jueves, 29 de marzo de 2018

LA DIGNIDAD DE LOS VENCIDOS

EL MUNDO, Barcelona, 24 de marzo de 2018
LOS INTELECTUALES Y ESPAÑA
Arcadi Espada
"Los políticos pagan como es debido por sus errores, los periodistas no"
Rafa Latorre
   
Francisco Camps fue un político de éxito, de los que se bañan en masas. A Arcadi Espada (Barcelona, 1957) no le interesó hasta que yació (políticamente) a dos metros bajo tierra. El periodista ya se había ocupado de otros apestados, como unos franquistas buenos que salvaron judíos o unas familias acusadas de vender a sus hijos en el Raval. Un buen tío es la revisión de una condena perpetua que no fue dictada por un juez.

¿Le gustan las historias de perdedores?
    Hoy la mayor parte de los periodistas son ñoños, es un oficio dominado por la corrección política, por el que dirán. Acabo de cumplir sesenta años y yo quiero recordar que hubo una vez en la cual, se hacía peor periodismo que ahora pero no era un periodismo ñoño y un periodista no habría entendido que le hicieran esta pregunta. Porque un periodista habría ido a contrapelo de la vida. Se habría ocupado de los losers, de los desheredados, de los humillados, de los ofendidos.
Usted escribió hace 20 años que: "No siempre los perdedores llevan razón, o no la llevan en todo lo que defienden, pero estar con ellos te evita muchos quebraderos de cabeza (...) Si a uno le abandona la razón objetiva, siempre le quedará la razón moral". Era en realidad una advertencia.
    Ahí más que la razón moral debería haber dicho la razón estética. Un perdedor es algo con lo que hay que tener mucho cuidado, porque es muy seductor. Cuando la gente me dice, 'pero ¿cómo se atreve a escribir sobre Francisco Camps?', yo reacciono airadamente pero en el fondo tengo una enorme satisfacción, pues qué dandismo más extravagante escribir sobre una persona que tiene tan poco que ver conmigo. Aunque a lo mejor tiene más que ver de lo que yo pienso. Ocuparse de los perdedores, de los vencidos es lo que los periodistas hacíamos porque ahí estaba buena parte de la razón moral, ahí estaba la razón estética y ahí estaba lo más extraordinario de nuestro oficio. Hay un plus muy interesante en el trabajo sobre el caso Raval, los franquistas que salvaron judíos [En nombre de Franco] o sobre Francisco Camps. Toda esta gente está en un rincón de la cochiquera y tú vas allí y hablas con ellos, te das cuenta de que son gente vencida y de que conservan una dignidad que no tiene nada que ver con su derrota. Francisco Camps lleva razón, los franquistas que salvaron judíos llevan razón, las familias a las que arrebataron sus hijos en el Raval llevan razón y llevan razón en Cataluña todos los que se han opuesto a la desagradable dictadura del nacionalismo.
Da la sensación de que quien menos le comprende son los demás periodistas.
    Es que los periodistas somos una gente extraordinaria. Nos pasamos la vida poniendo de vuelta y media a todo dios, hasta que llega alguien y se ocupa de un pequeño error, sintáctico o moral, y entonces ponemos el grito en el cielo, empezamos a odiarle y decimos que perro no come perro y esas sandeces que forman parte de lo peor de nuestro oficio.
Sin embargo usted se sigue tomando muy en serio los periódicos. Ha hecho casi un género de tomarse en serio los periódicos.
    En las primeras páginas de este libro digo con una cierta ironía que casi soy un personaje patético porque tal vez sea el último hombre que se tomó en serio los periódicos. Cómo no me los voy a tomar en serio si yo todo lo he aprendido de los periódicos. Yo me leo los periódicos hasta el final, además, como Noam Chomsky [La verdad está en el último párrafo"]. Debería haber más gente que se ocupase de los periódicos porque los periódicos son cada vez más importantes. Si usted sale ahora a la calle y pregunta: ¿usted se acuerda de un presidente que se llama Francisco Camps? Sí, claro que me acuerdo, un corrupto de Valencia. ¿Usted sabe que fue juzgado? Y tanto que fue juzgado: fue condenado... esa es la percepción que la gente tiene sobre Camps. ¿Quién ha creado esa percepción completamente devastadora y errónea? Los periódicos. Siguen organizando el guion del mundo. Las televisiones les ponen a los periódicos un poco de hígado, algunos fluidos, bilis, lágrimas... esas cosas, pero el guion es el de los periódicos. También organizan la conversación de Twitter sin que se les pague derechos de autor. Los periódicos siguen siendo fundamentales en la vida de los hombres aunque como negocio estén a punto de desaparecer. Ocuparse de ellos es una obligación intelectual de primer orden.
