al revés [cuatro columnas]? Ese mismo día, al lado, en pequeño [una columna], informa de una reunión decisiva para el futuro del euro. A mí el caso Camps me ha interesado por muchas razones y una de ellas es que para mí el nacimiento del populismo judicial y mediático está ahí. Se pueden buscar precedentes, claro. Garzón es la cuna del populismo judicial. Pero la pena del telediario en su acepción más brutal y más ruda es este caso. Y esto no se hubiera producido en las mismas circunstancias [sin la crisis]. Aquí ha habido un ajuste de cuentas. Las sociedades derrochadoras, dilapidadoras, teníamos que ajustar las cuentas en el sentido del balance, de que teníamos que pagar lo que debíamos, pero también debíamos ajustar las cuentas a los presuntos malvados como Camps. Este libro se podría haber titulado, en lugar de Un buen tío, El ajuste de cuentas.
Todo lo que tuvo la comunidad valenciana lo tuvo Cataluña. Quiebra y corrupción. Es más, en Cataluña sí que hay una sentencia por la financiación ilegal del partido en el gobierno. Pero la clase dirigente catalana no sólo no fue el chivo expiatorio de la crisis sino que se regaló una república a sí misma.
Una de las características del nacionalismo en Cataluña es que no ha pagado nunca por nada. Es el culpable desde hace 40 años de haber llevado a una sociedad bastante interesante a la decadencia y todavía es la hora de que pague un ápice. Es más, ahora estamos observando una maravillosa exhibición de la típica sinvergonzonería catalana. La exhibe una persona como Mas Colell. El típico sinvergüenza catalán. Una de esas personas de las que se ha exagerado mucho su competencia científica. Admitamos que es un buen economista, que su manual de microeconomía está bien y que es un punto de referencia para muchos estudiantes. Es un sinvergüenza. En vez de ponerse de hinojos, de pedir humildemente perdón, arrodillado, con las rodillas llagadas y hechas sangre putrefacta; todavía es la hora de que se quite esa mirada soberbia de la cara y dé explicaciones de por qué puso su prestigio al servicio de una causa infame. Y él es el paradigma, pero hay cientos de personas así en Cataluña. De Mas Colell a Rosa María Sardá, por recorrer todo el espectro.
Usted se fue a visitar al sastre José Tomás, clave para imputar a Camps, en un viaje penoso a Villaviciosa. La cosa terminó de una manera algo desagradable. ¿Mereció la pena?
Mereció la pena. El caso Camps se sostiene en un hombre: el sastre José Tomás. Ese hombre había mentido cuatro veces antes y a pesar de ello se atiende a su testimonio. Él había dicho primero ante Garzón que Camps se pagaba los trajes y luego dijo que no. En el juicio oral vuelve a decir que no se pagó sus trajes y eso es lo que permite llegar al juicio. Años después, voy a visitarle y, en el colmo de su labor de insider, me dice que Álvaro Pérez se acostaba con él [Francisco Camps] y con ella [Isabel Bas, la mujer de Camps]. Con él y con ella. Él y ella. Cualquiera que llegue al final del libro y lea esta escena puede ver cómo se desmorona todo.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/03/24/5ab506d622601dfe2c8b4666.html
Fotografía: Antonio Heredia.
lunes, 26 de junio de 2017
OPORTUNIDAD

TRIBUNA
La democracia requiere hechos
Antonio Caño
El periodismo es imprescindible para la convivencia en una sociedad libre, para el equilibrio de poder necesario en una democracia. Sin el periodismo desaparecería la crítica ordenada, y sin la crítica caeríamos en el imperio de la arbitrariedad y el miedo. Los abusos de poder no son monopolio de los regímenes autoritarios; se dan también en las democracias, y aunque el periodismo independiente no los puede evitar, la denuncia de esos abusos cumple en sí misma una función extraordinariamente valiosa.
La prensa ha cometido muchos errores; eso es indudable. Aunque la prensa ha sido un componente esencial de las democracias liberales desde su nacimiento, también es cierto que, sobre todo en las últimas décadas, el periodismo ha vivido en ocasiones en un pedestal de éxito, se ha separado en exceso de la sociedad a la que se dirigía y ha utilizado de forma algo arrogante el enorme poder del que ha gozado.
Esa arrogancia es muy visible hoy en algunos entornos dominados por periodistas que pontifican, toman partido y dan lecciones de moral en cualquier plató, a todas las horas del día y sobre cualquier asunto que se tercie. Pero el problema principal al que hacemos frente hoy es el intento de eliminación del periodismo, es la sustitución del periodismo por lo que ahora se llama “el relato”, es la sustitución del esfuerzo serio, profesional de la enumeración de los hechos, por la imposición de una narración creada al gusto del consumidor.
A este fenómeno se le ha llamado de distintas formas. La más difundida últimamente es la de posverdad. La posverdad se corresponde con el nacimiento de una era en la que la verdad, como todo, es relativo y todo depende del cristal ideológico con el que se mire y el propósito que se busque con su difusión.
