Evangelio Dominical: Mercaderes del Templo
José Martínez de Toda, S.J.
Comentario dialogado al Evangelio que se proclama el tercer Domingo de Cuaresma, ciclo B, correspondiente al domingo 4 de marzo 2018. La lectura es tomada del Evangelio según San Juan 2, 13-25.
“Han convertido mi casa en una cueva de ladrones. ¡Corruptos!”
Éste es un pasaje fuerte: Jesús expulsa a los mercaderes del Templo.
¿Cómo ocurrió eso?
Los judíos de Palestina debían subir una vez al año al Templo de Jerusalén a ofrecer sacrificios de animales. Aquí entraba el negocio. El dueño de los animales era Caifás, el sumo sacerdote. Al principio, los animales, antes de ser comprados, estaban fuera del Templo. Poco a poco Caifás permitió a sus vendedores venderlos dentro del Templo. Cuando llega Jesús, ve que el comercio ha invadido el Templo, y que les hacían muchas trampas a los compradores.
¿Y los cambistas de moneda?
Todos los israelitas estaban obligados a pagar anualmente al Templo varios impuestos.
Pero no podían pagar con monedas romanas, que para los judíos eran blasfemas e impuras, pues en ellas aparece el emperador como un dios, al que había que adorar.
Por eso, este dinero romano no podía entrar en lugar sagrado y era necesario cambiarlo por la moneda propia del Templo. Y aquí es donde ellos se aprovechaban pagando menos de lo que debían pagar al cambiar la moneda.
¿Cómo reacciona Jesús ante la invasión de los mercaderes?
Los cuatro evangelistas se hacen eco de cómo Jesús expulsa del templo a los «vendedores» de animales y a los «cambistas» de dinero, sólo interesados en robar lo que puedan, con la excusa de servir al Templo. Además, el culto religioso se degrada con la compra-venta de animales dentro del Templo. Jesús grita:
«Quiten esto de aquí. No hagan de la Casa de mi Padre una casa de mercado».
Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu casa me devorará”.
Y con un látigo en la mano espanta a bueyes, ovejas y corderos, que comienzan a correr y a alborotar. Voltea las mesas de los cambistas, y las monedas ruedan por el suelo.
Esto que hace Jesús es un desafío a la máxima autoridad religiosa de los judíos, que ha tolerado aquello. Y los sinópticos ven en esta expulsión de los mercaderes como la causa que precipita su crucifixión. Jesús no fue el primero en acusar a los mercaderes del Templo:
- Jeremías ya había denunciado la guarida de ladrones en la que se había convertido el templo (Jeremías 7, 11), y había pronosticado su destrucción.
- Zacarías también había anunciado la desaparición por la fuerza de todo mercader del recinto sacro (Zacarías 14, 21).
Ante esta protesta de Jesús, las autoridades sólo le preguntan: “¿Por qué haces esto?” ¿A qué se debe esta reacción tan débil?
Es curioso que nadie hace un movimiento para detener a Jesús, probablemente porque al menos hay un gran grupo que está de acuerdo con su protesta.
En el año 30, en tiempo de Jesús, ya el sanedrín se había enfrentado a Caifás, el sumo sacerdote, que había permitido a los suyos tener a los animales dentro del templo.
Sin embargo, algunos le preguntan: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?»
Y se dicen: “Si Jesús es el Mesías y ha hecho milagros en muchas oportunidades, y si Él arrojó a los mercaderes del Templo como acto mesiánico, ¿por qué no acompaña esta acción con algún milagro visible y claro para confirmar y legitimar lo que dice y hace?”
Era su idea de cómo debía ser el Mesías: aparatoso y milagrero.
Pero la idea que tenía Jesús del Mesías era muy distinta (Se vio en las Tentaciones del desierto). Lo de él es servir, lograr que todos se amen, defender los derechos de los más necesitados, ayudar a la armonía y felicidad de todos.
Y ¿qué responde Jesús a su pregunta “¿Por qué haces esto?”
La respuesta que les da es un poco enigmática, tanto que ni siquiera sus discípulos lo entendieron entonces. La respuesta de Jesús se podría formular así: “Vds han prostituido el Templo de Jerusalén. Lo que están haciendo ahora es destruirlo. Y así ocurrirá. En cambio yo soy el nuevo Templo. Mi cuerpo ciertamente será destruido, pero a los tres días resucitaré”.
De veras, Jesús es el Único en donde Dios y la humanidad se encuentran. Jesús es el “templo nuevo” inundado por el Espíritu de Dios. El cuerpo de Jesús se convertirá en la morada viviente de Dios en la tierra, y el centro de todo culto verdadero.
Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia, no basta el incienso, ni las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad», como le había dicho Jesús a la Samaritana.
La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía». Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu. (Pagola)
¿Podemos aplicar la frase de Jesús ‘cueva de ladrones’ al momento actual?
Hay corruptos a nivel internacional, nacional y local. Hay corruptos en la política, en los negocios, en los medios de comunicación, en los sindicatos, en las escuelas, en las universidades (vendiendo plagios); en todas las instituciones. También en la Iglesia…
Antes se ofrecían a Dios animales. ¿Y en el cristianismo?
En nuestra Misa, en vez de sacrificios de animales, ofrecemos el pan y el vino, que serán convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el cual realmente se sacrifica y muere en una cruz por nosotros. La Misa, como en la Última Cena, tiene tres partes:
- La liturgia de la Palabra con la lectura y comentarios sobre la Biblia
- La liturgia de la Eucaristía con la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo.
- La caridad que no puede faltar, como no faltó en la Última Cena de Jesús el lavatorio de los pies.
Lo importante no es dónde adorar a Dios, sino cómo adorarle: en espíritu y verdad, y sirviendo a los hermanos.
Fuente:
Cfr.
Marcos Rodríguez: http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/232-una-relaci%C3%B3n-de-amor-no-comercial.html
Ilustración: El Greco.
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