¿Usted lee Twitter? ¿Le interesa lo que dicen de usted ahí?
    Yo estás cosas me las sé porque tuve un blog que tuvo mucho éxito a partir del año 2004. Duró tres años. Ahí se hacían muchos comentarios y vi el nacimiento de cuestiones como el anonimato o los trolls. Luego salió Twitter y durante una época lo miraba, me di cuenta de que era todo aquello que ya conocía y lo dejé. Eso sí, hice una antología durante algunos meses de la cantidad de insultos que me dedicaban. Pero por cuestiones extraordinarias. Porque a mí que me insulten los nacionalistas me parece casi obligatorio, que me insulten los católicos también me parece obligatorio, que me insulten las mujeres también me parece normal, yo soy un carcamal perfecto. Lo que me sorprendió muchísimo es que me insultaran los partidarios de Fernando Alonso, por ejemplo, porque una vez se me ocurrió decir que siempre perdía, cosa que no era una opinión sino un hecho. Eso me costó una serie de insultos tal que me llevó a hacer unos PDF que por cierto tiene la Guardia Civil y que estoy esperando que hagan algo respecto de algunas amenazas de muerte.
Uno lee Twitter y da la impresión de que usted es un psicópata. Bueno, quizás le consuele saber que también da esa impresión de Javier Marías.
    Las personas que escribimos con nuestra lengua, y Javier lo hace en sus artículos, tenemos unos graves problemas, porque ahora hay que escribir con la lengua del otro. No lo van a conseguir. Yo me moriré o dejaré el oficio antes de escribir con la lengua de los otros. Ni la lengua de las mujeres, ni la lengua de los políticos, ni la lengua de los futbolistas. Yo escribo con mi lengua, que es como deberían escribir todos los periodistas, porque las palabras que hay que utilizar para hacer periodismo no son las palabras de los gremios, ni físicos ni morales, son las palabras de todos y no pueden estar ceñidas, dictaminadas y judicializadas por lo que cada gremio diga. Hoy [martes 20 de marzo] hay una carta en nuestro periódico en la que le reprochan a Raúl del Pozo que utilice el asperger como metáfora. Yo contestaría: mire, yo pongo esto porque me da la gana. Cuando a alguien lo acusan de hacer metáforas están muy cerca de que se te hinchen las pelotas.
Cuando los periódicos se ocupan del caso de los trajes de Camps estamos en los albores de las redes sociales. No tenían la influencia de hoy.
    Hay una cosa en este libro que es muy extravagante. Porque nos pasamos la vida diciendo: claro, el periodismo de ahora está mal pagado, los becarios están subyugados... No digo que no sea cierto que el periodismo se ha proletarizado. Los responsables de estas 400 y pico de páginas [señala su libro] son periodistas muy bien pagados, veteranos, alguno de ellos premiado, y no me consta que haya ningún becario entre ellos. El periodismo de hoy es mucho mejor que el de hace 20 años pero en el periodismo se siguen cometiendo gravísimos errores y al contrario de lo ocurre con los jueces o los médicos o los políticos, esos gravísimos errores no se pagan como es debido.
A la hora de explicar el tratamiento mediático de su caso, Camps, hombre religioso, cree en una teoría del diseño inteligente. Una conspiración, vamos. Usted tiene una teoría más profana donde operan la pereza, el sectarismo y también algún componente personal.
    Los componentes personales son difíciles de analizar. Pero cómo puedo yo soslayar que la peculiar posición de Valencia en el mundo, esa especie de doble desprecio madrileño y catalán, está en el origen de buena parte del trato que Camps recibe en el periódico. Los titulares que escribe El País sobre Camps jamás se habría atrevido a escribirlos sobre Pujol. Es más, no se ha atrevido a escribirlos sobre Pujol. No estoy hablando de una ucronía sino de algo que es comprobable.
Pero el director de El País de entonces, Javier Moreno, es valenciano.