La posverdad es peor que la mentira, en el sentido de que la mentira puede llegar a descubrirse, pero la posverdad es incuestionable en la medida en que no necesita ser corroborada con hechos. Los responsables de comunicación de la Casa Blanca le han llamado también “hechos alternativos”, como si lo ocurrido se pudiera manipular como plastilina para darle la forma que más convenga a los intereses que se defienden. Tradicionalmente, a todo esto se le ha llamado así: manipulación. Y la función de la moderna posverdad es la misma que la de la vieja manipulación: impedir que los ciudadanos estén bien informados, que conozcan la verdad, que sean auténticamente libres.
Estamos, pues, ante un fenómeno, que lejos de ser anecdótico o pasajero, tiene una gran profundidad. Como advierte Timothy Snyder: “Abandonar los hechos es renunciar a la libertad. La posverdad es el prefascismo”. Estamos, probablemente, ante la mayor amenaza que existe contra las democracias en estos momentos. Porque la negación de los hechos, la manipulación de los hechos o la creación de relatos que satisfacen los prejuicios y el sectarismo no es una actividad inocente, tiene un propósito que siempre está ligado con el control del poder.
Negar los hechos o manipularlos tiene un propósito que está ligado con el control del poder
Eliminada la función crítica de la prensa se puede deformar la realidad al capricho del consumidor. Exagerar los problemas, torcer los datos y prometer soluciones fáciles y paraísos inexistentes. Vivimos tiempos en que lo emocional lo invade todo, lo justifica todo. Yo “siento” que las cosas van mal, luego van mal. Yo “creo” que las cosas ocurrieron así, luego ocurrieron así. Es la demagogia del “todas las opiniones merecen respeto”, ya sea la de un profesional como la de un iletrado. Tanto vale mi impresión como una estadística. Tanto vale una emoción como un dato.
En parte esto se debe al desgaste de las instituciones, de todas las instituciones, por culpas propias y ajenas. En parte esto se debe al desprestigio de la autoridad, de toda autoridad. Es lo que Moisés Naím llama “el fin del poder”. Hay muchos ángulos positivos de este deterioro del poder en su concepción tradicional. El mundo se ha democratizado extraordinariamente. La iniciativa individual, el emprendimiento, la solidaridad encuentran hoy canales muy accesibles por los que desarrollarse. Google, Facebook… la revolución tecnológica nos ha permitido saber más, saberlo antes, comunicarnos mejor, más rápidamente. Viajamos más, conocemos a más gente, tenemos acceso a más puntos de vista.
Junto a la magnífica erupción de oportunidades, la revolución tecnológica ha traído también una proliferación de nichos ideológicos, de sectarismo que actúa como caldo de cultivo del odio, la xenofobia y el racismo. Desgraciadamente, es muy frecuente que los usuarios de las redes sociales no las usen para acceder al extraordinario mundo de conocimiento que ofrecen, sino para interactuar entre el reducido círculo de los que son como yo, de forma que los prejuicios se retroalimentan y adquieren categoría de doctrina incuestionable.
Algo similar ocurre con muchas de las páginas web, blogs y confidenciales que circulan en nuestro entorno. Como periodista, entiendo como una oportunidad magnífica la de poder poner en marcha un periódico sin apenas recursos económicos y una tecnología básica y al alcance de cualquiera.
No hay duda de que todos tenemos que felicitarnos de las enormes posibilidades de pluralismo que esto representa. Pero también tenemos que admitir que muchos de esos confidenciales se han convertido en armas de destrucción de los rivales políticos o económicos, en propagadores de rumores, medias verdades o rotundas mentiras con propósitos espurios.
Algunos políticos prefieren periódicos que les den razón y no los sometan a la crítica
Bienvenidos sean los nuevos medios, bienvenidos sean al periodismo todos aquellos que puedan contribuir a la diversidad y al pluralismo. Pero, bienvenidos al periodismo, con sus normas y sus reglas y su código deontológico, no a la selva de demagogia y calumnias en la que algunos están convirtiendo el panorama de la información.
El periodismo no solo no está muerto sino que se encuentra ante un gran momento y una gran oportunidad. Pero el buen periodismo es caro, muy caro. Contar bien una historia exige desplazarse hasta el lugar de los hechos, hablar con una diversidad de fuentes que frecuentemente no quieren hablar, corroborar los datos obtenidos, someterlos a una edición rigurosa. Cumplir con ese deber es más necesario que nunca, pero también es más difícil que nunca.
La amenaza a la libertad de expresión y al periodismo de calidad no se produce en sí mismo por las nuevas tecnologías. El periodismo de calidad y la libertad de expresión están amenazados porque algunos políticos han descubierto que quizá la nueva política se puede hacer mejor y con mucho más éxito sin periodismo exigente. Y porque algunos políticos prefieren periódicos que les den razón y no los sometan a la investigación y la crítica.
(*) Extracto del discurso pronunciado en la inauguración de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco.
Fuente:
http://elpais.com/elpais/2017/06/23/opinion/1498227187_423650.html
Ilustración: Tomás Ondarra.