    Claro. Cómo puedo yo sostener, si no es mediante un juicio de intenciones, que Javier Moreno representa una Valencia que es contradictoria con la Valencia que representa Francisco Camps. Por razones sociológicas, estéticas, políticas e ideológicas. Es una hipótesis. Por eso le escribí una carta a Moreno, para preguntarle cómo es que le dedicó 169 portadas durante tres años a un hombre que se había comprado cuatro trajes. ¿Por qué el señor Moreno no contesta a mi carta? Es director de la Escuela de Periodismo de El País. Mi amigo Juan Abreu me dice que lo que debe hacer Francisco Camps es sentarse con un montón de libros en la puerta de la Escuela de El País y darle uno gratis a cada alumno que entre. Tome usted, este es el libro del curso. Un buen tío. Cuando me detallen los errores de este libro los corregiré. ¿Por qué El País no ha pedido perdón en un editorial por haber defendido durante tres años algo que era falso?
En el caso de Camps, y también lo he visto en el caso de Jordi Cañas, ni siquiera la dimisión redime.
    ¿Sabe usted lo que escribe El País el día de la absolución? Que el jurado ha tomado una decisión política, es decir, que han votado no en razón de la verdad sino en razón de la ideología. Esto dice El País en un editorial. Y luego le reprocha que tiene faltas de ortografía. A Llarena no se lo reprocha, claro. Ni a Garzón.
Usted asegura que Camps no es más que un concepto pero en su escritura percibo cierto cariño hacia él. Algo que va más allá del respeto y por supuesto de la frialdad del concepto.
    Sí, me cae bien, Camps. Pero es irrelevante. No debería notarse en el libro. Si se nota en un exceso que oscurezca el análisis, habrá sido un error. Pero es el momento de decirlo: Camps me cae bien. Porque me parece un político inteligente, honrado y trabajador. Y un hombre tocado a veces de un humor negro que me lo hace bastante agradable. Como cuando dice que cuando tiene que rellenar un formulario tiene siempre la tentación de poner en el campo de la profesión: imputado. Ah, y porque considero que es un completo inocente. Hay que decir una cosa. Yo he conocido al loser. Al Camps perdedor, a un hombre vencido. Al hombre de los éxitos, del entusiasmo, no lo he conocido.
El método de análisis que usted utiliza para este caso también se puede aplicar a otros casos serializados por la prensa, ¿verdad?
    Hombre, ¿usted se imagina aplicar esto que he hecho con Camps a las informaciones de El Mundo sobre el 11-M? ¿Sobre los agujeros negros? Sería un ejercicio maravilloso. ¿Y se imagina hacerlo con lo que publicó El País sobre el Prestige? [Arcadi Espada asume que el estilo es una cuestión moral. Cuando está llegando al final del libro, el lector de Un buen tío experimenta una sensación parecida a la que experimenta el lector de Moby Dick, aquel tedio infinito y degradante con el que Herman Melville pretendía acercar el ambiente que se vivía a bordo del Pequod. El lector de Un buen tío llega a exclamar: "¡Otra maldita portada!", mientras que la voz del narrador se va desesperando cada vez más.]
En su método narrativo hay una segunda voz que relata los hechos sin citar la fuente de la que proceden. Sin trazabilidad, como si le pidiera a los lectores una cuestión de fe.
    ¡Fíjese usted lo que me está diciendo! ¡Es maravilloso! ¡Una cuestión de fe! Éste es un punto clave. Los periódicos eran antes aduanas y hoy son orinales. Ahora está todo junto. Da igual que sea la UDEF, que sea Pujol, que sea Espada con sus locuras... ¿Sabe usted que hay periodistas que cuando los llama un juez se escudan en que lo que han escrito se lo ha dicho la UDEF? ¿Y? ¿Por qué la UDEF no escribe un artículo y lo firma? No, mire, el que firma una información se responsabiliza de esa información desde la primera comilla hasta la última. Yo quiero que esa responsabilidad vuelva a estar en el centro de la participación del periodismo en la construcción de lo real. A mí me pasa como a Jordi Pujol cuando decía aquello de ¿quién coño es la UDEF? Porque en eso Pujol tenía mucha razón. ¿Sabe cuál es el problema de los periodistas que no son sectarios? Que Jordi Pujol tiene razón a veces y que nosotros, los periodistas, hemos publicado informaciones absolutamente vejatorias y falsas sobre él, que no es, como comprenderá, de las personas más simpáticas del mundo para mí. Cuando yo sé algo, lo escribo y me responsabilizo de ello.
¿La confesión de Ricardo Costa no le ha hecho cambiar su percepción de Francisco Camps?