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sábado, 3 de diciembre de 2016
EXIGENCIA
Diputado Barragán: Maduro debe rendir cuentas
Manifestó que el Gobierno no ha cumplido con los compromisos de la mesa de diálogo
Maracay.- El diputado por la Mesa de la Unidad en Aragua en la Asamblea Nacional y coordinador de Vente Venezuela, Luis Barragán, exigió que se continúe con el juicio político contra el presidente Nicolás Maduro, habló sobre la importancia de que el Primer Mandatario Nacional rinda cuentas a los venezolanos.
“Aún el Gobierno no ha desactivado alguna de las bombas del diálogo, queda pendiente el presupuesto para el año 2017, que el Gobierno no ha publicado en gaceta a pesar de que el TSJ dijo haberlo autorizado. La inflación está por encima del 600% y se estima que a finales de año llegue al 2000%”, dijo.
Asimismo, expresó que la liberación de los presos políticos era una condición para iniciar la mesa de diálogo, compromiso que no se ha cumplido y que “el objetivo de las conversaciones entre Gobierno y oposición era concretar un proceso de transición para un cambio de manera democrática y pacífica”, aseguró.
Anny Nieves / Foto Archivo
Fuente:
http://elperiodiquito.com/diputado-barragan-maduro-debe-rendir-cuentas
Breve nota LB: Propio de estos tiempos para un nuevo periodismo, consideradas las limitaciones objetivas de papel y tinta para la edición impresa que, obviamente, no se imponen en el medio digital, la nota casi equivale a un mensaje en Twitter. Fue una buena y breve rueda de prensa en la que dio oportunidad para conversar sobre el llamado juicio político, el despojo de los medicamentos que trajo Cháritas, el presupuesto 2017 como bomba de tiempo. Por cierto, considerada la información del taller que hicimos en Transparencia sobre presupuesto, dijimos de 2000% para el año venidero.
Manifestó que el Gobierno no ha cumplido con los compromisos de la mesa de diálogo
Maracay.- El diputado por la Mesa de la Unidad en Aragua en la Asamblea Nacional y coordinador de Vente Venezuela, Luis Barragán, exigió que se continúe con el juicio político contra el presidente Nicolás Maduro, habló sobre la importancia de que el Primer Mandatario Nacional rinda cuentas a los venezolanos.
“Aún el Gobierno no ha desactivado alguna de las bombas del diálogo, queda pendiente el presupuesto para el año 2017, que el Gobierno no ha publicado en gaceta a pesar de que el TSJ dijo haberlo autorizado. La inflación está por encima del 600% y se estima que a finales de año llegue al 2000%”, dijo.
Asimismo, expresó que la liberación de los presos políticos era una condición para iniciar la mesa de diálogo, compromiso que no se ha cumplido y que “el objetivo de las conversaciones entre Gobierno y oposición era concretar un proceso de transición para un cambio de manera democrática y pacífica”, aseguró.
Anny Nieves / Foto Archivo
Fuente:
http://elperiodiquito.com/diputado-barragan-maduro-debe-rendir-cuentas
Breve nota LB: Propio de estos tiempos para un nuevo periodismo, consideradas las limitaciones objetivas de papel y tinta para la edición impresa que, obviamente, no se imponen en el medio digital, la nota casi equivale a un mensaje en Twitter. Fue una buena y breve rueda de prensa en la que dio oportunidad para conversar sobre el llamado juicio político, el despojo de los medicamentos que trajo Cháritas, el presupuesto 2017 como bomba de tiempo. Por cierto, considerada la información del taller que hicimos en Transparencia sobre presupuesto, dijimos de 2000% para el año venidero.
jueves, 25 de agosto de 2016
WWW
EL MUNDO, Barcelona, 25 de agosto de 2016
La verdad digital
Luis María Anson
KATHARINE Viner, desde su experiencia al frente del diario británico The Guardian, ha escrito un ácido artículo sobre algunos aspectos del periodismo digital. La revista Ahora, que dirige con pulso firme Miguel Ángel Aguilar, lo ha publicado con rigurosa traducción de Luisa Bonilla. Hacía mucho tiempo que no leía yo un artículo tan certero, tan profundo, tan comprometido.
«Ahora -escribe la gran periodista- estamos atrapados en una serie de confusas batallas entre fuerzas opuestas: entre la verdad y la falsedad; entre el hecho y el rumor; la amabilidad y la crueldad; entre los pocos y los muchos: entre los conectados y los alineados; entre la plataforma abierta de la web como sus arquitectos la concibieron y los jardines cerrados de Facebook y otras redes sociales; entre el público informado y la muchedumbre equivocada».
Katharine Viner coincide, seguramente sin saberlo, con la Caritas in veritate de Benedicto XVI al denunciar la amenaza del relativismo. Para ella lo que se acepta como un hecho es solamente un punto de vista que circula con una velocidad y una intensidad inimaginables en la era Gutenberg. La verdad se deteriora y relativiza. Cuando se desencadena la «cascada de la información», la gente, como ha escrito Danielle Citron, reenvía lo que los otros piensan aunque la afirmación sea falsa, incorrecta o incompleta. En la era digital es más fácil que nunca publicar una información falsa que se comparte y es tomada como verdad rápidamente. Resulta necesario reaccionar y que los responsables de las redes sociales se aseguren de que «sus algoritmos prioricen visiones compensatorias y noticias que sean importantes».
Emily Bell ha afirmado que «los medios sociales no solo se han tragado el periodismo, se lo han tragado todo. Se han tragado las campañas políticas, los sistemas bancarios, las historias personales, la industria del ocio, el pequeño comercio, incluso el gobierno y la seguridad». La diversidad que la world wide web había previsto inicialmente ha sido sustituida por «la centralización de la información en el interior de unas pocas redes sociales selectas». La manifestación más extrema de este fenómeno ha sido la creación, según Viner, de laboratorios de noticias falsas, sin otra medida de valor que la viralidad en lugar de la verdad o la calidad. «Lo único que importa es si la gente clica. En lugar de fortalecer la idea de que la información es una necesidad democrática, crecen los grupitos que difunden falsedades instantáneas». En el flujo de noticias en el teléfono móvil, afirma sagazmente Viner, todas las noticias parecen lo mismo, procedan de una fuente fiable o no. Por eso hay que centrarse en «cómo rescatar la financiación del periodismo que es lo que está amenazado». La digitalización globalizada es imparable. Tras la Edad Antigua, la Media, la Moderna y la Contemporánea, vivimos ya en la Edad Digital. Katharine Viner denuncia, sin ofrecer solución, los males acarreados por la digitalización que son grandes, pero muchos menos que los beneficios producidos por las nuevas tecnologías. Hay fórmulas para enfrentarse a los problemas. Es la hora del derecho internacional. Se trata de aunar los esfuerzos de los diversos Estados para establecer una legislación global que impida los abusos y los desmanes del mundo digital, robusteciendo sus altos, sus inconmensurables beneficios.
(*) Luis María Anson, de la Real Academia Española.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2016/08/25/57bdd72446163fe7428b45f2.html
La verdad digital
Luis María Anson
KATHARINE Viner, desde su experiencia al frente del diario británico The Guardian, ha escrito un ácido artículo sobre algunos aspectos del periodismo digital. La revista Ahora, que dirige con pulso firme Miguel Ángel Aguilar, lo ha publicado con rigurosa traducción de Luisa Bonilla. Hacía mucho tiempo que no leía yo un artículo tan certero, tan profundo, tan comprometido.
«Ahora -escribe la gran periodista- estamos atrapados en una serie de confusas batallas entre fuerzas opuestas: entre la verdad y la falsedad; entre el hecho y el rumor; la amabilidad y la crueldad; entre los pocos y los muchos: entre los conectados y los alineados; entre la plataforma abierta de la web como sus arquitectos la concibieron y los jardines cerrados de Facebook y otras redes sociales; entre el público informado y la muchedumbre equivocada».
Katharine Viner coincide, seguramente sin saberlo, con la Caritas in veritate de Benedicto XVI al denunciar la amenaza del relativismo. Para ella lo que se acepta como un hecho es solamente un punto de vista que circula con una velocidad y una intensidad inimaginables en la era Gutenberg. La verdad se deteriora y relativiza. Cuando se desencadena la «cascada de la información», la gente, como ha escrito Danielle Citron, reenvía lo que los otros piensan aunque la afirmación sea falsa, incorrecta o incompleta. En la era digital es más fácil que nunca publicar una información falsa que se comparte y es tomada como verdad rápidamente. Resulta necesario reaccionar y que los responsables de las redes sociales se aseguren de que «sus algoritmos prioricen visiones compensatorias y noticias que sean importantes».
Emily Bell ha afirmado que «los medios sociales no solo se han tragado el periodismo, se lo han tragado todo. Se han tragado las campañas políticas, los sistemas bancarios, las historias personales, la industria del ocio, el pequeño comercio, incluso el gobierno y la seguridad». La diversidad que la world wide web había previsto inicialmente ha sido sustituida por «la centralización de la información en el interior de unas pocas redes sociales selectas». La manifestación más extrema de este fenómeno ha sido la creación, según Viner, de laboratorios de noticias falsas, sin otra medida de valor que la viralidad en lugar de la verdad o la calidad. «Lo único que importa es si la gente clica. En lugar de fortalecer la idea de que la información es una necesidad democrática, crecen los grupitos que difunden falsedades instantáneas». En el flujo de noticias en el teléfono móvil, afirma sagazmente Viner, todas las noticias parecen lo mismo, procedan de una fuente fiable o no. Por eso hay que centrarse en «cómo rescatar la financiación del periodismo que es lo que está amenazado». La digitalización globalizada es imparable. Tras la Edad Antigua, la Media, la Moderna y la Contemporánea, vivimos ya en la Edad Digital. Katharine Viner denuncia, sin ofrecer solución, los males acarreados por la digitalización que son grandes, pero muchos menos que los beneficios producidos por las nuevas tecnologías. Hay fórmulas para enfrentarse a los problemas. Es la hora del derecho internacional. Se trata de aunar los esfuerzos de los diversos Estados para establecer una legislación global que impida los abusos y los desmanes del mundo digital, robusteciendo sus altos, sus inconmensurables beneficios.