    Este libro se ocupa de los trajes de Camps. De nada más. Pero yo me ocupo de lo que me da la gana y por supuesto me puedo ocupar de Ricardo Costa y de su confesión. Vamos, su supuesta confesión. Porque al final esa confesión consistía en la obediencia debida. Patético. No cambiaré mi percepción sobre la honradez de Francisco Camps, en todo lo que yo conozco de Francisco Camps, incluida la financiación supuestamente ilegal del PP. Porque he llegado a formarme una idea sobre ese asunto. La obligación del señor Ricardo Costa, al igual que la del señor Álvaro Pérez era haber presentado pruebas sobre lo que estaba diciendo. No lo hicieron y yo soy muy sensible a las pruebas.
Usted dice que la mentira es seductora mientras que la verdad es menos combativa.
    Yo le recriminaba una vez a Camps una estrategia mediática [su abogado le aconsejó no contestar a los medios] en la que yo creo que se equivocó y él me decía: "Admito que puedo haberme equivocado pero usted no sabe la vergüenza que yo pasaba, al plantearme la posibilidad, al principio de los tiempos, de que un presidente de la Generalidad tuviera que ir a hablar en una rueda de prensa de cuatro trajes. Me daba una vergüenza infinita". Yo lo comprendí la noche en que me lo explicó. El pudor.
¿No cree que el proceso mediático de Camps es indisociable del estallido de la crisis?
    ¿Usted recuerda aquella portada en la que El País abre con una información que dice que Costa llama a Camps o al revés [cuatro columnas]? Ese mismo día, al lado, en pequeño [una columna], informa de una reunión decisiva para el futuro del euro. A mí el caso Camps me ha interesado por muchas razones y una de ellas es que para mí el nacimiento del populismo judicial y mediático está ahí. Se pueden buscar precedentes, claro. Garzón es la cuna del populismo judicial. Pero la pena del telediario en su acepción más brutal y más ruda es este caso. Y esto no se hubiera producido en las mismas circunstancias [sin la crisis]. Aquí ha habido un ajuste de cuentas. Las sociedades derrochadoras, dilapidadoras, teníamos que ajustar las cuentas en el sentido del balance, de que teníamos que pagar lo que debíamos, pero también debíamos ajustar las cuentas a los presuntos malvados como Camps. Este libro se podría haber titulado, en lugar de Un buen tío, El ajuste de cuentas.
Todo lo que tuvo la comunidad valenciana lo tuvo Cataluña. Quiebra y corrupción. Es más, en Cataluña sí que hay una sentencia por la financiación ilegal del partido en el gobierno. Pero la clase dirigente catalana no sólo no fue el chivo expiatorio de la crisis sino que se regaló una república a sí misma.
    Una de las características del nacionalismo en Cataluña es que no ha pagado nunca por nada. Es el culpable desde hace 40 años de haber llevado a una sociedad bastante interesante a la decadencia y todavía es la hora de que pague un ápice. Es más, ahora estamos observando una maravillosa exhibición de la típica sinvergonzonería catalana. La exhibe una persona como Mas Colell. El típico sinvergüenza catalán. Una de esas personas de las que se ha exagerado mucho su competencia científica. Admitamos que es un buen economista, que su manual de microeconomía está bien y que es un punto de referencia para muchos estudiantes. Es un sinvergüenza. En vez de ponerse de hinojos, de pedir humildemente perdón, arrodillado, con las rodillas llagadas y hechas sangre putrefacta; todavía es la hora de que se quite esa mirada soberbia de la cara y dé explicaciones de por qué puso su prestigio al servicio de una causa infame. Y él es el paradigma, pero hay cientos de personas así en Cataluña. De Mas Colell a Rosa María Sardá, por recorrer todo el espectro.
Usted se fue a visitar al sastre José Tomás, clave para imputar a Camps, en un viaje penoso a Villaviciosa. La cosa terminó de una manera algo desagradable. ¿Mereció la pena?
    Mereció la pena. El caso Camps se sostiene en un hombre: el sastre José Tomás. Ese hombre había mentido cuatro veces antes y a pesar de ello se atiende a su testimonio. Él había dicho primero ante Garzón que Camps se pagaba los trajes y luego dijo que no. En el juicio oral vuelve a decir que no se pagó sus trajes y eso es lo que permite llegar al juicio. Años después, voy a visitarle y, en el colmo de su labor de insider, me dice que Álvaro Pérez se acostaba con él [Francisco Camps] y con ella [Isabel Bas, la mujer de Camps]. Con él y con ella. Él y ella. Cualquiera que llegue al final del libro y lea esta escena puede ver cómo se desmorona todo.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/03/24/5ab506d622601dfe2c8b4666.html
Fotografía: Antonio Heredia.

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