(*) Luis María Anson, de la Real Academia Española.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2016/08/25/57bdd72446163fe7428b45f2.html
martes, 24 de junio de 2014
VOCACIÓN Y OFICIO

Del que daba de leer
Luis Barragán
Convengamos, ha desaparecido
lentamente la historia de la prensa cotidiana e independiente, excepto que tengamos
por tal la que frecuenta los medios oficialistas con una inocultable intención
manipuladora. Diferente a lo que ocurría
ayer, el pasado luce como un dato prescindible y, por ello, tendemos a repetir
sus dramas, inexactitudes y traumas.
Fue importantísima la
contribución periodística de Ramón J. Velásquez, añadido el ejercicio docente,
al divulgar con autoridad la historia que investigaba, escribía y – faltando poco –
hacía. Dando para leer, no nos referimos sólo a una obra fundada y bien
escrita, sino a sendas compilaciones como las referidas al pensamiento político
venezolano de los siglos XIX y XX, entregándonos un patrimonio documental que
ha podido perderse; o, afanado por otros
hallazgos, impulsando la Fundación para
el Rescate Documental Venezolano (Funres), lamentablemente desaparecida.
Antes de entregar la pieza
bibliográfica, los venezolanos de entonces tuvieron la ocasión de ver por entregas “La caída del
liberalismo amarillo” en la revista Élite de finales de los cincuenta, por
ejemplo; u, otro, al dirigir en dos ocasiones un relevante periódico de la
prensa capital, la historia estuvo diaria y amenamente presente, por no citar
la sección de crónicas que creó, iniciativa propia del que luego será individuo
de número de la Academia Nacional de la Historia y de la Venezolana de la
Lengua, que todavía nos deleita en nuestras visitas a la hemeroteca por su
variedad, vocación polémica y humor. Acotemos, ocupando altas responsabilidades
de Estado, lejos de ensimismarse arqueológicamente para capitalizarlo, seguidamente
fundó el Archivo Histórico de Miraflores y lo compartió a través de los
magníficos boletínes que, por cierto, no nos llegan desde hace década y media.
Lo caracterizaba la sencillez de
un hijo del Táchira que, con plena conciencia regional, lo llevó a la creación
de la Biblioteca de Temas y Autores Tachirenses,
además de brindar su inmediata amistad con los paisanos, así distaran de sus
posturas políticas. Y, algo que el arte únicamente posibilita, nos quedó viva
la representación que se hizo del joven reportero en “Diógenes y las camisas
voladoras” de Javier Vidal, aunque aún nos parece innecesario que Francisco
Suniaga le confiriera un pseudónimo en “El pasajero de Truman”.
Acumuló una extraordinaria
experiencia política que probó, y probamos los venezolanos, en las difíciles e
irrepetibles circunstancias de 1993. No
obstante, evitando la tentación de excedernos en una nota relacionada con
alguien a quien no tuvimos la suerte de conocer personalmente, pero sí de leerlo,
rendimos tributo a quien fue – reivindicando oficio y vocación – un servidor
público.
Reproducción: Destaca Ramón J.
Velásquez, Secretario de la Presidencia de la República, al comenzar la reunión
de los ministros tras el atentado contra el Presidente Betancourt. “Un vacío en
la reunión, el Presidente de la República”, refiere la leyenda. La Esfera,
Caracas, 25/06/1960.
Fuentes:
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/19734-del-que-daba-de-leer
http://www.noticierodigital.com/2014/06/el-que-daba-de-leer/
ttp://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1040171
Fuentes:
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/19734-del-que-daba-de-leer
http://www.noticierodigital.com/2014/06/el-que-daba-de-leer/
ttp://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1040171
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Periodismo,
Ramón J. Velásquez,
Rómulo Betancourt
jueves, 1 de mayo de 2014
ACÁ, NI LUPA HAY YA
EL PAÍS, Madrid, 01 de mayo de 2014
LA CUARTA PÁGINA
Una mirada crítica a nuestro periodismo
Tenemos medios de comunicación de todas las orientaciones políticas, pero con muy poca pluralidad interna. Los periodistas tienen una visión sacerdotal de su trabajo que privilegia la declaración sobre los hechos
Víctor Lapuente Giné
Hay dos formas de ejercer el periodismo político. La primera consiste en retransmitir lo que ocurre arriba (el poder político) a los que están abajo (los ciudadanos). El periodista se ve a sí mismo como una especie de sacerdote que interpreta las palabras de los dioses para el común de los mortales. En oposición a este periodista-sacerdote encontramos al periodista-detective, que trabaja más bien de abajo hacia arriba y, desde la escena del crimen, va tirando del hilo de un problema determinado. Esta segunda forma de periodismo político predomina en otros países europeos y ayuda a entender por qué su debate público tiende a ser mejor que el nuestro.
En términos comparativos, hay madera para hacer muy buen periodismo en España. Para empezar, las altas notas de corte para estudiar periodismo han llevado a la profesión a muchos de los más listos de cada generación. Además, la vocación y dedicación profesional de nuestros periodistas es encomiable, como atestiguan los incontables abusos de poder destapados por la prensa. A ello hay que sumar unos recursos materiales nada desdeñables, aun a pesar de la crisis. Los medios españoles pueden permitirse unos despliegues de corresponsales (en Libia, Ucrania, Burgos o el carril-bus de la Gran Vía) impensables en otros países europeos más pequeños —o sea, casi todos—.
Una primera debilidad de nuestro periodismo se encuentra en la estructura de los medios de comunicación. El “pluralismo polarizado” de la comunicación en España —es decir, que tenemos medios de todas las orientaciones políticas, pero que estos, a su vez, tienen muy poca pluralidad interna— actúa de barrera para el consenso social en asuntos clave. Es un asunto que merece reflexión y leerse los trabajos de investigadores como Antón Castromil.
En Europa predomina el periodista-detective, que investiga desde abajo y permite debates concretos
Pero el problema más fundamental de nuestro periodismo es la visión “sacerdotal” de su trabajo que tienen los profesionales de la comunicación. Un problema independiente de la estructura de los medios de comunicación, pues se da también en la teóricamente más libre prensa digital. La visión sacerdotal induce a tres sesgos: 1. El periodista prioriza las declaraciones de los políticos a costa de asuntos sustantivamente más relevantes. 2. Cuando trata asuntos sustantivamente relevantes, otorga demasiada responsabilidad sobre el devenir de los mismos a los políticos, vistos casi como seres omniscientes y omnipotentes, a expensas del papel de otros actores clave (como usuarios, profesionales o expertos). 3. El análisis periodístico de la noticia tiende a construir discursos abstractos en lugar de un contraste de alternativas políticas concretas y factibles.
En primer lugar, el periodismo español es muy declarativo. De hecho, el leitmotiv de muchas noticias —en televisión, radio o prensa escrita— no es tanto un acontecimiento como las declaraciones de turno de un político. La importancia de quien habla cuenta más que qué pasa. Las ruedas de prensa de los portavoces o de los sacrosantos secretarios generales de los partidos mayoritarios se convierten automáticamente en noticia. Se diga lo que se diga y, sobre todo, si no se dice lo que los periodistas esperan que se diga. Esos silencios de los dioses hacen correr ríos de tinta.
Comparemos este encuadre, o framing, de las noticias con el de medios de comunicación más pobres —tanto estéticamente como en número de periodistas— del norte de Europa. Una noticia estereotípica puede comenzar con el informe de unos expertos alertando sobre un problema puntual: el estado de las infraestructuras ferroviarias, quejas tras la privatización de un determinado servicio social, etcétera. A partir de ahí, los periodistas, cual detectives, interrogan a todos los “sospechosos” de tener información relevante: usuarios del servicio, funcionarios de primera línea o cargos medios de la Administración, expertos académicos y así hasta llegar —si es necesario, pero no necesariamente— hasta los políticos con competencias o conocimientos del tema.
Obviamente, muchas noticias en España también están basadas en la publicación de informes y no en el periodismo declarativo. Sin embargo, fijémonos cómo nuestros periodistas adoptan enseguida el rol de los sacerdotes ancestrales que lo primero que hacían cuando las aguas del río subían era correr al templo para interrogar a los dioses. El foco de cualquier problema político se traslada, casi de inmediato, al ministro y a la oposición. Así, el debate sustantivo no se da entre actores sociales diversos, sino entre el Gobierno actual y el anterior (o posterior). El papel de los políticos está sobredimensionado en nuestros medios de comunicación. Son actores importantes, pero la película de la realidad es mucho más coral.
En España, los problemas se discuten en paquetes globales, no de forma independiente
Como en los antiguos sanedrines sacerdotales, los periodistas analizan los designios de los dioses en ese cónclave tan nuestro llamado tertulia política. En el peor de los casos, la tertulia premia la frase impactante a costa del análisis frío y reposado. En el mejor de los casos, cuando tenemos a periodistas excelentes, el formato propio de la tertulia —mucha gente hablando de muchos temas— genera incentivos para que los participantes inviertan en dos enemigos del rigor: los contactos personales con políticos, que les permitirán ofrecer una exclusiva sobre, por ejemplo, los “movimientos de fondo” en un partido; y los discursos basados en conceptos abstractos (ejemplo “Estado de bienestar”, “desigualdad”, “neoliberalismo”), que les permitirán hablar con solvencia de cualquier asunto, en lugar de argumentos sobre temas concretos (ejemplo, “hasta qué punto un copago en el servicio sanitario X es apropiado”, “cuál es el salario adecuado para un profesor de primaria”, etcétera). Los problemas no se discuten de forma independiente, sino en paquetes globales. Por ejemplo, el debate sobre la subida del transporte público se torna enseguida una crítica a la política de recortes o a Merkel y el “pensamiento neoliberal imperante”.
Frente a las multitudinarias tertulias españolas, el debate en otros países se limita con frecuencia a un par de expertos con opiniones enfrentadas. El resultado es que el público obtiene información sobre las ventajas e inconvenientes de las diferentes soluciones alternativas a un problema X. El objetivo es diseccionar una realidad compleja a sus componentes manejables, a las opciones factibles. No es de extrañar que estos países tiendan a adoptar, o como mínimo a discutir seriamente, reformas impopulares, pero necesarias para la sostenibilidad del Estado de bienestar a largo plazo —como la introducción de copagos sanitarios, la reforma de las pensiones o la flexibilización del mercado laboral—. Sus votantes están expuestos a la opinión informada a favor de la iniciativa concreta A (que es fea) y de su alternativa B (que es mucho más fea y, por tanto, peor).
El objetivo de nuestro periodismo (en las tertulias en particular, pero también en muchos de los análisis escritos) parece el opuesto: agregar problemas concretos en entes abstractos. En demasiadas ocasiones, los ciudadanos españoles no reciben un contraste de ventajas e inconvenientes sobre cursos de acción alternativos, sino un choque improductivo de cosmovisiones del mundo. Por ejemplo, en cuanto se sospecha que una reforma huele a derechas, movemos la discusión al terreno de la especulación progresista vaga: que si forma parte de una “agenda oculta” para desmantelar el Estado de bienestar, que si es una expresión más del “triunfo del neoliberalismo” o de la “incapacidad de la socialdemocracia para presentar una alternativa”, etcétera. Esta abstracción contribuye a que la mayoría de reformas que nuestro país necesita queden desprestigiadas rápidamente en el debate público.
En resumen, nuestro periodismo —demasiado declarativo, demasiado jerárquico y demasiado abstracto— es un factor más que ayuda a entender la paradójica situación de que, en medio de una crisis tan brutal a todos los niveles, España se haya reformado tan poquito.
Hay, sin duda, muchas excepciones y ejemplos de gran periodismo en España. Razón de más para replantearnos esas programaciones rebosantes de tertulias y esas crónicas con tantos políticos y tan pocas políticas públicas.
(*) Víctor Lapuente Giné es profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo
Ilustración: Eduardo Estrada.
LA CUARTA PÁGINA
Una mirada crítica a nuestro periodismo
Tenemos medios de comunicación de todas las orientaciones políticas, pero con muy poca pluralidad interna. Los periodistas tienen una visión sacerdotal de su trabajo que privilegia la declaración sobre los hechos
Víctor Lapuente Giné
Hay dos formas de ejercer el periodismo político. La primera consiste en retransmitir lo que ocurre arriba (el poder político) a los que están abajo (los ciudadanos). El periodista se ve a sí mismo como una especie de sacerdote que interpreta las palabras de los dioses para el común de los mortales. En oposición a este periodista-sacerdote encontramos al periodista-detective, que trabaja más bien de abajo hacia arriba y, desde la escena del crimen, va tirando del hilo de un problema determinado. Esta segunda forma de periodismo político predomina en otros países europeos y ayuda a entender por qué su debate público tiende a ser mejor que el nuestro.
En términos comparativos, hay madera para hacer muy buen periodismo en España. Para empezar, las altas notas de corte para estudiar periodismo han llevado a la profesión a muchos de los más listos de cada generación. Además, la vocación y dedicación profesional de nuestros periodistas es encomiable, como atestiguan los incontables abusos de poder destapados por la prensa. A ello hay que sumar unos recursos materiales nada desdeñables, aun a pesar de la crisis. Los medios españoles pueden permitirse unos despliegues de corresponsales (en Libia, Ucrania, Burgos o el carril-bus de la Gran Vía) impensables en otros países europeos más pequeños —o sea, casi todos—.
Una primera debilidad de nuestro periodismo se encuentra en la estructura de los medios de comunicación. El “pluralismo polarizado” de la comunicación en España —es decir, que tenemos medios de todas las orientaciones políticas, pero que estos, a su vez, tienen muy poca pluralidad interna— actúa de barrera para el consenso social en asuntos clave. Es un asunto que merece reflexión y leerse los trabajos de investigadores como Antón Castromil.
En Europa predomina el periodista-detective, que investiga desde abajo y permite debates concretos
Pero el problema más fundamental de nuestro periodismo es la visión “sacerdotal” de su trabajo que tienen los profesionales de la comunicación. Un problema independiente de la estructura de los medios de comunicación, pues se da también en la teóricamente más libre prensa digital. La visión sacerdotal induce a tres sesgos: 1. El periodista prioriza las declaraciones de los políticos a costa de asuntos sustantivamente más relevantes. 2. Cuando trata asuntos sustantivamente relevantes, otorga demasiada responsabilidad sobre el devenir de los mismos a los políticos, vistos casi como seres omniscientes y omnipotentes, a expensas del papel de otros actores clave (como usuarios, profesionales o expertos). 3. El análisis periodístico de la noticia tiende a construir discursos abstractos en lugar de un contraste de alternativas políticas concretas y factibles.
En primer lugar, el periodismo español es muy declarativo. De hecho, el leitmotiv de muchas noticias —en televisión, radio o prensa escrita— no es tanto un acontecimiento como las declaraciones de turno de un político. La importancia de quien habla cuenta más que qué pasa. Las ruedas de prensa de los portavoces o de los sacrosantos secretarios generales de los partidos mayoritarios se convierten automáticamente en noticia. Se diga lo que se diga y, sobre todo, si no se dice lo que los periodistas esperan que se diga. Esos silencios de los dioses hacen correr ríos de tinta.
Comparemos este encuadre, o framing, de las noticias con el de medios de comunicación más pobres —tanto estéticamente como en número de periodistas— del norte de Europa. Una noticia estereotípica puede comenzar con el informe de unos expertos alertando sobre un problema puntual: el estado de las infraestructuras ferroviarias, quejas tras la privatización de un determinado servicio social, etcétera. A partir de ahí, los periodistas, cual detectives, interrogan a todos los “sospechosos” de tener información relevante: usuarios del servicio, funcionarios de primera línea o cargos medios de la Administración, expertos académicos y así hasta llegar —si es necesario, pero no necesariamente— hasta los políticos con competencias o conocimientos del tema.
Obviamente, muchas noticias en España también están basadas en la publicación de informes y no en el periodismo declarativo. Sin embargo, fijémonos cómo nuestros periodistas adoptan enseguida el rol de los sacerdotes ancestrales que lo primero que hacían cuando las aguas del río subían era correr al templo para interrogar a los dioses. El foco de cualquier problema político se traslada, casi de inmediato, al ministro y a la oposición. Así, el debate sustantivo no se da entre actores sociales diversos, sino entre el Gobierno actual y el anterior (o posterior). El papel de los políticos está sobredimensionado en nuestros medios de comunicación. Son actores importantes, pero la película de la realidad es mucho más coral.
En España, los problemas se discuten en paquetes globales, no de forma independiente
Como en los antiguos sanedrines sacerdotales, los periodistas analizan los designios de los dioses en ese cónclave tan nuestro llamado tertulia política. En el peor de los casos, la tertulia premia la frase impactante a costa del análisis frío y reposado. En el mejor de los casos, cuando tenemos a periodistas excelentes, el formato propio de la tertulia —mucha gente hablando de muchos temas— genera incentivos para que los participantes inviertan en dos enemigos del rigor: los contactos personales con políticos, que les permitirán ofrecer una exclusiva sobre, por ejemplo, los “movimientos de fondo” en un partido; y los discursos basados en conceptos abstractos (ejemplo “Estado de bienestar”, “desigualdad”, “neoliberalismo”), que les permitirán hablar con solvencia de cualquier asunto, en lugar de argumentos sobre temas concretos (ejemplo, “hasta qué punto un copago en el servicio sanitario X es apropiado”, “cuál es el salario adecuado para un profesor de primaria”, etcétera). Los problemas no se discuten de forma independiente, sino en paquetes globales. Por ejemplo, el debate sobre la subida del transporte público se torna enseguida una crítica a la política de recortes o a Merkel y el “pensamiento neoliberal imperante”.
Frente a las multitudinarias tertulias españolas, el debate en otros países se limita con frecuencia a un par de expertos con opiniones enfrentadas. El resultado es que el público obtiene información sobre las ventajas e inconvenientes de las diferentes soluciones alternativas a un problema X. El objetivo es diseccionar una realidad compleja a sus componentes manejables, a las opciones factibles. No es de extrañar que estos países tiendan a adoptar, o como mínimo a discutir seriamente, reformas impopulares, pero necesarias para la sostenibilidad del Estado de bienestar a largo plazo —como la introducción de copagos sanitarios, la reforma de las pensiones o la flexibilización del mercado laboral—. Sus votantes están expuestos a la opinión informada a favor de la iniciativa concreta A (que es fea) y de su alternativa B (que es mucho más fea y, por tanto, peor).
El objetivo de nuestro periodismo (en las tertulias en particular, pero también en muchos de los análisis escritos) parece el opuesto: agregar problemas concretos en entes abstractos. En demasiadas ocasiones, los ciudadanos españoles no reciben un contraste de ventajas e inconvenientes sobre cursos de acción alternativos, sino un choque improductivo de cosmovisiones del mundo. Por ejemplo, en cuanto se sospecha que una reforma huele a derechas, movemos la discusión al terreno de la especulación progresista vaga: que si forma parte de una “agenda oculta” para desmantelar el Estado de bienestar, que si es una expresión más del “triunfo del neoliberalismo” o de la “incapacidad de la socialdemocracia para presentar una alternativa”, etcétera. Esta abstracción contribuye a que la mayoría de reformas que nuestro país necesita queden desprestigiadas rápidamente en el debate público.
En resumen, nuestro periodismo —demasiado declarativo, demasiado jerárquico y demasiado abstracto— es un factor más que ayuda a entender la paradójica situación de que, en medio de una crisis tan brutal a todos los niveles, España se haya reformado tan poquito.
Hay, sin duda, muchas excepciones y ejemplos de gran periodismo en España. Razón de más para replantearnos esas programaciones rebosantes de tertulias y esas crónicas con tantos políticos y tan pocas políticas públicas.
(*) Víctor Lapuente Giné es profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo
Ilustración: Eduardo Estrada.
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